De Salomé a Trump

De Salomé a Trump

“Dadme una generación que hable la verdad, y yo os daré una generación que haga el bien. Daos madres que les enseñen científicamente a sus hijos, y ellas os darán una patria que obedezca virilmente a la razón, que realice concienzudamente la libertad, que resuelva despacio el problema capital del nuevo mundo, basando la civilización en la ciencia, en la moralidad y en el trabajo”. (Hostos: 43).

“Nosotros…los que monopolizamos el poder social…prescindiendo temerariamente de la mitad del género humano, nosotros somos responsables de los males que causa nuestra continua infracción de las leyes eternas de la naturaleza. Ley eterna de la naturaleza es la igualdad del hombre y de la mujer. Instituyamos su responsabilidad ante sí misma, ante el hogar, ante la sociedad; y para hacerlo, establezcamos la ley de la naturaleza, acatemos la igualdad de los dos sexos, devolvamos a la mujer el derecho de vivir racionalmente”. (Hostos: 44).

En su ensayo: “La educación de la mujer en el siglo XX, hitos del pensamiento caribeño”, la intelectual cubana Yolanda Ricardo nos recuerda que desde los siglos XVII y XVIII, con las actividades de la Marquesa de Rambouillet (1588-1665); de las tertulias de Mme. Necker, Susanne Curchod de Nasse (1739-1794), y de los textos de tónica reivindicativa de Albertine Adriene de Saussure (1766-1841), se sientan algunas premisas para el desarrollo de las corrientes emancipadoras de la mujer, en tanto se recrudecen los cotejos de la capacidad femenina con relación al hombre.
En 1791, Marie-Olympe Gouges (1748-1793) abogó por un cambio en la situación social de la mujer, en “La Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana”. Premisa para que, décadas más tarde, el filósofo, historiador y economista inglés John Stuart Mill reclamara la igualdad de la mujer en su obra LA ESCLAVITUD DE LA MUJER.
Stuart Mill fue una excepción al pensamiento masculino predominante, así como Hostos, ya que las propuestas de emancipación femenina fueron enfrentadas con trabajos que pretendían demostrar científicamente “la incapacidad intelectual de la mujer”, a pesar de su rol socializante como maestra en el seno del hogar y de su papel en la historia del activismo social e intelectual de América. Un papel que abarca desde Sor Juana y Leona Vicario (México); Mercedes Cabello de Carbonera (Perú); Gertrudis Gómez de Avellaneda (Cuba); Manuela Sáenz (Ecuador, la libertadora del Libertador); Flora Tristán (de origen peruano, fundadora del movimiento obrero de Francia, autora de la frase atribuida a Marx, ¡OBREROS DEL MUNDO UNIOS!); hasta nuestra Nicolasa Billini (quien en 1896 fundó El Dominicano, la primera escuela primaria para niñas); Socorro del Rosario Sánchez (quien fundó dos instituciones escolares en Santiago: El Colegio de Señoritas Luperón, y el Corazón de María); Rosa Duarte, María Trinidad Sánchez y Salomé Ureña.
En la historia del activismo social e intelectual de la mujer no faltaron hombres lúcidos como Eugenio María de Hostos (1839-1903) y José Martí, quienes escribieron páginas fundamentales para la ética, moral, pedagogía, y su emancipación.
Los esfuerzos de hombres preclaros, a través de la historia, no han impedido que la abierta expresión por parte de la mujer, de ideas que contravienen lo establecido se considere como un atrevimiento, o la de los sentimientos íntimos una falta de pudor. A las que osaban transgredir ese tabú, ahí están Julia de Burgos, Delmira Agustini, Alfonsina Storni, Eunice Odio o Rosario Castellanos para mencionar solo unas cuantas, las sometían al peor de los ostracismos; las hacían enloquecer (lo que se insinúa pudo sucederle a Altagracia Saviñón), o suicidarse moral o físicamente, una tradición que ahora no se consigna con sangre, como la renuncia de Sor Juana Inés de la Cruz a escribir y a la búsqueda de conocimiento, pero que cuesta sangre.
El tres de noviembre de 1881, Salomé Ureña fundó, junto con Hostos, el Instituto de Señoritas, una “floración” (según Demorizi) de la Escuela Normal formada por Hostos en 1880. El Instituto continuaba los esfuerzos de ambos por “formar un ejército de maestros que, en toda la República militara contra la ignorancia, la superstición, el cretinismo, la barbarie, como maestros de la verdad y verdaderos iluminadores del bien (Camila Henríquez Ureña: 131).
Entre 1881-1883, el Instituto formó tres generaciones de maestras y llegó a ser, según Hostos:
“El alma de una gran mujer hecha institución y, que al hacerse conciencia de la mujer dominicana, puso en favor de la obra de bien la voluntad, primero de todas las mujeres de la República, y la conciencia después, de la sociedad entera”.
Que el Instituto era algo más que un centro de educación superior lo confirma suemocionado testimonio:
“Gracias a la sinceridad de su enseñanza y al cariño realmente maternal como trataba a sus discípulas, formó un discipulado tan adicto a ella y a sus doctrinas, que bien puede asegurarse que nunca, en parte alguna y en tan poco tiempo, se ha logrado reaccionar de una manera tan eficaz contra la mala educación tradicional de la mujer en nuestra América Latina y formar un grupo de mujeres más inteligentes, mejor instruidas y más dueñas de sí mismas, a la par que mejor conocedoras del destino de la mujer en la sociedad”. CHU: 136.
El poeta Gastón Deligne, citado también por Demorizi en su libro “Salomé Ureña y el Instituto de Señoritas”, lo recuerda en versos vibrantes:
¡Fue un contagio sublime; Muchedumbre
De almas adolescentes la seguía
Al viaje inaccesible de la cumbre
Que su palabra ardiente prometía!
Don Emilio Demorizi también afirma que más de dos centenares de señoritas se graduaron de maestras normales y casi todas ganaron diplomas universitarios, proviniendo la mayoría de las profesoras de la capital, afirmando que en esta escuela Salomé recogió “el legado de angustiosas aspiraciones renacidas en 1873, al término de la dictadura baecista de los seis años”, las cuales resurgieron con la presencia de Hostos entre 1875-76, y luego entre 1879-1888, con la aspiración de que la mujer no fuera “simple intelectual ni frágil espejo de virtudes, ni letrada romántica, sino mujer armónicamente preparada para formar en la escuela y el hogar los nuevos ciudadanos requeridos para el engrandecimiento de la República”.
137 años después de esta gesta intelectual, con tantas heroínas reconocidas y anónimas en todo el mundo, las mujeres y hombres progresistas del planeta observamos con horror la emergencia de un “Hombre Alfa”, moderna versión de John Wayne; un “líder” político que alardea de su poder “viril” y de su depredación sexual: “Cuando eres una celebridad las mujeres dejan que les agarres los senos, la entrepierna, y que hagas con ella lo que quieres”.
Y una se pregunta: ¿Cómo es que la ignorancia histórica de una persona puede dar al traste con la tradición intelectual de las naciones y lograr que sesenta millones de habitantes de un país considerado como modelo mundial, renieguen de la lucha por los derechos humanos de las mujeres de su nación? ¿O es que ya olvidaron que deben el horario de su jornada laboral a las costureras de Chicago? ¿Y las mujeres que votaron por Trump, incluyendo las latinas, qué ha pasado con su conciencia?
¿En qué hemos fallado Salomé?
¿Y cómo y dónde retomamos el liderazgo perdido en la República Dominicana de hoy, y en el mundo?

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