De papeletas y placas

De papeletas y placas

PEDRO GIL ITURBIDES
Es muy posible que la República Dominicana pase al libro de récords de Güinnes por ser el único país en donde los ciudadanos firman el papel moneda. Seremos incluidos en este anuario por constituirnos, además, en el único país en donde una disposición de tal naturaleza no la asume la autoridad monetaria. Son las distribuidoras de electricidad las que exigen se firmen las papeletas de dos mil pesos ¡como si fueran un cheque! No caben dudas que esas papeletas son eléctricas a juicio de esas empresas. Pero no es por ello que los ciudadanos deben firmar las mismas. Es porque vivimos de un absurdo en otro.           

Cuente un día cualquiera los vehículos que transitan por calles y carreteras con placas de números de la serie anulada diez años atrás. A raíz de que venciera el plazo de la renovación, ¡cuánta agua a beber dieron los agentes de tránsito a personas que no mostraban el marbete del año! Pasada la fiebre de las placas, marchan tranquilos y tunantes quienes desde el último mandato de Joaquín Balaguer no han vuelto a sacar placas. Y transitan sin sobresaltos, en la seguridad de que ni la policía de tránsito ni los agentes de la Autoridad Metropolitana del Transporte (AMET) “andan en eso”.          

Y debe ser así, puesto que el viernes, mientras elaboraba en mi mente este trabajo, decidí contar en las calles los vehículos que lucían esta irregularidad. No salí a ello, sino que dediqué el trayecto que agoto entre mi casa y la oficina, a verificar esta observación. ¡Diecisiete vehículos, incluidas dos jeepetas, una de ellas conducida por una persona vestida con ropa de camuflaje militar!

Fue el instante en que me dije ¡qué país el nuestro! La Junta Monetaria dictó una resolución tres años atrás para que las papeletas rayadas se canjearan por papel moneda recién impreso. La medida tendía a recoger papeletas rayadas, con marcas diversas y dibujos con tinta de estilográficas y lapiceros, roturas y otros desperfectos. 

Ahora es una de las distribuidoras de electricidad, que sepamos, que ha asumido el trabajo del Banco Central. Supongo que esa distribuidora entiende que hay demasiados problemas en el país, y que son culpa de combinadas decisiones relacionadas con el gasto público y medidas monetarias. Por ende, esa distribuidora decidió enmendar la plana. Y si ese es el objetivo, aplaudo a su administrador. Me temo, sin embargo, que por ese camino conduzca al Banco Central a invertir unos dólares al repetir, dentro de un tiempo, en la impresión de nuevas papeletas. Los amables lectores me dirán que esto es un absurdo, y les responderé que, en efecto, es un absurdo. De tan descabellada disposición únicamente saldrá gananciosa la Thomas De la Rue.

Por ello estamos como estamos. Y por eso nos damos el lujo de tener las únicas distribuidoras de electricidad del mundo que piden que quienes les pagan con billetes de dos mil pesos le pongan su nombre porque no creen en la “fuerza liberatoria” de la papeleta. Ustedes, siempre quisquillosos, me dirán que los cajeros tratan de resguardarse contra los falsificadores y timadores. Es probable. Pero argüimos contra ese razonamiento que para determinar la autenticidad de las papeletas se han fabricado unas maquinitas que le revisan hasta los pantaloncillos al papel moneda.

Estas son usadas por bancos y otras instituciones que bregan con papel moneda a borbotones. Tengo entendido que esos aparatitos están, de adorno, en las ventanillas de cobro de las distribuidoras de electricidad. Si estuvieran usándose carecería de sentido requerirle a un cliente que le firme la papeleta.

Tal vez convenga que el gobernador del Banco Central le informe a las empresas distribuidoras de electricidad quiénes tienen, por ley, derecho a firmar el papel moneda. Cuando yo era chiquito ese derecho correspondía al Secretario de Estado de Finanzas y al gobernador del banco emisor. Tal vez la ley ya permita que también las firmemos los ciudadanos comunes y corrientes, como lo piden las empresas de electricidad. Pero, para no aparecer en el récord de Güinnes por la comisión de absurdo flagrante, tal vez convenga que se retorne a las normas del pasado. Y que no dañemos, adrede, los billetes de banco.

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