De premios merecidos en la XXVII Bienal de Artes Visuales

De premios merecidos en la XXVII Bienal de Artes Visuales

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Como suele suceder, la polémica perdió agresividad e indignación, mientras la bienal continúa recibiendo un alto número de visitantes, y el evento mayor de la plástica nacional ya suscita reflexiones e interrogantes, positivos para el futuro.

Uno de los puntos esenciales consiste en la correlación entre los premios otorgados y la colección patrimonial del Museo de Arte Moderno. La institución obviamente necesita más obras, carece de recursos para adquirirlas, y la bienal sigue siendo su gran fuente de adquisiciones, tanto más importante que en principio su nivel y sobre todo su actualidad  no deberían propiciar la discusión. La realidad es otra.

Premios para reflexionar.  Al premiarse obras que no pueden exponerse en permanencia y tampoco caben en los depósitos, hay un desperdicio indiscutible, aunque fotos, videos y diseños registren las instalaciones cuestionadas y galardonadas. Nos referimos en particular a la obra de Ariadna Canaán, la  demolida “Casa de Piedras” y su impresionante volumen de escombros, un premio audaz, defendible e impactante, independientemente del planteamiento ideológico -algo demagogo-.

Igual o más compleja situación, aunque totalmente contrastante por materiales, colorido y efectos centelleantes, plantea la “hipnótica” y monumental “Cibercity”  de Luis Arias Pérez -uno de los raros premios que fascinan al público-, además de una conservación muy delicada. Idénticamente, nos preguntamos adónde se refugiarán los inteligentes, impecables y múltiples elementos de “Modern Tropic” –autores Engel Leonardo y Laura Castro–, deliciosamente lúdicos y ricos en connotaciones.

La única solución reside en la necesaria construcción de nuevos espacios –reserva y exhibición– para el MAM, que permitan una cohabitación sin límites. Segunda opción, anhelada por muchos, es que la bienal vuelva a la premiación por categoría, por cierto implícita en la cantidad de premios asignados, ocho…  ¡correspondiendo a las ocho categorías definidas en bienios anteriores! Es un tema que exige un estudio muy serio para la próxima edición del evento. Por una parte, es absurdo cuestionar los valores que han hecho la historia del arte nacional, por otra no podemos detener la libertad de la creación contemporánea.

El Gran Premio y otros. Ahora bien, el Gran Premio de la bienal, atribuido a Joiri Minaya, por un doble aporte, “Metonimia” y “Satisfecha”, video y “performance”, queda como una incógnita, pese a las sibilinas explicaciones del jurado. Si consideramos injusto descargar imputaciones en contra de una joven merecedora de estímulo, su máxima premiación no se entiende, ni siquiera en el aspecto conceptual… ¡a menos que hayan decidido encumbrar a una obra que no se parece a ninguna otra! Es también la única obra repulsiva, y su galardón, una agresión a la estética del arte dominicano, preservada hasta en nuestra contemporaneidad más radical.

El modo de elección del Gran Premio, para próximas bienales, amerita una revisión. De lejos, se hubiera preferido, para tal distinción, al espléndido y descomunal dibujo de Ángel Urrelly, una “Genealogía” hondamente crítica, deslumbrante en refinamiento, labrado y economía de medios… ¡y cualquier pared de museo lo puede acoger! Los demás premios –con la misma observación sobre la suerte de las instalaciones– otorgados a  las ingeniosas “Vibraciones bajas” de Patricia Castillo,  a las extrañas marionetas de Julianny Zaira, a la foto intervenida de la muy talentosa  Citially Miranda son plausibles, mientras el video de Polibio Díaz se destaca más por el contexto político, sorprendente en su autor, que por la calidad técnica… ¿volvemos a la moda de las imágenes fallidas?

Las doce menciones, a pesar de su número excesivo, se justifican, con excepción  del homenaje a Domingo Liz por José Cestero, una pintura que no cabe en la contundencia real imaginaria a la cual nos ha acostumbrado el querido maestro: en vez de una concesión a la trayectoria, cabría un tipo de distinción especial.

¡Y volveremos a visitar la bienal, donde hay muchas obras no premiadas tan llamativas como dignas de atención!

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