De reactivo a proactivo

De reactivo a proactivo

 JULIO SANTOS-CAYADO
Cada cierto tiempo, se repite en la prensa nacional e internacional alguna noticia de lo mal que los dominicanos tratamos a los ciudadanos haitianos que están ilegalmente en el país. Cortes internacionales, grupos religiosos, organizaciones sin fines de lucro, fundaciones de personalidades políticas estadounidenses, periodistas extranjeros y una quinta columna nacional, se dan a la tarea de presentar a la República Dominicana como un país esclavista, explotador de los inmigrantes haitianos, que trabajan o no en nuestro país. La voz cantante en estos menesteres parecen llevarla organizaciones y personas de Estados Unidos de América, Francia, Canadá y el Vaticano, que de alguna forma logran financiamiento para sus propósitos.

Es indudable que los problemas que genera el enorme desnivel económico y de distribución de la riqueza en los distintos países, provocado en un alto porcentaje por los más avanzados que colonizaron y siguen «apretando» a los de más abajo y por el contubernio de gobernantes del tercer, cuarto y quinto mundos, con ellos; son de tal magnitud, que pocos países desarrollados o con niveles de vida aceptables escapan al caos migratorio. Los Estados Unidos de América, mayor potencia mundial, tiene tal lío que los ha llevado a levantar un muro berlinesco en su frontera con Méjico, demócratas y republicanos no saben cómo resolver la situación de por lo menos doce millones de «indocumentados», léase inmigrantes ilegales. España recibe una oleada diaria de africanos que arriban a las costas del archipiélago Canario por cientos; esto sin contar con los que, desesperados, saltan las cercas en el norte de Africa para penetrar territorio español, despedazándose en el proceso. Francia con su problema argelino, Alemania con el turco, en fin, sería prolijo enumerar los casos de occidente y mucho más lo que sucede en el lejano oriente en cuestiones de migración. Definitivamente el problema no es fácil de resolver, ningún país ha encontrado la «fórmula mágica». Es que no la hay, a menos que no acuerde balancear los niveles de vida internacionales y nacionales, cosa que luce un tanto utópica frente a la concupiscencia humana.

En ninguno de los países que tienen un crudo dilema migratorio se trata a los ilegales mejor ni peor que en otro, las autoridades pueden ser más o menos justas con ellos. La empresa privada también puede tratarlos mejor o peor, pero en general, esa enorme migración está causando serios y graves gastos a los países receptores y un sinnúmero de vidas, sea en los Estados Unidos, Francia, España, Canadá o República Dominicana. En el caso nuestro, la mella en los recursos que deberían estar disponibles para los dominicanos y se ven comprometidos por la inmigración haitiana es insostenible. Nuestros recursos se usan, en inmigrantes ilegales, en proporción mucho más elevada que en los otros países citados.

Cuando aparecen las noticias calumniosas, los dominicanos que sentimos amor por esta tierra, nos indignamos con razón. Pasan esas noticias y al cabo de cierto tiempo, nuevas noticias con el mismo tema resurgen, nos indignamos nuevamente; y pasa el tiempo y vuelven otras noticias similares, nos indignamos y al final de cuentas sólo reaccionamos a las acciones que pagan o producen otros sujetos. ¡Nos comportamos como bobos!.

Nuestros gobiernos, justamente, claman en los foros internacionales para que los países que han prometido ayuda a Haití, cumplan con sus respectivas palabras, porque nosotros no podemos resistir más. ¡Pero ahí nos quedamos!

Pienso, sin embargo, que ha llegado el momento de cambiar de táctica, en vez de reaccionar o clamar por ayuda a Haití, debemos tomar una actitud proactiva, es decir, organizar foros nacionales e internacionales, películas, seminarios en los Estados Unidos de América y Europa en los cuales la República Dominicana exprese y demuestre claramente quiénes somos y las cargas que venimos soportando calladamente. Las consecuencias de la inmigración masiva desde Haití, en nuestra economía, salud, etc. Dispongamos a llevar la «batalla» a otro terreno, al campo de los que nos atacan.

Cambiemos de reactivos a preactivos; de lo contrario, seguiremos en la espiral que a partir de 1961 hemos venido viendo desarrollarse desenfrenadamente.

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