De primera intención

De primera intención

Este anochecer nos congrega la cultura en el mes de la palabra encarnada en Cervantes y Shakespeare, y nos honra presentar a ustedes el último texto de esta eterna muchacha de la literatura que ha bebido de la fuente de la juventud remozándose cada vez; creemos que la clave de Soledad Álvarez es la forma elegante y pulcra para eludir el énfasis en todas las cosas, incluyendo su poesía y sobre todo su prosa, que es de la cual nos toca hablar ahora.

Soledad matiza todo de un vago aire de ternura muy de ella y muy moderno. Ahora bien, ¿en qué se parece y en qué se diferencia de las demás mujeres escritoras criollas? No podemos profundizar en este aspecto por razones de espacio, sin embargo, y hablando de la prosa ensayística y periodística nacional, salvo dos monstruos de gran altura como Camila Henríquez Ureña y su prima Flérida García Henríquez –Flérida de Nolasco- y algunas otras personalidades respetables, no ha habido una preocupación tradicional por la prosa en el ensayo literario, y quizás por eso no abundan. La prosa de ficción y la poesía, desde el romanticismo tuvo frecuentadoras excelentes.

Volviendo a lo que nos concita esta noche, a Soledad, sabemos que se dio a conocer primero como poeta, y que su primer éxito fue luego de su regreso de Cuba con la Magna Patria de Pedro Henríquez Ureña con el que obtuvo el Premio Siboney de Ensayo, es decir, en prosa de no ficción.

Sus colaboraciones regulares en los suplementos dominicales, especialmente durante su época de subdirectora del suplemento Isla Abierta, junto al maestro Manuel Rueda, demostraron que la muchacha no sólo hacía versos siguiendo una tradición hispana, sino que tenía bagaje cultural gracias a sus selectas lecturas y una prosa tersa y clara.

Eso la acerca un poco a las primas citadas, con una salvedad: Si  bien Soledad toma la literatura en serio como ellas, lo hace en sentido lúdico. Ella no está en el aula, sino en la literatura misma. Soledad no cae en el sacro pecado de la pedagogía, leerla es disfrutar con ella la letra impresa, el fervor y el sabor de lo que impactó su sensibilidad.

Aunque era parte del grupo y de las tertulias de su generación, Soledad montaba tienda aparte. Leía cosas que otros desconocían, citaba detalles y matices de otros autores que eran revelaciones. Demostraba ser una magnífica lectora. No todo el mundo digiere lo que lee, de ahí que un Jorge Luis Borges nos asombre siempre por lo insólito de sus hallazgos de lector. Saber leer y comentar lo leído ha sido uno de los grandes aciertos de nuestra autora y la diferencia un poco de las demás.

Como bien dice ella en la Advertencia a los lectores en su De primera intención (Ensayos y comentarios sobre literatura): “Los textos que integran este volumen fueron escritos para conferencias, actos de presentación de libros y periódicos. Son, pues, de primer intención: francos, espontáneos, no definitivos: lecturas de aproximación que se detiene en aquellos aspectos que de entrada llamaron mi atención.” Más modestia es imposible.

¿Realmente se trata de eso nada más? Soledad no improvisa, por más que escriba a vuela pluma, urgida por la prisa o por el estrés, sacando tiempo a sus obligaciones, siempre ha sido minuciosa y precisa. Le gusta hacer bien lo que hace. De modo que este libro, donde ya esas antiguas colaboraciones se convierten en literatura, son un muestrario de su quehacer. Quien lea sus Complicidades (Editora Taller, 1998), y De primera intención, tendrá una idea cabal de lo que es capaz de hacer.

Lamentablemente no nos corresponde hablar de su exquisita poesía, pero sí de que, contrario a lo que ella dice, debemos tomarla en serio y respetarla como ensayista y como comentarista, ya que a pesar de su generosidad y su elegancia al no destacar los defectos sino lo mejor de los textos que comenta, gracias a algo innato: a su buen gusto, como buena gourmet cultural, tiene originales aciertos críticos.

Recomendamos este libro como la lectura de una lectora. No hay desperdicios en sus comentarios. Cuando nos asomamos a su conocimiento profundo de Pedro Henríquez Ureña, de la generación dominicana del sesenta, de sus preguntas generales sobre la literatura y el por qué de la poesía, sobre intelectuales y especialmente sobre Manuel Rueda, a quien dedica tres de sus ensayos, acerca de José Rafael Lantigua, José Alcántara Almánzar, Alexis Gómez Rosa, José Mármol, Basilio Belliard y Junot Díaz, entre los nuestros, o internacionalmente de Álvaro Mutis y Adolfo Castañón, para rematar en el que adoro de este volumen: “Tras las huellas de Marguerite Yourcenar”, uno de esos textos que uno relee con renovado placer, sospechando que dentro de Soledad vive una periodista cultural que cuando despierta y hace complicidad con la poeta que la habita, encanta y deleita; deleita y encanta.

Entonces sabemos que en ella hay placer por la palabra bien escrita, por el verbo hecho texto, y hay, sobre todo, una  muchacha espléndida en su eterna juventud que con suma elegancia y gran donaire, continuamente evade caer en los pozos del énfasis huero, de la frase barroca y del relumbrón metafórico; en fin, una muchacha que, sin proponérselo, transita el camino que lleva a convertirla en una escritora clásica. Nada más y nada menos. Amén.

Soledad Álvarez

Además de poseer una breve pero importante obra poética, la autora es también una ensayista de valía que en cada texto evidencia su sólida formación

En síntesis

Minuciosa y precisa

Soledad no improvisa, por más que escriba a vuela pluma, urgida por la prisa o por el estrés, sacando tiempo a sus obligaciones, siempre ha sido minuciosa y precisa. Le gusta hacer bien lo que hace. De modo que este libro, donde sus colaboraciones periodísticas se convierten en literatura es un muestrario de su quehacer.

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