De Quijote y quijotes

De Quijote y quijotes

POR JOSÉ ENRIQUE GARCÍA
Hablemos de la vigencia del Quijote, me dice de sopetón. De la vigencia del Quijote, de sopetón le digo, hablemos… Era una de las tantas ocasiones ocasionales en que nos topetábamos en algún rincón del periódico Hoy, y solemos echar un párrafo Nelson Marrero y nosotros, generalmente de generalidades. De la vigencia sí, José, me vuelve a decir_ ah sí, por qué no, le contesto, esta conversación ya es parte de esa vigencia, le agrego, además, no esta de más echarse unos párrafo sobre este asunto, aunque sea llover sobre otras lluvias. En ese momento se celebraba el 1V centenario de dicho libro y las alusiones al mismo iban de una boca a otra, corrían los teclazos configurando consabidos asuntos en torno al susodicho libro que todo el mundo se acuerda y menciona – y ese es otro rasgo de su vigencia – pero que no todo el mundo ha leído de cabo a rabo _ y que falta hace- pues cada quien lee como puede y como se le apetece, y para eso, Don Quijote sí que se pasa de ser bueno, esto es, para que hagan con él lo que quiera: desde una moriqueta de dibujo animado hasta una chichigua que pronto soltamos en banda, pero en verdad, el Quijote se lee como la vieja guardia: agárrelo donde usted quiera y prosiga, y proseguirá de seguro, porque en verdad el libro entra a uno en lo que uno tal vez no está: en leer pendejadas que se le ocurrió a un manco en una cárcel para desviar el tedio tal vez, para empujar el tiempo pudo ser, para recordarse que aún era gente, para ahondar más allá del pellejo y los huesos, para oír lo único que de cierto queda después de todo: la palabra. De todo modo desde aquella conversación han pasado unos buenos días, y aquí, ahora, amigo Marrero, van los trazos que prometí escribir para estas páginas donde se verifica con harta propiedad lo de la vigencia, además de nuestra conversación al vuelo, que reitero que es también vigencia: no se atiende a lo que no tiene valor. Acudo a otros para ejemplificar con rotundidad.

En su libro Retratos, Geovanni Papini, en un trabajo sobre Miguel de Unamumo, dice lo siguiente de nuestro libro:

Una criatura artística, vital y existente como Don Quijote, puede ser tan infinita como eterna es. Todo espíritu puede introducir en ella parte del suyo, y enriquecerla sin deformarla; puede hacerle decir sus palabras, encontrando siempre textos que suministren pruebas para su intuición Al ser literalmente viva, se puede transmutar de mil maneras, como todos los seres vivos, y en el Don Quijote, como en la tierra y en el cielo de Shakespeare, hay, sin duda, muchas cosas a las que todavía no ha llegado nuestra filosofía.

Creo que aquí nos debemos quedar, suficiente estas contadas palabras del esteta italiano; mas para ratificar la idea, echemos unos cuantos párrafo más al asunto. Resulta que el Quijote desde que se publicó en Madrid en 1605 no ha dejado de influir en una muy buena parte de los textos que le prosiguieron y que ya son clásicos de la literatura del mundo, y que este libro cabalga sobre la literatura universal abarcando épocas y espacios, metamorfoseándose en los otros. Impulso ha sido y continua siendo, y ahí la aludida vigencia. Con sólo echar una ojeada de algunos libros que extienden la tradición, notamos como el par de personajes que se alternan en el decir y actuar, el uno y el otro, la cara y el envés, este y ese, la dualidad que encarna Sancho y el Quijote, se encarnan en diversos personajes hasta la hora de hoy. Y para comprobar esta observación, acudamos a dos muy clásicas novelas, la primera del muy propio siglo X1X, Bouvard y Pécuchet de Gustave Flaubert, publicada póstumamente en 1881, y la otra, del muy amplio siglo XX, Ulises, de James Joyce, publicada en 1922. Se trata de dos libros que promueven vocaciones, que conforman nuevos estilos y postulan tantas otras cosas que enumerar aquí es ocioso. Y en ella, de alguna forma, palpita la compuefta por un manco en una cárcel, don Miguel de Cervantes y Saveedra.

Veamos cómo opera este estímulo en ambos casos. En la edición de Tusquets, Editores de 1999 de Bouvard y Pécuchet, pág.70, leemos:

Los resortes de la vida se nos ocultan, las afecciones son demasiado numerosas, los remedios problemáticos y no se descubre en los autores ninguna definición razonable de la salud, de la enfermedad, de la diáresis, ¡ni siquiera del pus!

Pero tantas lecturas les habían trastornado el seso-

Visión utópica de la vida, procurar otra instancia del vivir en un espacio, mundo recreado a semejanza de sí mismo, reconstruir la existencia a partir del otro también, la dualidad genérica del uno y el otro, Quijote y Sancho, Bouvard y Pécuchet. Y desde luego, el arte como ejercicio de vida, la búsqueda de esa otra naturaleza. Influencia bien sentida en esta novela. Y el mismo Flaubert confirma el impulso del Quijote sobre esta obra. En la biografía que escribiera Herbetr Lottman, Círculo de lectores, 1989, leemos:

Ahora bien, veremos que Flaubert siempre tuvo intención de ser escritor; ya en la época en que iba al liceo escribía obras lo bastante dignas para ser publicadas. No hay duda de que su vocación literaria empezó con la lectura de Don Quijote en casa de los vecinos, y con el teatro – el verdadero – situado en el centro de Rouen que se representaba en la sala de billar del hospital. (Pág.33)

Más adelante, encontramos otra información que volumen da a este asunto:

En otra carta, con fecha algo posterior, Gustave anuncia que va a dedicarse, en lo sucesivo, más a la novela que al teatro; en ella menciona ciertos temas (en su mayoría extraídos del Quijote). En dicha carta, que lleva fecha del 4 de febrero de 1832, Gustave, que tiene por entonces diez años, vuelve a un tema que manifiestamente excita su orgullo.( Pág. 34)

Y con el Ulises, ¿cómo se establece la relación?. Es evidente, desde luego, a parte de viaje exterior del personaje central Leopoldo Bloom por una geografía demarcada, la ciudad de Dublín – muy cercana a la comarca de La Mancha – y ese viaje interior que arrastra las consecuencias todas de ser vivo. Aparte de eso, hay una razón de estilo esencial: la concisión. No importa la cantidad de páginas, lo que está es lo necesario y justo. Ezra Pound, con esa concisión que también le pertenece, bien señala esta relación:

Cervantes había parodiado a sus predecesores y puede ser admitido como punto de referencia para cotejar otra de las características de Joyce: su concisión.

(Ezra Pound, Ensayos literarios,

Monte Avila,1989,p.369)

Y tal es el impulso de este libro que cada uno de nosotros, a su modo, de la vida va haciendo un quijote, y esto es así, porque de sueños e imaginerías, aventuras e invenciones llena la cabeza tenemos, asuntos que a veces encuentran en que asirse, pero las más de veces, esos nomás, quijoterías_Y es así, ahora de vuelta a lo literario, que alguien con razón sobrada ha dicho: «todo lo que se ha intentado y encontrado en narrativa después del Quijote está contenido en el Quijote».

De la Biblia y el Quijote cada quien toma lo que mejor le acomode, lo que se ajuste a la situación dada, de ahí que no importa la forma de su lectura: se empieza aquí o allá, lineal o saltando; por este salmo o por este capítulo, por este versículo o por esta escena. Cada quien abre estos dos libros por el lugar que le sea apropiado al momento interior que agota su existencia; por la página, en fin, que le revela los intereses interiores que procura.

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