¿De Pedro Ruiz a operación malaya?

¿De Pedro Ruiz a operación malaya?

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
Si hubiera nacido en España no la querría más que como la quiero. Porque de España todo me gusta. Hasta sentir preocupación por sus cosas que me disgustan. Me gusta el tradicional “sancho-quijotismo” de su gente. La lengua española me fascina, y colma mi orgullo que Antonio de Nebrija haya creado y escrito la primera gramática de una lengua romance. El romancero y el cantar de gesta me deleitan. Exalta mi placer que el Quijote sea la primera gran novela universal y que fuera escrita por un manco. Que la hinchazón del mundo haya sido producto de un quijotesco garrotazo geográfico que transformó el plano en esfera y que “el Nuevo Mundo” sea el surrealista y colosal chichón histórico producto de la intempestiva audacia española.

Adicto al aceite de oliva, me hace feliz haber comprobado que en una gran extensión del paisaje español el olivar sea su césped. Ratifico que de España todo me gusta. Que me alegra su alegría y me duele su dolor. Quiero decir que nada de ese admirable país me es indiferente. Pero mi actitud dialéctica ante lo español se cifra en la paradójica fórmula: “de España todo me gusta; excepto lo que no me gusta”; que aunque cuantitativamente mínimo, cualitativamente podría no serlo.

Pero, ¿a qué viene la referencia a Pedro Ruiz en este relato, y cómo y por qué encaja en mi declarada hispanofilia? Por ser, diría yo, un excelente profesional de la mediática española y un consistente, irreductible y tal vez solitario abanderado contra el “cotilleo” y la “telebasura” hoy dominantes en los medios de información de España. Con las posibles, ignoradas, y preteridas excepciones de siempre. Y para mí, Pedro Ruiz encarna el esfuerzo y la lucha desigual y constante contra lo que me disgusta de España.

Solía ser un asiduo espectador de su variado e interesantísimo programa “La noche abierta”, que en la noche del jueves de cada semana transmitía Televisión Española.

Un “plató” de entrevista a personajes notables producido y conducido con la maestría de un excelente presentador por Pedro Ruiz; y exquisitamente variado con una pieza musical de la preferencia del entrevistado. Un detalle novedoso acentuaba la originalidad del espectáculo: la presencia en primera fila de un grupo de estudiantes anotadores que al final de la presentación debían sintetizar en una breve frase la esencia del discurso del entrevistado. En resumen, “La noche abierta” era a mi criterio un programa sin desperdicio; moralizante y educativo. Moralizante por las ocasionales intervenciones de su conductor censurando la bajeza del “cotilleo” -aquí decimos chisme o comadreo-tristemente típico de lo que en España se llama telebasura.

Me sentí a la vez que frustrado sorprendido, cuando Televisión Española avisó que “la noche abierta” del siguiente jueves no sería emitido. Pensé que alguna razón de peso debía existir para que una televisión pública suprimiera un excelente programa tan compatible con el carácter internacional de esa emisora.

La apreciación evaluatoria del público en escala descendente de 5 a 1, había sido elogiosamente consistente en los niveles 5 y 4, llegando a calificar el programa como el mejor de toda la televisión española. Debajo de esos niveles, la evaluación en líneas generales fue disímil, carente de objetividad, contradictoria, apasionada y cargada de animosidad contra el presentador. Más que a evaluar los aciertos y defectos del programa, se orientaba a juzgar y a condenar los supuestos vicios y defectos de Pedro Ruiz.

Algunos afirmaban que éste era el problema y que por tanto debía renunciar aunque el programa era aceptable.

Designar a la prensa como el cuarto poder es ya un “cliché”convertido en norma universal y viceversa. Pero en la sociedad global de la “aldea global” a la que se refería Mc’Luhan, los conceptos de prensa y poder se han ampliado y potenciado más allá de lo humanamente tolerable. La prensa ha mutado su lenta realidad física por la instantánea realidad electrónica y digital. Ahora la información fluye con la velocidad del rayo y circula internacionalmente a través pistas electrónicas conectadas vía satélite y atomizada por millones y millones de celulares móviles. En resumen, el clásico cuarto poder de “la prensa” ha devenido en el omnímodo (y ominoso) superpoder de “los poderosos”. Y el relativamente independiente lector de páginas de papel va cediendo el paso al alienado lector de pantalla; y las escobas en frenética multiplicación del clásico aprendiz de brujo, han mutado a celulares.

No quisiera creer esto que sobre la telebasura, he leído recientemente: “La televisión basura -reflexiona el sociólogo Enrique Gil Calvo-, le enseña como un espejito mágico a la sociedad española su verdadero rostro, y es un rostro a la vez grosero y grotesco. Y así somos, lo que ocurre es que hay mucha hipocresía. La cultura popular española siempre se ha caracterizado por una gran obscenidad, aunque luego en público esto se oculte y sólo salga a la luz lo aparentemente puritano, depurado. Ahora se ha levantado un poco el telón y se ve lo que hay en la trastienda: esa cultura típicamente masculina de la grosería, de la obscenidad, que antes sólo se traslucía en las escenas de hombres solos. Respecto a los jóvenes, este tipo de programas basura les muestra que para triunfar no sólo deben ser muy competitivos -como dicen los neoliberales- sino también grotescos y groseros. Si no, no trepas”.

Mientras se cierra la noche abierta, un nuevo día parecería brillar en una Marbella rica en oportunidades mediáticas.

Allí, el jugoso escándalo conocido como “Operación Malaya” (¡mal haya sea!), parece abrir una nueva escalada del poder del medio televisivo del país. No ya como cuarto poder morigerado por los demás poderes y sujeto al control que impone la ley, el uso, y las buenas costumbres, sino como un poder inquisitorial autónomo y absoluto, irrespetuoso del derecho de las personas a la privacidad y la buena fama.

Allí funciona un plató diario que actúa como un tribunal de justicia paralelo con su propia fiscalía y su organismo investigativo.

Los haberes, confidencias, secretos, deslices y pecados del inerme y acosado ciudadano, son investigados sin discriminar medios ni escatimar recursos; y expuestos al público inmisericorde y desconsideradamente, ante la pasiva lenidad de unas autoridades que parecería que han puesto a invernar el estado de derecho.

TVE no sólo es una entidad pública, es además internacional; como tal, representa la voz y la imagen de España ante el mundo. Cuando con su tolerancia se acosa o denigra a un español cualquiera aunque éste sea un desgraciado imputado: se denigra a España.

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