De qué verdad hablamos -el deber de estar vivo-

De qué verdad hablamos -el deber de estar vivo-

Búsqueda incesante. La búsqueda de la verdad para el ser humano es incesante porque vivir sin sentido le resulta terrible, desgastante, deprimente.

Veamos el tema del deber de estar vivo. Hay muchas personas que no valoran la vida: personas que matan sin el menor remordimiento por múltiples causas, la mayoría de ellas injustificables. Algunos por crímenes de odio, no aceptan que el otro tenga la piel de un color diferente a la suya o que su preferencia sexual no sea heterosexual; otros más, consideran a los pobres personas inferiores y quisieran eliminarlos de la faz de la tierra; existen los que dividen la tierra en los superiores y del norte y los inferiores del sur, aseguran que estos últimos ni siquiera deberían opinar sobre los asuntos planetarios y simplemente adherirse a las opiniones y decisiones de las grandes potencias del norte. Hay otros que no valoran su propia vida y se exponen constantemente. Buscan morir, en la mayoría de los casos, porque la vida se les hace insoportable (drogadictos, alcohólicos, amantes de los deportes extremos que necesitan sentir la adrenalina correr constantemente por sus cuerpos). Pero están esos que, sencillamente, toman la decisión de desaparecer de una vez por todas; pronto y súbitamente, a través del suicidio. Para estos últimos su verdad es tan dolorosa que no pueden con lo que se ha convertido en un peso insoportable.
Estar vivo es una responsabilidad que viene atada al cuidado de sí. Hemos nacido para formar parte de una comunidad. Vivir solo para uno mismo, sin pensar en el bien común es una aberración propia de un individualismo egoísta y extraño. Aquel que no se preocupa por los demás al fin ni siquiera se preocupa de sí mismo porque sus acciones retornarán, duplicadas en tiempo e intensidad como si de un búmeran se tratase. Poco a poco los demás se van dando cuenta de quién es y de qué lo mueve a actuar de la manera que lo hace y, entonces, se van alejando. Estas personas caen en el ostracismo al que sus propias acciones las arrastran.
Erich Fromm (1999) en su obra “Ética y Psicoanálisis” asegura que el deber de estar vivo es el mismo que el deber de llegar a ser sí-mismo. Por otro lado, pero en el mismo orden de ideas, conservar el propio ser significaba para Baruch Spinoza llegar a ser lo que uno es potencialmente (Spinoza, 1958). Pero si no sabemos quiénes somos, ni de dónde venimos, ni tampoco a qué venimos a esta tierra cómo podemos llegar a ser lo que uno es potencialmente. El ser humano tiene muchas potencialidades para desarrollar, pero ¿cuál es la que le toca a cada quien desarrollar para poder ser lo que verdaderamente tiene que ser? ¿Cómo saberlo? La respuesta a esta pregunta podría coadyuvar a que los hombres y mujeres tomen el camino debido para lograr desarrollarse en aquello que le dará felicidad y sumará valor a la raza humana para el bien de todos. El ser humano nace y muere solo, pero durante sus años de vida en esta tierra busca constantemente la compañía de otros, el asunto no es planificado sino algo instintivo y que pudiera quizás tener oculto en sus raíces la verdadera razón de su existencia, vivir en comunidad para que todos podamos ser lo que debemos ser. Gran logro sería desenterrar ese gran misterio donde la verdad se oculta desde los vínculos de la subjetividad y la verdad. Martin Heidegger, explica que “la forma específica de ser que corresponde al hombre es el «ser-ahí» (Dasein), en cuanto se halla en cada caso abocado al mundo, lo cual define al «ser-ahí» como «ser-en-el-mundo» .

Y este es el gran problema: la incapacidad de conocer la verdad a priori y más aún la verdad última, la verdad absoluta. Verdad necesaria para conocerse, para utilizar la vida que tiene para lograr las metas debidas según su razón de ser. Como aquella correspondiente a la eterna pregunta sobre el alma; ¿qué es?, ¿de dónde viene y a dónde va? En fin, las eternas preguntas que no nos cansamos de repetir: ¿qué hay después de la muerte del cuerpo físico?, ¿existe o no la reencarnación?, ¿por qué nacimos y morimos solos y porque venimos a este mundo a vivir entre gente? Son, prácticamente, las mismas que plantea Juan Pablo II en su encíclica Fides et Ratio, pero todo se reduce a una sola cosa la verdad absoluta. Conociéndola todo quedaría claro y todo tendría sentido. Y es que el hombre como bien manifiesta David Alvarez (2018) mientras más se conoce más se pregunta y luego, preguntas, respuestas y reflexiones formarán parte de su vida porque todo aquello a lo que el ser humano entrega su interés forma parte de su vida.

La búsqueda de la verdad para el ser humano es incesante porque vivir sin sentido le resulta terrible, desgastante, deprimente. Entonces, las personas buscan una razón por la cual vivir. Pero al desconocer las respuestas de las preguntas fundamentales y por tanto transcendentes insisten en encontrar “la verdad” porque se dan cuenta que viven en un mundo de apariencias y que la realidad de las cosas no se manifiesta de manera evidente, aunque los poetas tienen un contacto directo que les permite conocer el ser de las cosas y una realidad que es más difícil de aprehender para los demás. Algo tan simple como conocer las cosas tal como son resulta aun imposible para la mayoría. Conocemos hasta donde alcanzan los avances científicos del momento, pero no conocemos la verdad absoluta; conocemos hasta donde nuestra cultura nos permite; hasta donde nuestras creencias, intelecto y preparación académica y espiritual nos permiten.
Pero para complicar las cosas un poco más, siempre corremos el riesgo de que el ojo observador cometa errores o no sea capaz de ver todas las aristas de la cosa observada y por tanto se le dificulte el reconocimiento de la verdad. La verdad es lo que es (como bien asevera el budismo) …, pero cómo podemos probar que lo que es, no es de otra manera. Cómo podemos probarlo hasta las últimas consecuencias, si el discurso sobre la realidad se basa sobre lo que se conoce y el conocimiento termina siendo limitado porque cambia en el tiempo y porque resulta inabarcable para el ser común que no dedica su vida a la búsqueda espiritual o de la verdad absoluta.

Nietzsche sobre lo que impulsa al ser humano hacia la verdad refiere que:
No hay nada tan inconcebible como el hecho de que entre los hombres haya podido desarrollarse un honesto y puro impulso a la verdad. Están ellos sumergidos en ilusiones y fantasmagorías; su mirada no hace más que deslizarse por sobre la superficie de las cosas, percibiendo «formas»; su sentir no conduce en parte alguna a la verdad, sino que se contenta con recibir estímulos y entretenerse, como si dijéramos, con un juguetón tanteo del lomo de las cosas. El hombre se deja engañar en los sueños, por los instintos. Por ello, se hace esta pregunta ¿De dónde le viene, el impulso a la verdad?

El pensador alemán refiere que no hay hechos sino solo interpretaciones. El sujeto es añadido por la imaginación. El intérprete también es una invención y también es una hipótesis. Se trata de la “Verdad hermenéutica de Nietzsche”. Insiste en que todo nuestro acceso a la realidad es una interpretación. Y es que buscamos la verdad a través del lenguaje que a veces nos queda corto como mediador. Según Sztajnszrajber (2016) lo que pensamos tampoco expresa de manera cabal lo real, porque siempre estamos reduciendo. Refiere que el pensamiento restringe, porque no agota lo real. Pero recuerdo una vez más que en oriente y en realidades como el budismo zen la verdad no se busca, sencillamente es. Sucede irrumpe cuando meditas, cuando dejas de pensar.

 

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