De repente descubrimos

De repente descubrimos

ANTONIO SÁNCHEZ HERNÁNDEZ
De repente descubrimos que no estábamos trabajando con la debida planificación educativa. Fue tan de repente, y descubrimos que todos nos habíamos quedado amnésicos. Que sufrimos de amnesia educativa desde que fue desterrada la escuela hostosiana en el año 1953 y el dominicano ha ido perdiendo de manera paulatina y sistemática, su propio idioma. Hoy el dominicano ya dio un salto hacia el pasado lejano: perdió el dominio de su propia lengua. Habla y escribe con faltas prosódicas y ortográficas a nivel universitario.

Descubrimos en pleno siglo XX lo que nos cuenta Juan Bosch: «lo mismo en sus años de adolescencia que en la edad adulta, la lengua se enseñaba de manera tan cabal que todo el que pasaba por una escuela, fuera pública o privada, salía de ella conociendo a fondo su lengua tanto para hablarla como para escribirla. Esta situación ha cambiado a partir de la década de 1950 y se ha ido agravando con el paso del tiempo a tal punto que los dominicanos de las últimas dos generaciones que no hayan hecho sus estudios en las escuelas privadas no saben escribir su lengua pero tampoco la conocen en tanto que lengua hablada.

Descubrimos por boca del profesor Juan Bosch que «en la escuela pública dominicana no se enseña el español que conoció Pedro Henríquez Ureña y conoció mi generación. Y como de las escuelas públicas sale la gran mayoría de los profesores, de los periodistas, las secretarias y los estudiantes universitarios, y de éstos saldrán los maestros de las nuevas generaciones, podemos anunciar su temor a equivocarnos que de mantenerse el actual estado de la enseñanza del español, dentro de cincuenta años el idioma español será una pieza de museo destinada al uso de los arqueólogos de la lengua que se habló en Santo Domingo durante más de quinientos años».

Descubrimos que todas las personas que nacen y crecen en tierras caribeñas, al igual que sucede en los demás continentes y países que forman el planeta tierra, nacen y crecen con la misma cantidad de neuronas. Y además nadie se parece a nadie. Cada quien tiene su propia ruta crítica, incluidos los hermanos gemelos.

Descubrimos que si todos tenemos la misma cantidad de neuronas y sin embargo todos somos diferentes, el problema consiste en la asociación de ellas, en como el cerebro organiza las neuronas de cada quien. Individualmente. Y se forma eso que llamamos nuestra vida personal e íntima. El trabajo hace la diferencia. La famosa y antigua teoría de que el trabajo forja al hombre es absolutamente cierta. El tiempo de trabajo es el gran escultor.

Descubrimos que trabajar y mover el cuerpo, beber ocho vasos de agua al día en la vida adulta, hacer ejercicios, comer frutas y vegetales, desde la más tierna infancia, hace bien, muy bien, y eso es cierto desde el mismo Descubrimiento de América, primer tramo de la globalización, desde la llegada de Don Cristóbal Colón en 1492 y también de Don Rodrigo de Bastidas, a principios del año 1503.

Descubrimos desde entonces, boquiabiertos, que los hombres inventaron el Estado y este se robó el invento. Desde siempre, primero con un Estado Colonial, algún día propio, la lucha será para ver si es posible civilizar y humanizar al Estado. Al hombre le interesa la libertad y la verdad, al Estado le interesa el control.

Descubrimos estupefactos que cuando un hombre conquista el Poder, él a su vez, se comporta como invasor, como un extraterrestre. La función vital del ciudadano dominicano ha sido defenderse de ese conquistador. Descubrimos que es el círculo vicioso del bochorno universal. Y algo más doloroso, que es el más grande secreto de Estado: desde entonces, como muy pocas excepciones, el ciudadano ha fracasado, pero eso hay que callarlo porque si se sabe, será público el descrédito ciudadano. Cuantas veces ha querido serlo, de lo desconocido cae un rayo y lo fulmina.

Descubrimos que al hombre dominicano le han permitido ser comerciante, poeta, deportista, filósofo, héroe, inventor y hasta astronauta, pero no le han permitido ser ciudadano. La ciencia, a pena de muerte, no está todavía autorizada a crear el pararrayo prociudadano. El Estado hasta ahora solo le tolera al hombre como peón, como «yes-man», carne de cañón o contribuyente. Le da el título de ciudadano, el diploma pero vacío. Se burla dándole constituciones solemnes, rimbombantes, floridas, con encajes, con marcos de oro y fachadas de lujo, pero huecas….solo le da la cesta, la caja para meter el engaño en el ataúd.

¡Y solo entonces, ya completamente sorprendidos, descubrimos que uno tiene los años que le quedan de vida, que los otros años ya los comimos! ¡Descubrimos que todos los paraísos son únicamente interiores! ¡Descubrimos que nadie se parece a nadie! ¡Descubrimos que el mundo real es globalizado y a Dios que reparta suerte! Y por último que en el Caribe se precisa ser longevo, para poder ser recibido directamente por San Pedro, dicen los campesinos creyentes de las Charcas del Cibao.

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