Algo que llama la atención en las audiencias del caso del senador Bautista, son sus manifestaciones de triunfo. Particularmente, su fotografiada sonrisa. Muchas gentes no entienden su causa, pero es conveniente saberla. Es posible que este hombre esté convencido de que no existe culpa en absoluto en utilizar dineros públicos, siempre que se evada astutamente la ley sobre delitos contra la propiedad estatal. Puede que piense que hay muchos que han hecho lo mismo, y que otros tantos no lo hacen porque no tienen la oportunidad.
Bautista puede estarse riendo por la mucha protección que tiene en medios de poder, incluso, como se alega, en altas esferas de la judicatura. O piensa que son tantas y tan poderosas las personas que le han servido de cómplices, protectores y facilitadores, que se ha convertido en intocable. No es imposible que el senador tenga en menos el esfuerzo que hace el Ministerio Público, no porque éste haya parecido ineficaz, sino porque confía en la calidad de sus abogados, entre los cuales los hay de muy buenas familias. Puede ser que piense que ni siquiera los más interesados en las cosas públicas y en asuntos de institucionalidad y moral social, leen detenidamente, ni entienden bien acerca de los debidos procesos; y confunden el derecho con la justicia, ignorando que en nuestro sistema jurídico el derecho prevalece por sobre la justicia. Pero el personaje puede que se ría porque piensa que a mediano plazo estos temas quedan inconclusos, sin que la opinión pública se ponga de acuerdo consigo misma, ya que los grandes temas obligatorios y urgentes, tampoco son tratados con sosiego, imparcialidad y objetividad.
O es, tal vez, que Bautista es naturalmente risueño, especialmente por lo suave que le ha estado yendo; convencido de que toda esa discusión en torno suyo, mayormente, es cuestión de bandos, banderas, banderías, bandidos o bandoleros. Y que, si a eso vamos, el senador cuenta con un magnífico aparato de comunicadores, propagandistas, estrategas, interactivos y alabarderos, capaces de llenar los espacios comunicacionales con mensajes en defensa de su probidad.
Preocuparía mucho, sin embargo, que este hombre fuese simplemente un cínico, un ateo práctico o pragmatista, a quien toda esta bulla le importa poco; convencido, acaso, de que Dios no existe, de que eso de Jesucristo es una fábula clasista; como le enseñaron, quizás, en algún circulo de estudio. También podría tratarse de un caso de rebeldía, de esos en que el personaje no acepta que una sociedad hipócrita y de doble moral lo juzgue, ni le ponga tapujos.
Debería, empero, provocar bastante temor que este hombre sea tan solo una entre muchas de esas personas jóvenes a las que esta sociedad no ha sido capaz de enterar, ni convencer de que existen valores morales de alguna especie; de esos de los que oficialmente se habla tan a menudo. Quiera Dios que no sean raptos de soberbia y autosuficiencia, que sería lo más cercano al propio Satanás. En cualquier caso, esa risa debe preocuparnos. Convendría saber de qué se ríe Félix.