¿De qué nos sirve el Senado?

¿De qué nos sirve el Senado?

La nueva Constitución dominicana, la proclamada el 26 de enero del 2010 por la Asamblea Nacional, no por una Constituyente,  como debió ser, por derecho natural  de los pueblos, el Título III, es dedicado al Poder Legislativo y la Sesión 1,  artículos 78-80,  al Senado de la República. A su composición,  los requisitos para ser senador y  sus atribuciones. Su laconismo no nos dice del enorme poder que encierra. “La función legislativa se ha considerado siempre como la más cercana a la ciudadanía” y el espacio específico para debatir y  mantener vigente el cumplimiento del  mandato constitucional y de sus propias leyes. Pero, si abjura de su independencia, por la sumisión, cabe preguntarse: ¿de qué nos sirve el Senado de la República?

La primera respuesta es simple: de nada. No siempre ha existido el Senado, lo que significa que no es imprescindible. Se ha mantenido ciertamente  por inercia. La rutina de mantener dos cámaras legislativas, cuando es factible y conveniente unificarla en interés de la nación. Con el sistema  bicameral ocurre lo mismo que con la función pública donde existen multiplicidad de organismos oficiales paralelos, inoperantes e infuncionales sostenidos por la práctica abusiva del clientismo y el boato.

“Ello es por lo que a menudo me he peguntado – confiesa el profesor Luis López de Mesa, al comentar el proyecto de reforma del Presidente López Michelsen, de Colombia –  si no es un tanto ingenuo mantener dos cámaras legislativas, en país poco abundante de guiones intelectuales y en un sistema político, además, que no ofrece distinción de origen o tareas que imponga dicho ordenamiento. Antes, es presumible que una sola satisfaga mejor la indeclinable conveniencia de elegir sus componentes con acrisolada selección  y empeño funcional más útil.” Entre nosotros, y en otras latitudes,  más de una vez el Poder  Constituyente -no golpes de Estado-  más democrático, participativo, progresista  y apegado a los intereses generales de la nación, lo ha suplantado. Han instituido el sistema unicameral: más ágil, eficiente, autónomo,  y representativo. Menos dispendioso y de mayor calidad.

En países avanzados donde impera la cultura del respeto a la ley y a la institucionalidad;  donde la separación de los poderes del Estado y su independencia no es un mito, el Senado, como elemento de control político, ha jugado su rol. Porque se respeta a sí mismo y respeta a los ciudadanos que lo honran con sus votos para que  los represente y les sirva dignamente, como mandatarios.

Empero como van las cosas aquí y en otros países donde la Constitución es meramente un pedazo de papel, como ilustrara Ferdinand Lasalle, y el poder real no descansa en el pueblo, sino en el poder fáctico que le atropella: constituido, organizado, cohesionado, disciplinado, y oficializado, que responde sólo a una rancia clase retrógrada y dominante: política, militar, religiosa, económica y socialmente poderosa, que sabe para qué sirve y cómo usar el poder, sin parar mientes en  legalismos, ni escrúpulos de pendejos, así Dios se lo tome en cuenta. No el Pueblo,  hasta que un día “los indignados”, aparecen decididos con un nuevo mensaje y  otra vocación, hartos de tanta miseria y de tantos abusos.

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