Se sabe que hay palabras que continen efectos de sentido y conceptos que se enfrentan con violencia al contexto histórico y político. Eso sucede con el substantivo negro, nègre, niger. Cuando a principios del siglo veinte hacia los años 1910 en París, los intelectuales, escritores, etnólogos y antropólogos se apasionan por las artes del continente negro, es decir de África. Estamos en plena era colonial de Francia.
Los occidentales descubren la genialidad ancestral y ritual del arte de la gran diversidad de los reinos y comunidades tribales africanas. Los belgas, en Congo, acumulan colecciones enteras de la estatuaria congo, bantú y fang, hasta tal punto que hoy día es el ex museo de las colonias de Bruselas que tiene la mayor colección de arte ancestral y estatuaria de la gran diversidad de comunidades étnicas de las orillas del río Congo. En Francia, el ex museo de las colonias, llamado hoy Musée des Arts africains et océaniens tiene una colección razonada de objetos y accesorios reales de la joyería fetichista y animista de África del Oeste, es decir de Sénégal, Dahomey, Costa de Marfil, Camerun y Malí.
A la vez que las ex metrópolis establecían sus colecciones museográficas para el Museo del HOMBRE y el Museo del Descubrimiento, las grandes familias burguesas, los mercaderes coloniales y colonialistas coleccionaban sin piedad a título personal, piezas que arrancaban como pacotilla de las manos de intermediarios locales africanos que no veían el peligro del despojo de sus obras de arte. Estas circunstancias de usurpación permitieron que se introdujera en pleno bullicio de las vanguardias europeas nuevas formas técnicas de tratar el volumen y nuevas formas de acceder a la línea.
Los cubistas que ya en la personalidad de Juan Gris, se cuestionaban sobre la representación de lo formal, tanto en la representación como en la composición, vieron en la eficiencia del volumen de la estatuaria africana la oportunidad de reflexionar e investigar nuevas direcciones el arte contemporáneo, lo que Picasso ejecutó con la mayor admiración y respeto, pues el maestro malagüeño siempre reconoció en el Art Nègre el fundamento esencial de su obra escultórica y de su pintura. En sus conversaciones privadas o en sus correspondencias con Gertrud Stein, Picasso declaró:« He encontrado un arte cuya genialidad consiste en lograr lo esencial de la línea y de la forma como resultado de una sabiduría y de una mística que nos enfrenta al misterio de la creación…» Pero si Picasso se dejó maravillar por la eficiencia de expresión y de ánimo del arte ancestral africano,es porque en todas sus figuraciones, los artistas africanos en general anónimos, componen sus obras con las energías y las vibraciones de las celebraciones humanas que les convocan.
Se trata de celebrar y de llamar la fecundidad; la procreación, la maternidad y en esa espera o llamado espiritual, el artista bantú, yoruba, mandinga o fang; ejecuta una obra que contiene toda la energía de expresión de una comunidad. En el Art nègre, lo que importa es la obra y no quien la ejecuta. He aquí la genialidad del anonimato.
Ahora bien, después de la revolución del impresionismo, las vanguardias constructivistas, cubistas y abstraccionistas, buscaban técnicas y formas para salir de la figuración de la realidad y entrar en la expresión de la emoción, del sentimiento, de la sicología, es decir se buscaba la manera de cómo manifestar en el arte la visión individual del mundo , revolucionando las reglas formales de la representación real.
La fascinación por el Art nègre, no reside en el adjetivo nègre que sería Arte negro en traducción literal, pero sí en una propuesta para ir más allá del significado externo visual y entrar en el estado anímico de la figura ejecutada. Sin duda que esto fue lo que apasionó a los surrealistas, los dadaístas y los cubistas, la fuerza del lenguaje anímico del Art Nègre, es decir una fuerza mística y espiritual donde el arte es expresión del alma.
Durante el florecimiento del surrealismo, el coleccionismo del Art nègre, planteó grandes cuestiones éticas sobre el pillage abierto de estas obras que enriquecieron grandes marchantes privados de París, Londres, Bruselas, New York, Berlín y Tokyo, sin que se entendiera mucho, menos aceptar que se estaba despojando de su historia ancestral y ritual todo un continente.
Las primeras voces que se manifestaron para empezar a limitar tal pillage no tuvieron éco hasta que los mismos países africanos construyeran sus independencias y que sus dirigentes establecieran las leyes de regulación y limitación de todos estos tesoros de la humanidad.
Grandes personalidades que se pretendían democráticas anticolonialistas y revolucionarias tuvieron en sus apartamentos y talleres privados obras fundamentales de la memoria histórica y antropológica del continente africano. André Breton, así como Malraux lucían en sus salones y residencias privadas obras de gran resonancia y fueron múltiples los artículos críticos que les solicitaron la entrega de sus colecciones a los países de origen. La atracción de la estatuaria africana pero también de sus mascaras no dejaron sin interés su lectura para los especialistas de lenguaje analítico como fue el caso De Freud y de Lacan. La fuerza del significado de la diversidad de los niveles de lenguaje anímico no pudo ser indiferente a los especialistas e investigadores de la relación consciente / inconsciente, realidad/ Sur-realidad o sub-realidad.
Queda entonces por reconocerle al Art Nègre, más allá de su extraordinario aporte en la revolución del fondo y la forma del arte contemporáneo desde las vanguardias europeas, un legado de alto significado en el enfoque sico-anímico que indiscutiblemente, a través de su ritualidad las artes negras celebran y manifiestan en el diálogo de la creación con el mundo espiritual. Grandes conservadores, antropológicos y etnológicos han luchado para que las artes ancestrales fueran reconocidas y respetadas como un valor fundamental e imprescindible en el conjunto de las artes de la humanidad. Jacques Kerchahe se merece un reconocimiento, pues supo antes que nadie entenderlo y dejó abierta la creación del Musée Quai de Branly, donde todos los visitantes del mundo pueden apreciar el valor estético de una de las mayores colecciones del Art Nègre, allí expuesta en permanencia.
Pensamos también en este orden de ideas que sería importante que en República Dominicana se pensara en crear un centro o un museo de arte africano ancestral que permitiera un diálogo de identidad y creatividad con el continente africano, abierto e interdisciplinario.