De prisioneros, indultos venales y peligros

De prisioneros, indultos venales y peligros

POR JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Se preguntaba Horacio, el poeta latino, ¿quién fue el horrendo ser que inventó la espada? Pero erraba, se equivocaba, incurría en un «Equívocus» -por señalárselo en su lengua. Lo horrendo no es la espada. Lo horrendo es el hombre, capaz de matar con cualquier cosa, capaz de convertir en flecha o lanza la encantadora inocencia de una rama de árbol. Caín no necesitó espada para asesinar a su hermano Abel. Repito, lo horrendo es el hombre.

Entre los dominicanos venimos sufriendo un terrible aumento de la criminalidad, ¿es porque somos más? ¿Es por las deportaciones de delincuentes desde los Estados Unidos, donde han aprendido nuevas técnicas criminales fortalecidas por el uso de droga?

Me parece que el centro del mal está en la impunidad venal, tanto de la policía como de la justicia y el gobierno. Digo mejor: de las policías, de las justicias y de los gobiernos, porque no es mal de ahora aunque resulte espantoso su incremento, movido por desesperaciones populares mal encauzadas debido al detestable desempeño del actual gobierno, donde la injusticia social y las descomunales mentiras han alcanzado niveles surrealistas.

Las situaciones más insólitas empiezan a acomodársenos dentro, poco a poco pero persistentemente, como consuetudinarias. Si leemos que durante el pasado fin de semana fueron robados equipos fundamentales del Archivo Central y del Departamento de Seguimientos y Medidas del Palacio de Justicia, situados en la segunda y tercera planta del edificio, donde en junio pasado fue violada la puerta de la oficina de Impuesto Interno de esa «institución», ya no aparece el asombro y la indignación se oculta como un pequeño ratón en una rendija.

Ahora nos enteramos de que narcos, homicidas y reconocidos miembros de asociaciones de malhechores, así como reclusos que no han sido condenados, forman parte de la lista de prisioneros que serían beneficiados con su liberación mediante indulto el próximo 16 de agosto.

Nada menos que el Procurador General de la República, Víctor Céspedes Martínez ha hablado reiteradamente de la carrera de los «indultos récords» en la cual llevan la delantera los condenados por actividades como narcotraficantes. Le siguen los asesinos, y en tercer lugar aparecen quienes cumplen penas por formar parte activa de bandas criminales.

Conforme a una lista en posesión del diario El Caribe, el 53% de los evaluados para indulto presidencial, están condenados por violar la ley de drogas o por homicidios. 174 por drogas y 107 por homicidios. 100 de quienes integran la lista cumplen penas por formar parte de «bandas» o «asociaciones» criminales. Lo morrocotudo del caso es que quien coordina la Comisión de Indultos es, precisamente, el Procurador Céspedes Martínez.

¿Y entonces?

En febrero de 2001 el ex Procurador Virgilio Bello Rosa anunció el apresamiento de una organización que se dedicaba a la venta de indultos, pero la práctica ha continuado. Ahorcó hasta a la llamada «Reina del Extasis», indultada en diciembre de ese 2001 mediante falsos certificados médicos y con su caso pendiente de apelación.

El Procurador Céspedes Martínez admitió, la semana pasada, que solicitó a la Policía el apresamiento de un Supervisor de Prisiones reiteradamente acusado por varias reclusas de cobrarles un millón 145 mil pesos para conseguirles el indulto. Pero no es un caso aislado ni poco común, y el Procurador lo sabe.

El Gobierno actual ha indultado 2,040 presidiarios más que la administración anterior.

¿Cuánto dinero se habrá movido en estos manejos?

Nuestras cárceles son un infierno de hacinamiento, crecimiento del odio a la sociedad y perfeccionamiento en la sofisticación y saña del crimen.

El problema carcelario es complejo y suele estar repleto de defectos, pero la solución no es, por supuesto, liberar a los delincuentes y acercarnos al 23 de marzo de 1903 cuando el general Remigio Zayas, apodado el Cabo Millo, organizó una conspiración para soltar a todos los prisioneros de la Fortaleza Ozama. A la una de la tarde Cabo Millo disparó al aire su revólver, dando así la señal para que el carcelero abriera todas las celdas. Se asaltó el arsenal y se entregaron armas a los criminales que se lanzaron sobre un Santo Domingo aterrorizado. Ciegos de odio contra quienes habían participado en su encarcelamiento y contra la sociedad en general, borrachos algunos, desataron una espantosa ola de terror y crimen que, en mi infancia, escuchaba relatar con pavor a quienes vivieron aquellos días.

¿Es eso lo que se busca?

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