De poderíos y militarismos

De poderíos y militarismos

No me canso de repetirlo. Los dominicanos no somos  inventores de problemas. Simplemente les damos vida y fuerza, dentro de una curiosa mezcla de tiempos, metidos en una extemporaneidad que nos sacude desde actitudes típicas de lejanos siglos, hasta los asombros de una modernidad vertiginosa e infatigable.

Nos quejamos del militarismo que se presenta omnipotente, arrogante, temible…tanto que inyecta su veneno a cuerpos nuevos, como el AMET, que en sus inicios alentaba justicieramente la disciplina vehicular y producía una grata impresión de disciplina indiscriminada cuando reconvenía o imponía multas hasta al conductor que al detenerse ante un semáforo en rojo, tocaba las líneas blancas de un paso peatonal. Esos tiempos se esfumaron como el efímero aroma de un suave intermedio respetuoso. Hoy AMET es función de capricho de sus agentes, que permanecen impávidos (hasta tres juntos) mientras los semáforos no funcionan o  enloquecen cambiando colores sorpresivamente.

Pero no es invento nuestro.

En una de sus novelas, Isabel Allende narra las peligrosidades de cruzar una calle o conducir un auto en Hispanoamérica. Nuestra hija Maricarmen, que reside en Puerto Rico argumenta, con socarrona seriedad, que tal desorden en el tránsito dominicano se debe a la sabia intención de fortalecer la intuición de quienes ocupan las calles. La Allende dice que circular por las calles es un proceso de intuición para no colisionar o morir arrollado, además un proceso filosófico: ¿El verde será realmente verde, o será una ocultación del rojo?

Pero, bromas aparte.

El militarismo abusivo se ha adueñado de la AMET.

Como señalábamos antes, estamos fuera de tiempo, hacia pasado y hacia futuro.

En 1867 Fernando Garrido escribía en “La España contemporánea”: “538 generales para mandar 286,069 hombres! Salen a más de un general para cada 530 soldados y unos 305 en la paz”.

El ilustre estilista Azorín escribía en “La Prensa” de Buenos Aires (11 de mayo de 1930) que “La hipertrofia militaresca en España se ha debido, casi exclusivamente, a la intervención que ha tenido el Ejército en la vida nacional”.

Trujillo supo establecer que “en este país hay sólo un general: Yo”. Otros mandatarios probaron con distintas manipulaciones, apoyados también por la militaridad estadounidense y permisividades divorciadas de la sana vida del país.

Si en otros países, incluyendo Estados Unidos, a los generales, a sus ambiciones –de un tipo o de otro- hay que tratarlos con cuidado para que no preparen “travesuras” astutas o no, y retienen un poder capaz de frenar propósitos presidenciales; imagínense ustedes cómo será en países con mucho menor tradición de respeto a la ley y a las verdaderas conveniencias nacionales.

Nuestros desórdenes les convienen a los jerarcas norteamericanos.

Pero a nosotros no.

Por supuesto que la clave  central no está en corregir el disparate de AMET.

Pero es un inicio.

Lo bueno y lo malo son contagiosos.

Necesitamos establecer un respeto por las leyes y por quienes las aplican obedientemente.

Y, ¡por Dios!, reduzcamos el número de los intocables: los generales y jefes apoyados,  así como  su secuela maligna y multifacial.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas