De reelecciones y el «achuchón»

De reelecciones y el «achuchón»

No cabe duda. Las reelecciones tienen sabor amargo. Existe una confusión en cuanto al Generalísimo Trujillo y la reelección. Pareciera que se reeligió durante su extensa dictadura que aherrojó tres décadas y quedó vigente en apetencias y posibilidades. Lo desagradable de las reelecciones era algo que hasta un dictador abierto y resuelto como Trujillo no lo dejaban superar más de una reelección: la de 1934 y la de 1947.

El espacio entre ellas estuvo pudorosamente cubierto por las presidencias títeres de Jacinto Bienvenido Peynado y luego de Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, Héctor Bienvenido Trujillo Molina y finalmente Joaquín Balaguer.

Balaguer fue el héroe de las reelecciones, de 1966 hasta que en el 78 perdió, con mucho pataleo visible y tangible de «su grupo íntimo» y cierta apatía, presumiblemente falsa, del inescrutable político que sabía perfectamente las trampas que sustentaban sus reelecciones.

Posteriormente pudo retornar al pode y quedarse por diez años, más democráticos que los primeros doce, pero anteriormente forzado en 1978 a doblegarse ante la victoria del Partido Revolucionario Dominicano con el candidato Antonio Guzmán. )El fin de Balaguer? No. En 1986 es nuevamente elegido Presidente. Se reelige en 1990, logra otra reelección en 1994 y, contra viento y marea, se mantiene en la presidencia hasta 1996 , cuando las presiones lo obligan a darle un tajo a su mandato y proponer al joven Leonel Fernández, del Partido de la Liberación Dominicana, PLD, como candidato, contando con el apoyo del profesor Juan Bosch para derrotar al PRD, cuyo candidato era el carismático líder José Francisco Peña Gómez.

Ganó Leonel Fernández y se inició una nueva época.

Con la reelección sabiamente prohibida, al término de su mandato Fernández entrega el poder al victorioso Partido Revolucionario Dominicano, que presenta al candidato Hipólito Mejía, quien luce todo lo contrario a un político tradicional. Es campechano, simpático, chistoso, se presenta como un hombre de palabra, ajeno a los «culebreos» de la política usual, y convence al pueblo que confía en la sabiduría honesta del hombre de campo».

Pero, a mi ver, lo envenenaron los profesionales de la política. Aunque con cierta educación formal superior, Mejía siguió siendo el muchacho de Gurabo que, habiendo abandonado el campo, lo rural, caía en las trampas de los políticos de ciudad. Ya decían los latinos que la naturaleza no hace saltos (Naruta non facit saltus) y realmente fueron ilusorias las esperanzas que tuvo la mayoría nacional al creer que su atribuida limpieza campesina podía vencer las suciedades citadinas.

Hasta yo -que soy tercamente rousseauniano y no puedo ni quiero evadir mi fe en el hombre de la tierra, el que siembra y espera, el que atiende las señales de la naturaleza- pensé que habríamos de tener un gobierno extrañamente limpio de males ancestrales. Pensé en aquellos mandatarios agrícolas que una vez tuvo Roma en sus inicios. Pensé en Numa Pompilio, el rey agrario que la tradición nos describe como mitad filósofo y mitad santo, y albergué esperanzas.

Pero el veneno de las ciudades, con sus circuitos de poder malévolo, es terrible. Hipólito Mejía, aunque supremo responsable de las barbaridades, atropellos, inconsistencias, brutalidades y bajezas aparecidas en su mandato como Flores del Mal, no es el único culpable. Gran culpa corresponde a quienes lo han embaucado, pintándole falsas realidades e ilusorias e inmorales posibilidades de manipulación política que calan y se alojan en cualquier mente obnubilada, irreflexiva, impulsiva y atolondrada.

De niño escuché a viejos amigos de mi padre relatar que en el campo, cuando «se robaban» una muchacha (escapaba ella con un hombre), los padres sólo se preocupaban por descubrir al «achuchón», la persona que la convenció.

No es que se pueda comparar la candidez de una jovencita campesina, con la realidad de un hombre como Mejía, capaz de alcanzar la presidencia de la República, pero hay que tener en cuenta la responsabilidad de sus cercanos colaboradores, sus consejeros.

La figura múltiple del «achuchón».

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