De sueños humorísticos y reposantes

De sueños humorísticos y reposantes

Resulta que a veces, cuando las situaciones se complican como está sucediendo en nuestro país y una fatiga maloliente se nos posa encima, nos cae la repentina bendición de que aparece un sueño grato de origen inexplicable, que se mantiene  minutos cobijado en una duermevela y nos refresca la vida.              

Esta mañana desperté con la imagen de Freddy Beras riéndose a grandes carcajadas, con la lengua fuera –un gesto muy suyo. Como yo creo, igual que Shakespeare puso en labios de su Hamlet, que “entre el cielo y la tierra hay más de lo que sueña la filosofía” y estoy abierto a la aceptación de lo inexplicable, pensé que la salud  del querido Freddy estaba mejorando y que él se burlaba de la muerte con uno de sus gestos clásicos. ¡Ojalá sea así!

Pero no fue todo. Además me asaltó un recuerdo humorístico de mi adolescencia, conectado con el violín. El de una tía, por parte de madre. Sus amigas y familiares le hablaban a menudo de este sobrino suyo que “era precioso tocando el violín”.  ¿Cómo es posible que no lo hayas visto? ¿Por qué no vas cuando él toca?  

La cantaleta era tal que esta tía, que vivía en una espléndida residencia en la Avenida Independencia con la adinerada familia de su hija, decidió conminarme a que fuese una tarde, a las cinco, a un “pequeño brindis” donde estarían algunas de sus amigas más aristocráticas con el propósito de que yo  les tocara algunas “piecesitas”. En vano le expliqué que el violín requiere acompañamiento y que sin un piano no podía presentarme adecuadamente. No me valieron argumentos. Entendía que simplemente yo no quería que ella “se luciera con  su sobrino”. “Yo no te importo” –me llegó a decir.

Pues me vi obligado a aceptar, aclarándole que lo único que podía tocar era alguna Sonata de Juan Sebastián Bach para Violín Solo.

-¿Tú ves que se puede? –repuso.

Llegó la famosa tarde. Elegantes brindis de bocadillos en bandejas de plata, así como el servicio de té en tazas de porcelana alemana.

Las distinguidas señoras se acomodaron modosamente en el salón que colindaba con un amplio jardín abierto. Entonces no existían las rejas o los muros aislantes. El verde césped llegaba hasta la acera. La seguridad de los no antitrujillistas estaba garantizada por un miedo que ya era subcutáneo. No se sentía si usted no se metía con el Dictador.

Mi tía, gozosa, anunció que yo tocaría para ellas. Yo miré con desconfianza los rostros sociales envueltos en galanterías cortesanas.

¿Bach?

Inicié el Preludio de una Sonata. Las señoras se miraban algo perplejas, escasos minutos después, charlaban en voz baja. Mi tía hizo una seña a la mucama con la bandeja, y siguieron los brindis y el clic-clic de las cucharillas.

Yo me detuve sin haber terminado el Preludio…y ni se enteraron.  Guardé mi violín en el estuche y, ya rumbo a la salida escuché la dulce voz de una dama preguntándome: “Mi hijo: ¿tú no te sabes “Sobre las Olas”?…es un vals tan bonito…

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