De repente, el ensueño de un vals

De repente, el ensueño de un vals

(A Rafael Villanueva, in memoriam)

Un vals vienés es como una inmersión en el perfume delicado de un pasado que casi resulta imposible de creer, dentro del férreo panorama de la historia humana. Los vieneses de este siglo, aún saludan diciendo Grüß Gott, (algo así como: Un saludo con Dios). Lo escuché con cierto asombro feliz en Viena en 1983, en compañía de Rafael Villanueva, quien, en brazos de la muerte, vive perenne en el recuerdo.

Allí se vive una relación interclasial que imagino que si no cambió en siglos, no habrá cambiado… totalmente… por la agresión de esta extraña modernidad, disfrazadora de malas conductas y desigualdades.

La época del Imperio del Vals, para cuya nobleza componían Haydn y Mozart, verdaderamente acaudalada, carecía de boato. Existía, como en todas partes, la separación de clases, pero éstas se mantenían en contacto. Hombres de la burguesía escalaban puestos en la nobleza y ésta, a su vez, resbalaba hacia la burguesía, en un proceso que parte del Renacimiento. Pero fue a partir de Petrarca (S. XIV) y de sus percepciones acerca de la Naturaleza, que empezó el proceso de cambio. “La belleza, en otro tiempo criticada como vanidad; el buen vivir, el prestigio del individuo debido a sus realizaciones, la posición social que podía dignamente alcanzarse eran cosas generalmente deseables y bien vistas.” (Ernst Samhaber/ Historia de Europa). 

El baile bien puede servir de ejemplo: en la corte de María Teresa y José II, el minué ya no era el soberano. En el pueblo llano se bailaba también el ländler, vals lento popular. Para un baile celebrado en el palacio de Schoenbrunn, ante el asombro de Mozart, el emperador José II mandó a buscar gente del pueblo: tres mil aldeanos y aldeanas por lo cual “el baile se llenó de barberos y mucamas” (Heinrich E. Jacob/ Johann Strauss.)

Viena resulta ser un fenómeno aparte. Su Corte Imperial, a diferencia de otras naciones europeas “tenía sus raíces en el pueblo”. Los Habsburgo de Austria eran afables, sencillos y respetuosos de las costumbres del pueblo. Su ejemplo permeó en la nobleza con su afable cordialidad y penetró en la burguesía. Nunca se vio un noble  cargado de joyas junto a un vociferante proletariado, lo cual era habitual en las calles de París. Existían diferencias –por supuesto– pero no irritantes, no insultantes, no provocativas. Hundido yo en el mundo del vals vienés, mezclador de clases sociales bien consideradas, sin ofensivos e injustos  teneres y haberes impúdicamente puestos frente a carencias extremas, como vemos aquí cada día, pongo atención a nuestras expresiones musicales, representativas de realidades (el arte siempre lo es). No deja de sorprenderme que nuestros merengues envuelvan tristezas en ritmos supuestos a ser alegres: “Se me muere el niño, tiene tosferina” o “Se murió Juanita, yo no lo sabía”…y así muchos.

Pero también los boleros: son tristones, derrotistas, alicaídos.

Los valses vieneses representan la esperanza de que un mundo mejor es posible.

Ayúdenos Dios a lograr un país sin tantas brechas irritantes.

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