¿De qué crisis hablamos?

¿De qué crisis hablamos?

Todo lo que se exprese como la manifestación aguda de una afección, sea un dolor de garganta o la mala gestión de un gobierno, entra dentro de la categoría de crisis. Son las llamadas crisis los momentos decisivos y peligrosos en la evolución de alguna situación.

Sin embargo y a pesar de la percepción que podamos tener, crisis no significa que todo sea malo en ella. La sabiduría oriental nos orienta en ese sentido y, en los hexagramas chinos, el término crisis se representa mediante dos símbolos aparentemente contradictorios que significan peligro y oportunidad. Esto nos orienta a pensar que, por más grave que sea la dificultad, depende de la persona o de los grupos sociales que la sufren el que perjudique o que beneficie.

[b]LA NORMALIDAD DE LA CRISIS[/b]

Es cierto, hay peligro cuando la situación es crítica, pero también existe la oportunidad para salir adelante y triunfar. No olvidemos que en toda actividad humana dos acciones opuestas y en sentido contrario luchan constantemente tratando de sobreponerse al otro. La pugna es para disputarse la posición de principal aspecto de la contradicción y, cíclicamente, cada una de ellas asume ese papel de manera transitoria. En la angustia, siempre hay ganadores y perdedores. Todo depende de quién mejor mida los riesgos y aproveche las condiciones, así como que cuente con los recursos y las habilidades para lograrlo.

Tenemos que admitir que el estado habitual en la sociedad que vive la mayoría de la humanidad es la crisis. No importa que se resida en Estocolmo, en Beijing, en Marruecos o en Australia. En todo momento algo está en dificultad aunque afecte de manera diferente a los estratos sociales que componen cada sociedad. Además, nunca existe una sola crisis, sino un conjunto de situaciones que afectan a diferentes actividades de la sociedad, así como a diferentes sectores sociales. Siendo esto así, lo mejor que puede pasarnos es que no nos dejemos atemorizar por el espectro del cambio negativo que nos presentan los medios de comunicación. Debemos buscar las formas de aprovechar lo que tiene de oportunidad al tiempo que desechamos lo que porta de peligro.

[b]PARA ENTENDER LAS CRISIS[/b]

Las crisis y sus efectos pueden compararse al permanente y eterno efecto de las mareas. Cíclicamente y a diario, las aguas de los mares suben y bajan. Unas más y otras menos, provocando bondades y maldades según como sean aprovechadas por la humanidad. En algunas costas de los océanos Pacífico y Atlántico las variaciones de las mareas son de varios metros y se aprovechan tanto para pescar como para producir energía. En otras partes del mundo, como en nuestras islas caribeñas, los cambios son de algunos centímetros y apenas podemos aprovecharlas.

El efecto de las mareas, por tanto, depende de cómo lo aprovecha cada elemento o persona. Por ejemplo, los cambios de nivel de las aguas no afectan por igual a los pilotes de madera que sostienen los embarcaderos. Asimismo, las dificultades no afectan por igual a todos los estratos sociales y económicos de una nación. La parte inferior de los pilotes de un muelle está siempre sumergida y acomoda su estructura interna a la permanente humedad. No se pudre mientras esté bajo el agua aunque, si fuera extraída de allí, se transformaría en una pieza inservible. Asimismo, los estratos más pobres de una sociedad humana sufren permanentemente de las crisis porque sus ingresos son siempre menores a los gastos necesarios y suficientes para sobrevivir. Para éstos, los apagones no tienen la mayor importancia porque, habitualmente, tienen tan pocos efectos eléctricos que su cotidianidad no se ve afectada como en otros niveles de la sociedad con mayores niveles de ingreso. Para los pobres cualquier precio de los alimentos está por encima de sus disponibilidades. La noción de barato no tiene un efecto tan notorio como para el resto de la población porque, en ese sector social, todo será siempre caro e inaccesible. La eternidad es una de las características de las angustias sobre los más pobres de cualquier nación porque, dentro del capitalismo, no tienen forma de escapar de su pobreza a pesar de los permanentes discursos de los políticos que alegan luchar contra ese flagelo de la humanidad.

La parte superior de los pilotes que soportan el tablero del embarcadero, rara vez es sometida al maltrato del agua de mar a menos que la azote un huracán violento que arrase con todo. Cuando ese extremo de la estructura de soporte resulta afectado, es porque todo lo demás ha sido devastado. De la misma manera, los más ricos no se ven tan afectados por las crisis porque tienen los recursos materiales, políticos y sociales para disfrutar de equilibrio económico y de impunidad absoluta. El champaña puede variar de precio y eso no los separará de sus exquisitas preferencias porque tienen lo suficiente para satisfacer sus gustos. La tarifa eléctrica podrá subir cuanto quiera y ellos no cambiarán sus hábitos de consumo. Sólo cuando el sistema económico se tambalea es cuando resultan afectados y, aún así, la mayoría sobrevive al desplome y se recupera con la superioridad relativa de sus fortunas.

Pero la parte del pilote de madera que más sufre de los embates de las mareas es aquel que, alternativamente, se moja y se seca cuando aquella sube o baja. Esa alternabilidad de humedad y sequía es lo que pudre a la mitad de su extensión los postes que sostienen el embarcadero. Por tal razón, la parte de la estructura que tiene que ser protegida o reemplazada a menudo, según las variaciones del clima y de las mareas, es la intermedia. Algo semejante ocurre en la sociedad, donde la clase media es la más afectada por las dificultades, llámense éstas alzas de precios, apagones, huelgas médicas, devaluación monetaria o represión política. El pequeño burgués sí siente cuando los productos encarecen porque tiene que modificar negativamente de manera forzada sus estilos de vida. En casos de crisis como la que ahora en 2004 sufrimos los dominicanos, los niveles de pobreza han secuestrado a gran parte de la clase media hasta llevarla en desesperación hasta las yolas o hasta la puesta en práctica de mecanismos absurdos e ilegales para evadir la grave situación que los agobia. No obstante, esos sectores medios de la población son los que, históricamente y en medio de los cambios, han funcionado como los motores de la historia. Son los que crean mayor opinión pública y, por lo tanto, un nivel de conciencia más elevado en el resto del pueblo. Son, asimismo, los más combativos y decididos en los momentos difíciles, vale decir, durante las crisis. Prácticamente todos los movimientos populares a lo largo de la historia de la humanidad han sido encabezados por pequeño burgueses que sintonizan su pensamiento y su acción con el momento crítico y son los que han encontrado las soluciones circunstanciales, forjando un liderazgo poderoso.

[b]CRISIS EN PROCESO DE SOLUCIÓN[/b]

Aunque el estado es de crisis permanente, las intensidades con que éstas influyen sobre nosotros varían dependiendo de los esfuerzos para resolverlas. Por ejemplo, uno de los grandes cambios que caracterizan a América Latina desde los años ochenta es el predominio de la “democracia electoral” y la reapertura de los parlamentos. Producto de la lucha de los pueblos y la readecuación del mundo, las dictaduras militares han ido perdiendo terreno y los principios democráticos han ido ganando terreno. Eso no quita que el imperio se haya tornado más agresivo y dominante en la medida en que sus represivos representantes van perdiendo el monopolio de la violencia.

Nuevos actores asumen gran parte del escenario con una fuerza nunca antes vista. La llamada “sociedad civil” surge con nuevos bríos tratando de arar el porvenir con nuevos bueyes. Ésta se organiza y toma más fuerza cada día merced al deterioro moral y la pérdida de credibilidad de los partidos políticos y de las instituciones gubernamentales. Como expresión de la democracia directa ha obtenido el derecho a aportar sugerencias y a ejercer un arbitraje que se hacía indispensable en estos momentos de transición política mundial.

De ahí que tengamos que aprender a vivir con la crisis y a aprovecharla según la mejor conveniencia del sector social que representamos. La sabiduría oriental nos lo dice: crisis es igual a peligro, pero también equivale a oportunidad. Aprovechemos la oportunidad midiendo los riesgos que el peligro puede representar porque sólo así podremos superar la angustia y salir adelante.

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