De pueblo, de médicos e inconsecuencias

De pueblo, de médicos e inconsecuencias

Porque ¿quién puede entender la extendida,  desagradable y dolorosa lucha del sindicato de médicos, encabezado por un doctor que carga con el comprometedor nombre de Ariel, ese positivo y maravilloso personaje creado por José Enrique Rodó en 1900, en cuya génesis se mezclan el Calibán de Renán y “La Tempestad” de Shakespeare, para llevar –Ariel- una llamada al espíritu de la juventud y una defensa al hombre integral?

   ¿Qué pensaría el ilustre escritor montevideano, quien distingue en su obra, primero: La defensa del hombre como realidad integral frente a la especialización que deforma su esencia e impide  la defensa del espíritu frente al avance de la técnica.

   ¿Que el idealismo es muy bello y perfumado y la realidad de las necesidades vitales inconcesivas e impacientes son rígidas, áridas, despiadadas e inclementes?   Sí.

   Y no puede ser menos que indignante el hecho de que las autoridades mayoritariamente elegidas libérrimamente por el pueblo para que lo represente y lo defienda, no se dediquen, seriamente, concienzudamente, a dignificar la vida de los   médicos, de los militares y policías, por no incluir a una supernumeraria empleomanía estatal que, además de tradicionalmente incapacitada, nunca fue eficiente y válida, sino políticamente útil o invalidada en sus eventuales quejas mediante magros recursos de supervivencia.                                                                                         

Ya se sabe, y no por reportes politiqueros  sino por honestos estudios, que la gran mayoría de los dominicanos que están empleados, que tienen trabajo, no reciben un salario que les permita vivir modestamente. ¿Cómo se las arreglan para sobrevivir? No  tengo la menor idea, y dudo que alguien honradamente la tenga. ¿Adónde lleva tal situación? A la desesperación, al decaimiento, a la depresión multiforme…y al gran delito.

   La carrera de medicina es tremendamente exigente en muchos sentidos y quienes logran graduarse, bastante bien o bastante mal, con excelencias académicas o tercas persistencias que sobrepasan carencias fundamentales, merecen respeto y retribución.

   En alguna medida habrán de ser útiles al país. En caso extremo, servirán de ejemplo de esfuerzo, de constancia y disciplina, aunque carezcan de brillos mentales e intuiciones exitosas.

   Pero resulta que no se trata del único grupo profesional maltratado. La injusticia social es monumental. Uno –extrañamente- todavía se asombra de que  los representantes y defensores del pueblo, llámense congresistas o regidores o lo que   sea, se aumentan descomunalmente sus sueldos, ya altos de por sí y cargados de ventajas  que no se manifiestan en la población.

   Parecería que existe en torno a los médicos, los congresistas y el sufriente pueblo lo que los alemanes llaman “círculo diabólico” (Teufelkreis). Lo peor es que las injusticias sociales se van fortaleciendo. La brecha entre pudientes y carentes se agranda y profundiza como un precipicio maldito. A eso hay que ponerle atención.

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