De protestas en las calles, dislates y prejuicios

De protestas en las calles, dislates y prejuicios

Cesar Pérez

Es un dislate creer que quienes protestan son “marionetas del imperialismo”

Uno de los peores daños causados por la presente pandemia es que ha limitado significativamente el uso del espacio como lugar que potencia las relaciones interpersonales, donde mejor y con mayor intensidad se produce la diversidad de actores y de opiniones.

El covid-19 aparece un momento de auge de diversas protestas de carácter social y político en todo el mundo, escenificadas donde nació, se desarrolló y se desarrolla la política: la calle, la plaza. Con su aparición, ha prácticamente expulsado la gente de esos espacios, pero no ha extinguido completamente esas protestas que, como el fantasma aquel, recorren el mundo entero. Solo desde esa perspectiva se puede entender unas protestas que lejos de extinguirse, se avivan sostenidamente

Las sostenidas expresiones de descontento, de demandas y condena a gobiernos de diversos signos, tienen ya un par de décadas. Muchos de quienes las iniciaron rondan y hasta sobrepasan ya los 40 años, y algunos están en los 50, constituyéndose en dos generaciones que se han formado en estas lides.

En tal sentido, es un fenómeno sociológico y político que lejos de diluirse tiende a ampliarse, fortalecerse y diversificarse con el tiempo, porque las causas que lo originaron están presentes, sin visos de desaparecer. En la Europa desarrollada, la diferencia entre las generaciones del dopo guerra y las surgen después de los años 80 se ensancha cada vez más.

La presente generación, tiene serias limitaciones para acceder al empleo, a la vivienda y diversos bienes y servicios. En países como España, Italia y Grecia, el desempleo en jóvenes de 25/35 años sobrepasa el 30%. Junto a Francia, son los países de más extensas y recurrentes protestas.

Muchos logran grados y doctorados universitarios, pero sus salarios no les permiten la seguridad y servicios sociales que tuvieron padres. Si logran empleos, tienen que pagar casi el 60% de su salario por el alquiler de un apartamento de 35/45 metros. En Roma, como estudiante, yo compartía un pequeño apartamento con un amigo. Posteriormente este lo compró y lo dejó a su hija, con doctorado en física, al igual que su marido.

Con doctorados, ambos viven en el apartamento en que vivió su padre como estudiante. Las generaciones de 30/40 años atrás tenían mayores posibilidades de empleos y calidad de vida que las presentes.

Eso se agrava por la voracidad del capitalismo y el abandono del Estado de sus obligaciones de ofrecer viviendas/suelos accesibles, de educación de calidad y de empleos que se correspondan con la formación y la cantidad de informaciones del joven de hoy. En esencia, son esas iniquidades, cuando se conjugan con una carencia extrema de bienes y servicios básicos, el origen de protestas abiertas y soterradas en países no capitalistas, como Cuba.

Allí, esa circunstancia, que agrava el bloqueo (sin ser su causa última), se dirige contra el generalizado desabastecimiento de productos básicos, generado por un sistema productivo obsoleto e ineficiente, incapaz de producir bienes elementales y la falta de espacio para procesar democráticamente unas demandas que además de justas, son indetenibles.

No negar que los aparatos de espionaje y subversión de los Estados Unidos, que tantos crímenes y delitos han cometido en el mundo, quisieran su expansión, pero constituye un dislate creer que quienes protestan son “marionetas del imperialismo”, para justificar su represión. Durante la guerra fría, quienes luchábamos por libertad, justicia y participación éramos llamados “títeres del comunismo”. El mismo dislate, el mismo prejuicio.

España, Italia, Francia y Grecia, los países de más extensas y recurrentes protestas