De policías, salarios y consecuencias

De policías, salarios y consecuencias

Empezaré tratando el tema del dinero, porque mucho tiene que ver en los asuntos humanos.  Aunque el inquietante  Giovanni Papini, aquel italiano oriundo de Florencia, Italia, que pasó dentro de una postura idealista dentro del pragmatismo, para luego desembocar en un catolicismo audaz, asentado en una agudeza dialéctica, afirmase, convencido, que “el dinero es el excremento del diablo”,  he de saltar al sevillano Mateo Alemán (1547-1615), arquetipo de la novela picaresca (por encima del “Lazarillo de Tormes”, de autor anónimo).  Mateo Alemán en su “Guzmán de Alfarache” aparecido en 1599 y nuevamente publicado cinco años más tarde con el subtítulo de “Atalaya de la vida humana” dice que “el dinero calienta la sangre y la vivifica y así el que no lo tiene es un cuerpo muerto que camina entre los vivos” (Guzmán de Alfarache, Pág. 1, libro III, cap.  III).

Por otra parte,  heredé tanto de mi impetuoso padre como de mi apacible madre la convicción de que “Algún dinero evita preocupaciones: mucho, las trae”. Tal vez no sabían  que Lin Yutang decía lo mismo en su Sabiduría China. Pero mis padres eran filósofos naturales y auténticos. Toda esta introducción está encaminada a establecer que no sobrevaloro el dinero y sus bondades. Simplemente lo valoro con cuidado.

El salario absurdo de los miembros de la Policía Nacional (por limitación de espacio no trataré otras absurdidades) constituye  un avergonzamiento, una indignidad.

Los formidables trabajos de Minerva Isa y Eladio Pichardo, reporteros investigadores de este diario,  sobre la realidad policial dominicana, son conmovedores.

¿Cómo puede vivir un adulto, responsable del mantenimiento de una familia, o sólo él,  con un salario que resulta en  un promedio de 177 pesos diarios, fracción de los RD$5,320,90 mensuales que recibe un raso policial?

¿Qué hace para sobrevivir? ¿”Picotea”? ¿Es cómplice de delitos,  robos y hasta de asesinatos? ¿Está, en alguna medida menor, en el negocio de las drogas?

Y esos oficiales, que carecen de recursos hasta para comprar kepis simples o dotados  de viseras  con ramos dorados, así como ornamentos distintivos de su rango, me pregunto ¿cómo se hacen? ¿Dejan de comer, de pagar alquiler de vivienda, de atender a sus dependientes?

¿Y son esos angustiados carenciados quienes nos deben cuidar, exponiendo su vida frente a una delincuencia cada vez más fuerte y mejor preparada, boyante en recursos y beneficiadas de una impunidad vergonzante que culmina con jueces vendidos, cobardes o pusilánimes?

No soy tan torpe para creer que un alza salarial adecuada al salario de los policías los va a convertir en santos incorruptibles, pero, indudablemente, permitirá que los miembros decentes –y con  vocación de decencia- que existen en la institución,  puedan  realizar su trabajo sintiéndose valiosos y respetados, y que los policías que delinquen, desde cualquier rango,  puedan ser  justamente castigados.

No es tan difícil, ni tan peligroso como en otras épocas, investigar la fortuna que descaradamente exhiben altos personajes de las Fuerzas Armadas y la Policía (mi padre habría dicho: “me cago en la diferencia”) Existirán  entre ellos, herederos, geniales hombres de negocio, pero las fortunas no se amontonan así, de la noche a la mañana o del amanecer al atardecer de un día cualquiera.

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