Ya son tres veces que nos sorprende con su indeseable visita, para provocarnos daños (en 1978, en 2021 y ahora, en 2025).
Y la única manera de reducir la posibilidad de que se produzcan nuevas presencias, es extremando los controles zoosanitarios en puertos, aeropuertos y en la frontera. Hemos dado pasos, pero es largo el camino a recorrer.
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Aunque debemos reconocer por mucho que hagamos (y sin excusa alguna debemos hacer todo lo que se posible para impedirlo) nunca podremos llegar a eliminar totalmente la posibilidad de que la Peste Porcina Africana (PPA) nos vuelva a sorprender si tomamos en cuenta que somos un país con un alto tráfico de personas y carga que entran y salen del territorio nacional, sin que podamos evitar que algunas de esas entradas y salidas escapen a los controles, como pudiera ocurrir en la frontera, donde el trasiego informal deja abierta brechas por las que se cuelan sorpresas.
Eso obliga, como medida preventiva, a fortalecer cada vez más los controles de bioseguridad en las granjas, incluidas las de patio.
Entre los controles están los externos, como tener mucho cuidado con la compra de animales, limitar el número de proveedores y seleccionar granjas proveedoras con buen estado de salud, establecer zonas de cuarentena para animales recién comprados, controlar el transporte de animales, establecer zonas de carga lejos de las naves, gestionar adecuadamente los cadáveres y controlar las plagas.
También están los internos, que incluyen limpieza y desinfección, manejo de diferentes estatus sanitarios y etapas de los animales, separación de la maternidad del resto de la granja, utilización de carteles para advertir el acceso restringido, registrar a los visitantes y a los vehículos que ingresen y establecer un cerco perimetral interno en los galpones.
La mayor prioridad ahora, para parar lo más rápidamente posible los daños, es ejecutar un plan bien coordinado entre el sector público y el sector privado para cerrar las granjas infectadas (grandes o pequeñas), a fin de hacer desaparecer el virus y, en consecuencia, eliminar la enfermedad.
Este plan debe ser asumido con mucha conciencia y responsabilidad, tanto de parte de las autoridades como de los propietarios de granjas, y debe conllevar la eliminación de todos los cerdos enfermos (en un ejercicio responsable, sin ataduras a intereses mezquinos o emocionales), con un posterior buen manejo de los cadáveres. Hagámoslo como si asumiéramos que la culpa no es de los cerdos, sino de quienes viven de ellos y deben cuidarlos, y también de aquellos que están obligados a garantizar la salud de estos animales en el país.