De tradiciones, desórdenes y dualidades

De tradiciones, desórdenes y dualidades

Si es que hay algo poco común en mí… si es que lo hay… debe ser que expreso las cosas que siento, no sólo las que pienso.

Aunque, a menudo, no estén de acuerdo sentimientos y pensamientos.

Yo quiero que Santo Domingo sea una excelente ciudad capital: bella, limpia, organizada… pero donde sobrevivan las buenas costumbres de cuando yo era niño, y aún adolescente en una era dictatorial sobrevolada por un absoluto castigo a la menor discrepancia con las abusivas acciones y reacciones del Generalísimo.

Cercenada la cabeza de aquel régimen, le siguieron aspirantes a mantener el inmenso poder, tras una etiqueta (habrá que decir “label”) de virtudes democráticas que permitían el desorden.

Y el desorden se ha entronizado. La disciplina cívica se ha evaporado como un aroma remoto. La tradición de agrado que desplegábamos a manos llenas los dominicanos se ha transformado en malhumor a flor de piel.

Me dirán que aquella sencillez y mansedumbre conductual de otrora era un subproducto de un régimen de fuerza. De crueldad. De una prohibición a manifestarse como realmente se deseaba.

Habrá algo de eso, pero no todo está ahí.

Ahora todo el mundo quiere ser rico. Muy rico, mucho, y expresa con mal humor y agresividad la realidad de sus carencias, desobedeciendo las leyes y envolviéndose en una acritud sin sentido.

Un ejemplo simple es la conducta de los conductores de vehículos. Difícilmente ceden el paso a un peatón que hace maniobras para cruzar una vía, sin que importe si es un anciano, una mujer con un niño, un desvalido que está obligado a moverse lentamente. Por igual, carecen del buen sentido de no obstaculizar el tránsito innecesariamente y se detienen en medio de la calle, creando un caos al que se añade la indolencia y el mando caprichoso y disparatado de agentes de AMET, que son expertos en crear embotellamientos y dar malas lecciones al ordenar lo contrario a lo que indican los semáforos.

Me fastidia cuando escucho que dicen: “Eso sólo se ve aquí”, pero me temo que es verdad, y que es resultado de la falta de autoridad. La disciplina cívica es algo que necesariamente hay que imponer. ¿Estoy proponiendo un gobierno de fuerza? ¿Una dictadura? ¡Por Dios, no! Estoy proponiendo una rigidez en la aplicación de las leyes. El orden hay que imponerlo.

No se da silvestre.

Es que todo es dual. Tiene dos facetas. Hay una fusión compleja entre lo bueno y lo malo. Tanto mal puede producir la libertad como la opresión. Los beneficios resultan de una combinación, de un equilibrio estable, respetado por todos.

Esa disciplina cívica que admiramos en países del llamado Primer Mundo no es resultado de la libre voluntad de los ciudadanos y visitantes, es algo impuesto de manera permanente. Observando nuestra capacidad de cambio en algunas áreas, no pierdo la esperanza de que los dominicanos logremos comprender la necesidad de que se obedezcan las leyes, sin excepciones, sin tenebrosas manipulaciones.

Nada de “tú me tapas, y yo te tapo”.

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