El relato, muy vívido, estaba escrito con la más depurada técnica de la novela de acción. Era tan real que, si se radiaba, como Orson Welles con “La Guerra de los Mundos”, se habría producido tremendo despelote.
Cuenta los primeros momentos del sunami, de la invasión violenta de centenares de miles de haitianos desesperados por la situación de su país quienes vendrían a buscar la solución de sus problemas.
Aquellas masas, contenidas por el despliegue de soldados, por drones que los vigilaban desde el aire, decidieron probar si las fuerzas militares fronterizas, con soldados, tanquetas y tanques de guerra, con barcos vigilantes en aguas dominicanas, dispararían para contenerlas.
Aquella multitud no permitía que se vislumbrara la cantidad de personas, era como la punta visible de un témpano de hielo de profundidad y extensión incalculable, se movía en olas de gente dubitativa, precavida, ante el gran despliegue militar visible.
A los ojos de ellos del mismo modo que no era visible el final de la multitud, pensaban que habría muchos miles de soldados más tras la primera línea de defensa. El movimiento de la multitud era como el de las olas que rompen en la orilla de la playa con poca fuerza.
De atrás empujaban nadie sabe quiénes, quizá algunos que no alcanzaban a ver la frontera y temían que se les esfumara enfrente sin que hubieran llegado a su destino.
Nadie sabe qué grupo fue el que recibió la respiración de los siguientes en las orejas, o le clavaron los codos en un esfuerzo por quitarlos de adelante, lo cierto es que, de pronto, se escuchó como el ruido de una bomba dentro de la multitud.
Aquello desató el pandemonio. Todos corrieron al mismo tiempo hacia adelante, hacia el este, hacia el lugar donde cifraban sus esperanzas.
Primero asaltaron los puntos de entrada y ante la resistencia, se dedicaron a escalar la verja divisoria y a intentar destruirla.
El sunami se había desatado, no era posible contenerlo con palabras, con llamados por altoparlantes que no eran escuchados.
Habían decidido cruzar a como diera lugar; lo hicieron; pisotearon a los que cayeron. No hubo piedad mientras avanzaban, correr, adelantar, hacia adelante.
El capitán escuchó cuando su superior le ordenó no disparar. El superior repitió la orden que fue ahogada por el tableteo de las ametralladoras ordenado por el Capitán, quien recordó que el primer deber constitucional y patriótico es defender el territorio nacional.
Después vendría una invasión de Naciones Unidas, Francia y Estados Unidos. Entonces habría que ordenar a los soldados ¡Patria o muerte!
Un relato, como este, sobre esos primeros momentos circuló en las redes sociales, lamento no haberlo sabido conservar