De regaños norteños, Alicia y los disparates

De regaños norteños, Alicia y los disparates

Lewis Carroll, cuyo auténtico nombre era Charles Lutwidge Dogson (bien hizo en cambiarlo), solía inventar cuentos cuando llevaba de paseo a las hijas del rector de la Universidad de Oxford. Los inventaba sobre la marcha, pero Alicia, una de las niñas, insistió en que escribiera y publicara su cuento sobre Alicia en el País de las Maravillas, el cual apareció en 1865, mereciendo una atención pública sólo sobrepasada por Shakespeare en cuanto a citas pertinentes de la prensa inglesa.

Es que el relato comienza con la caída de Alicia en la madriguera del banejo blanco al que persigue. Llega caminando a una sala subterránea donde una bebida y mágicos pasteles la hacen alternativamente crecer y empequeñecer.

Las aplicaciones de su obra a la política tienen larga data, por los simbolismos de las situaciones que presenta. Hoy, en la República Dominicana, vivimos en un país de las maravillas, en un país de lo que maravilla por lo incomprensible, por lo absurdo, por lo ilógico.

Hemos dejado atrás la indignación para sustituirla por un desconcierto cada vez más débil.

Poco a poco, ¡a todo se acostumbra uno!

Pero los excesos rompen toda posibilidad de equilibrio aceptante, basado en decepciones, porque resulta que lo que en un momento considerábamos malo, viene a ser sustituido por algo peor para la Nación en conjunto, aunque no para ciertos personajes y sus beneficiarios, que siempre han zumbado junto a las orejas de los mandatarios para que no escuchen voces de verdad y dolor de la población.

Yo dificulto, como otros, que el Presidente Mejía, informado verazmente de la situación nacional, se hubiese decidido por faltar a su palabra y empecinarse en una repostulación para la cual dispone a sus anchas del poder presidencial, del manejo del dinero de todos los ciudadanos que, repartido como se reparte lo que no es de uno, hacen de la economía nacional, no un barril sin fondo para lo que se antoje conveniente, sino, más lejos, la no existencia de un barril.

No es que los dominicanos esperamos que venga desde el norte un sub-secretario de Estado y, reuniendo a las Cámaras de Diputados y Senadores, los regañe advirtiéndole que la economía nacional «está en un desorden profundo» aunque la capacidad productiva de la Nación «es fundamentalmente sana», lo cual agrava el merecido regaño.

Los muchos escritores, comentarista de televisión y analistas políticos no pagados, no comprados, hemos dicho, escrito y reiterado hasta el hartazgo nuestras advertencias atiemposas sobre los peligros del manejo financiero en el cual se había empantanado el gobierno dominicano.

Pero fuimos olímpicamente desoídos. Ahora nos informa la prensa que el desconcertante Presidente Mejía sometió al Congreso un nuevo convenio de préstamo por cuarentaisiete millones de dólares «para la construcción y equipamiento de las escuelas vocacionales de las Fuerzas Armadas». También se anuncia que la Fuerza Aérea Dominicana adquirirá veinte nuevas aeronaves. ¡Tal es la abundancia y la sana capacidad de endeudamiento!

Entonces le sucede a uno que, anhelando ferozmente una independencia posible en nuestro país y detestando las intervenciones extranjeras, que dos veces nos han ocupado militarmente desde Estados Unidos y que mantienen lo que, en broma y en serio dice nuestra gente en cuanto a que el lema norteamericano es: «O porta bien, o portaaviones», con todo eso, nos alivia íntimamente, a nuestro pesar, que vengan los gringos a meter la cuchara -y lo que se les ocurra- en nuestros asuntos. Especialmente los concernientes a una decencia en las autoridades. A un pudor y una prudencia.

Es que a ellos los escuchan. A nosotros no.

Todo lo que Lewis Carroll narra en su mencionado libro, cabe dentro de la conducta de quienes manejan la República Dominicana. También cabe la confusión que se presenta en el segundo volumen de las aventuras de Alicia, cuando teniendo ella una naranja en la mano derecha, Carroll le pregunta en cuál mano tiene la naranja. «En la derecha» -responde la niña. Carroll le dice: «Mira a la niña que está en el espejo frente a tí: ¿En cuál mano tiene la naranja?. -Pues en la izquierda»- responde lentamente.

A nosotros, hoy en día, no hay espejo que explique una inversión de valores.

Estamos viviendo un disparate.

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