De políticas y motores

De políticas y motores

En la República Dominicana se les llama motoristas a los motociclistas. No todo aquel que viaja montado en una moto es un motorista, pues además de la persona que conduce el motor, existen los pasajeros, como vemos a diario en los casos de los “motoconchistas”. Hay propietarios de motocicletas que transportan a los hijos y esposas “sobre el lomo de su motor”. También hemos visto tres, cuatro y hasta cinco adultos, subidos en una motocicleta pequeña. Lo peligroso de esta costumbre impuesta por la pobreza es más que evidente. Al conocerse las estadísticas de accidentados durante las fiestas de Navidad, se comprobó qué, de cuarenta y pico de fallecidos, treinta y tantos iban en motocicletas.

Las motocicletas son el principal dolor de cabeza de los automovilistas de la ciudad de Santo Domingo. Los motoristas entran, salen, giran o aceleran, cuando menos se espera. Circulan reptando entre los vehículos en las congestiones del tránsito; y realizan las más temerarias maniobras para rebasar o para burlar policías y semáforos. No hay que decir que un gran número de atracos y asesinatos son cometidos “a lomo de motor”. En otros países se les llama “moteros” a los amantes de las poderosas y lujosas motocicletas “Harley-Davidson”. Los fanáticos de esa clase de motos tienen formas especiales de vestirse; y por donde pasan, atruenan con sus tubos de escape.

Creo que los políticos de nuestra época son tan peligrosos como los motoristas; y mucho más audaces que ellos en sus maniobras “para salir adelante”. Es así en todo el mundo. Berlusconi en Italia, Fujimori en Perú, El-Assad en Siria, Noriega en Panamá; y paro de contar. En la mayoría de los países, europeos o americanos, hay hartazgo de la conducta de los políticos; los partidos políticos están cada día más desacreditados.

Pero “todo tiene qué seguir”, porque sin partidos políticos no podría haber democracia. La gente ha preferido, hasta ahora, democracias “putrefactas” y tolerantes, antes que dictaduras “asépticas” y rígidas. Pero los políticos deben saber que se cuestiona su irresponsabilidad, su poder depredador del erario, su amor por el consumo ostensible o “conspicuo”. Las sociedades de hoy padecen indigestiones políticas; pero vacilan todavía entre recurrir al bicarbonato o al purgante.

 

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