De regreso

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Pocas experiencias son tan enriquecedoras como la de regresar al país. Probablemente, lo más positivo de todo es descubrir que, sin restar ni un ápice de crudeza a lo difícil que es producir dinero de manera estable, regular, y sin siquiera insinuar que aquí la vida sea barata, en la República Dominicana está todo mucho menos caro que en el resto del mundo.

El problema es ése: que los ingresos de la mayoría andan muy por debajo de lo que se necesita para cubrir los gastos. Una grave falta de oportunidades. Es como si la corrupción fuera el único acceso real a los recursos, en vez de ser el trabajo, el sudor de la frente o de lo que sea que sudemos.

Parece que se ha vuelto una moda mundial permitir a los establecimientos comerciales vender a los precios que les dé la gana. Así ocurre en Europa, en los Estados Unidos, en el mundo civilizado y en el subdesarrollo. Y todo, absolutamente todo, mucho más caro que aquí. Aunque no se puede comparar el nivel salarial de esos países con el nuestro, tampoco es que la gente gane tanto dinero por allá.

Si alguna diferencia se puede notar es que la competencia social y económica se ejerce de otra manera. Las personas, fuera de aquí, aprendieron a privarse de ciertos placeres, antojos, caprichos, que conllevan gastos. Pero nosotros no tendemos a dejar de hacer nada. Le comentaba a una amiga que parecería que a nosotros, para lo único que no nos alcanza el dinero es para comer. Nadie deja tan fácilmente de beber, ni de fumar, ni de jugar, ni de ir a los lugares que frecuenta, ni de usar su medio habitual de transporte, ni de hablar por teléfono – celular incluido.

El otro punto negativo es el de los servicios públicos: pagamos una luz que no nos llega al insólito precio que traen las facturas, lo que se dice un atraco, no hablemos del tele cable que, no conforme con los anuncios comerciales que inserta, vive en avería permanente ¿o será ahorrando energía?, pero las facturas no bajan. En lo que percibo una sorprendente mejoría es en el suministro de agua aunque, claro, las facturas también sorprenden, aparte de que seguimos comprando botellones de agua para beber.

Más la melodía de los doscientos pesos por la recogida, que se acerca más a una repartición de basura, amén de que cuando detectan moradores nuevos, piden propinas como si no les pagaran por su trabajo, por cierto, bastante selectivo: la basura que no les agrada, la dejan. En algunas urbanizaciones, existen servicios privados de recolección que terminan botándola en terrenos baldíos y, los mejores detienen el camión recolector del ayuntamiento y la trasiegan.

Entonces, viene el proceso de reencuentro con los amigos y relacionados. Es cierto que con muchos no se pierde el contacto durante la ausencia física. Las llamadas valen su precio cuando nos responden con alegría. Pero no deja de ser bastante difícil descubrir que algunos nos quieren así, bien lejos, llamando o escribiendo de vez en cuando. Nuestra presencia no les hace nada de gracia.

Uno que otro deja traslucir que nuestros bonos bajaron sustancialmente a sus ojos por haber aceptado el puestecito, o por haber dicho, escrito y sostenido que habríamos preferido que el PLD no ganara, sin con ello pensar ni expresar que el actual gobierno sea ninguna maravilla (como que volvimos al 1961, a aquellas enemistades, rompimientos familiares, entre los de la UCN y el PRD, ¿recuerdan?).

No faltan los que suponen que debemos estar muertos de miedo porque, de acuerdo a su mejor criterio, no tendremos empleo a partir de las próximas semanas, olvidando que nuestra situación ha sido la misma siempre y que no mejoró en nada en estos dos años, con el agravante de que tampoco valió la pena en términos profesionales, ni en logros laborales, ya que en el servicio exterior el tema de los rangos es tan humillante como entre los militares, y quién sabe si no es peor.

A mí lo que me asusta mucho es que Ana, a quien siempre he tenido por muy liberal y extremadamente respetuosa de las posiciones ajenas, haya dejado de escribirme y de responder a mis correos como quien no tiene más nada que hablar conmigo, o que Altagracia no me devuelva las llamadas ni se excuse por su inasistencia a una invitación como si reunirse conmigo la disminuyera, o que María se pase unos días en el lugar en que me encuentro y me deje esperando después que ella misma se anunció. Y por ahí podría seguir por un buen rato, que la lista no es tan corta. Por supuesto, ha habido reencuentros afortunados, felices, gratificantes.

En lo que a trabajo se refiere, en mi caso particular, todavía soy traductora, intérprete judicial, correctora de libros y, Dios me libre de tener que volver a hacerlo, pero si se me ofrece, todavía soy maestra de idiomas y hay mucha gente que necesita aprender, diplomáticos incluidos. En tiempos peores que éstos, que los hubo, digamos hace catorce años, yo mantuve mi casa, fauna y flora incluidas, dando transporte a escolares, cocinando para empleados de horario corrido, alquilando habitaciones, vendiendo cachivaches, y siempre he tenido para mis amigos y amigas mi único y muy preciado bien: todo mi tiempo.

De todos modos, con lo mucho que insistí para salir del país y lo que llegué a hacer para no regresar, al menos por ahora, aquí estoy, básicamente contenta y por sobre todas las cosas, reafirmada en mis pensamientos correctos y equivocados, en mis costumbres buenas y malas, en mis afectos ganados o no, en fin, en mi estilo de vida, en mi ser, como solemos decir.

Las primeras palabras de mi hija cuando pisamos tierra dominicana fueron: «¡No hay nada como el subdesarrollo!». No sé si estoy de acuerdo con ella, porque todavía creo que vivir en Europa con una cierta seguridad económica, sin tanta exposición al hambre y al frío, bien alejados de las intrigas, los chismes, las agendas secretas, las zancadillas, las puñaladas traperas y una que otra ilegalidad o violación a los acuerdos que rigen en ciertos estamentos, debe ser interesantísimo. Pero es bueno estar en casa.

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