De Odebrecht y corrupción

De Odebrecht y corrupción

Dicen que la corrupción promovida por la firma brasileña Odebrecht nació de la convicción de su fundador de que en América Latina es imposible hacer Buenos negocios sin pagar peajes a la llamada clase política y a sus profesionales subalternos. Sea esta afirmación un decir de pasillos o no, lo cierto es que esa compañía gigantesca logró demostrar al mundo que en nuestra región hay, entre nuestros gobernantes y sus equipos, una acentuada vocación por el enriquecimiento fácil. El destape hecho por los norteamericanos, posiblemente por verse en desventaja comercial frente a Odebrecht, mostró que es así, y hoy tenemos sectores importantes de las élites políticas de varios países ensuciados con el más grande escándalo de corrupción registrado en América Latina y el Caribe. Odebrecht ganó mucho dinero negociando con estos países e hizo rica a mucha gente importante que tenía hambre de dinero.
La corrupción no es, a decir verdad, un fenómeno nuevo en la región. Tampoco lo es el medio utilizado por Odebrecht para seducir y corromper a gobernantes y servidores. La historia de nuestros países está, lamentablemente, embarrada de prácticas vergonzosas de corrupción, en ocasiones inducidas desde el exterior, pero casi siempre bien recibidas y aceptadas por guerreros, dictadores, caudillos, gobernantes y hasta simples ciudadanos adocenados. No debe olvidarse que en algún momento del siglo pasado fue necesario que Naciones Unidas normara el comportamiento de las empresas multinacionales para que sus relaciones con gobiernos y sociedades de negocios se acogieran a valores éticos y a la libre competencia.
El sonado caso de corrupción de Odebrecht ha servido, sin embargo, para despertar a la ciudadanía de América Latina y el Caribe, para tomar conciencia del grave daño que nos está haciendo la corrupción y para que con urgencia adoptemos medidas encaminadas a detener los efectos deletéreos de este fenómeno tan negativo y tan castrante del progreso equitativo. Sin dudas, hay que despertar, hay que tomar conciencia del daño y hay que adoptar medidas. Pero también hay que contar con un Poder Judicial capaz de descubrir la corrupción, de perseguir a los corruptos y de condenarlos. Una justicia connivente es tan dañina como la corrupción misma. Odebrecht, con su inteligente y riguroso sistema de corrupción, triunfó cuando logró corromper, hacer negocios y ganar montones de millones de dólares. De paso, se burló de nuestras instituciones e hirió mortalmente a las élites políticas de América Latina y el Caribe. De manera que el único resarcimiento que nos queda es que los corruptos paguen, es decir, que la justicia actúe.

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