De señal a señal. “Encuentro con la vida”

De señal a señal. “Encuentro con la vida”

Es muy estimulador que un artista de tanta maestría nos ofrezca celebrar un Encuentro con la Vida con una actitud que en ningún momento proyecta poses, ni mucho menos ego exaltado. Manuel Montilla es un artista en acuerdo y seguro de su obra, que a través de varias décadas ha mantenido coherencia, búsqueda y trabajo, sin jamás perder el duende y la poética, incluso, por encima de las circunstancias de la vida.

Al disfrutar la reciente puesta en escena de la exposición de Manuel Montilla, a quien respetamos y seguimos la trayectoria desde finales de los 70’s, cuando decidió viajar a Europa con sus compañeros del Grupo 6, en el que participaron Alonso Cuevas, quienes se radicaron primero en París, y tanto Montilla como Ignacio Rincón Valverde –Kuma-, Alberto Ulloa y Héctor Rodríguez se radicaron en España.

Manuel Montilla exhibe sus últimas obras durante los meses de marzo y abril en el Centro Mirador (Centro Cultural Mirador de Santo Domingo), un espacio de arte y cultura que ha venido marcando el galerismo del país, presidido por la gestora cultural doña Purísima De León-Guerra.

Hemos percibido la ética de este artista, que inicia su carrera ascendente al concluir sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes, ganando el primer premio de dibujo de la Bienal Nacional de 1974. Este premio viene a trazar la trayectoria ética y estética de Montilla, cuya obra gráfica, de dibujo, de pintura nos muestra y nos pone a analizar si estamos ante una obra surrealista o realista, desplazada por el símbolo.

La línea y la forma en los dibujos de Montilla se identifican con la factura surrealista, no obstante, el espectro o cuerpo humano o zoomórfico parte de la realidad, una realidad bañada en los mitos y leyendas del Caribe, por eso aparecen en secreto y casi clandestinas las señales de la mitología y del fetichismo caribeño, sin fronteras en el referente taíno y africano.

Pasaron más de 25 años hasta entender que esa escritura gráfica y visual del maestro Montilla viene de una formación nutrida por el trabajo académico, fiel y ardiente de un joven artista dominicano como lo fue cuando llegó a Madrid y empezó a deambular por las salas de los clásicos en el Museo del Prado, hasta dar con el genio del Bosco y emprender toda una reflexión de lenguaje, cuyos micromundos y rizomas vienen de las profundidades del Jardín de las Delicias del genio Jerónimo Bosch.

Alrededor de una masa central que nos sugiera la visión de un manatí volador, de un zeppelín revolcado en el aire, de una chichigua sembrando nubes de sueños, o de una mujer sirena, sedimentada en su esqueleto. Es obvio que esta obra invita a elevarse y a zambullirse en aguas cálidas y seguras de una poética cristalina, en la que más allá del sueño y de la ilusión el ser humano nos llama y acude sin frenos…

En este encuentro generoso y excepcional que hemos sostenido con el talentoso artista frente a sus obras en compañía de los estudiantes de Maestría en Arte de la Universidad Autónoma de Santo Domingo confirmamos con Montilla que sus masas redondas, sus círculos, vienen a confirmar la vida casi siempre focalizada en el cuerpo femenino, en estado de fecundidad y procreación. El círculo es, en este sentido, el signo más apropiado de la vida en el universo.

En el intercambio, abordamos los aspectos del rigor del trabajo creativo, y queda claro que Montilla no concibe hacer una obra sin antes haber trabajado en bocetos.

Explica con detalles, que antes de arrancar la investigación hay todo un proceso meditativo y reflexivo en busca de la idea. Cierto es, que la pintura y la acrílica son técnicas complicadas de trabajar, sobre todo cuando se trata de obras constantemente en un diálogo con el simbolismo.

El artista comparte y recrea sus recuerdos de niño cuando vivió en el Batey Guaimate en La Romana, de donde parte su memoria, y realmente vemos que en algunas de sus obras la presencia del ga-gá y de cortadores de caña se pueden percatar en detalles de máscaras, cuernos, cintillos y frutos en escala minúscula con relación a la imagen central.

Montilla considera su trabajo como un largo proceso estudiado y esbozado en el mínimo detalle, antes de tocar la tela o el papel nos confirma que, como Magritte, es “un artista que piensa antes de ejecutar”, y deja bien claro que todo parte del conocimiento y de la meditación.

Más allá de la forma, el conjunto de la obra se enciende en colores ocres, amarillos y verdes muy luminosos con contrastes cromáticos compartidos con el morado, el verde y rojo, cuya convivencia sintoniza una dimensión de bienestar y de paz que se transmite al público y que se hace sentir en todo el espacio de la exhibición.

En estos tres pisos del Centro Cultural Mirador Sur presenciamos todo el despliegue gráfico y pictórico del artista, desde el dibujo a punto de lápiz grafito, hasta la puntilla de china. Todos en pequeños y medianos formatos, hasta alcanzar el color encendido en fucsia de los grandes formatos, y es así como es muy difícil deslindar la pintura del dibujo en la obra de este artista, pues vienen de la mano y la frontera, lo que la hace bien compleja de definir.

La pintura y el dibujo también reflejan una poética exaltante de vida universal y cósmica. Esa sugerencia, o impresión, despierta en el público una libertad de reflexión referencial muy abierta, pues para algunos el duende nos conduce a viajar por el universo, a otros les invita a zambullirse en fondos marinos, y a muchos nos lleva de la mano por las reflexiones permanentes e inacabadas de la imagen real y la imagen surrealista, pero el enriquecimiento alegórico de tantos detalles signográficos nos invita a medir el arte y la vida a través de dimensiones nunca acabadas.

La obra de Montilla en su poética plástica y visual invita al viaje físico, espiritual y mental como el poema de Charles Baudelaire. Es una obra de alcance universal que se inscribe además en las corrientes psicoanalíticas y filosóficas que analizan la creación artística y visual desde una perspectiva hacia la eternidad.

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