De un cubano ingenioso y un italiano astuto

De un cubano ingenioso y un italiano astuto

Uno de los músicos que se incorporaron a la Sinfónica Nacional por los años cincuenta fue un cellista cubano llamado Avelino Pomares de la Cámara. Era un joven apuesto, carifresco y desenvuelto que agradaba a todos, a pesar de su aspecto aristocrático y mesuradamente altanero.

Pomares le tomó demasiado gusto a las críticas y burlas disimuladas que los músicos –injustamente– hacían al director de la Sinfónica, que en ese entonces era el maestro Roberto Caggiano, músico profesional de envergadura que se encontró aquí con un ambiente mediocre y complicado que lo desanimó en extremo.

¿Cómo hacer arte en un ambiente así?

Se fue descuidando más y más en obtener el máximo de las modestas posibilidades de los instrumentistas y los ensayos eran crecientes rutinas aburridas. Él, desconcertado, había considerado que no era posible lograr un adecuado nivel de calidad y fue disminuyendo sus exigencias originales.

Los músicos se burlaban de él a sus espaldas… bueno… no es que esto sea insólito. He escuchado a músicos sinfónicos burlarse de Von Karajan en la Filarmónica de Viena, diciendo que se cree un dios griego; de Ormandy, en la de Filadelfia; de Bernstein, en la de Nueva York, llamándolo “el hombre de las poses”… O sea, que lo de burlarse del director es algo mundial.

Pero a Pomares se le fue la mano aquí. Le hacía muecas cuando Caggiano estaba de espaldas y entonces volcaba toda su gracia cubana para decir: “Oye, chico, ete tipo etá ped-dío, no sabe ni pod-donde va… qué báb-baro!

Enterado por un amigo fiel (mi primo Fellito Félix Gimbernard), Caggiano lo hizo llamar a su despacho. La Sinfónica tenía su sala de ensayos y oficinas en el piso alto de la casona situada en la esquina de las calles Duarte y Luperón.

Le dijo melífluamente, más o menos esto: “Signor Pomares, me dispiace, ma los músicos de la orchestra non sono satisfechos del suo laboro… dícono que usted non mérita el suo sueldo… penso que no sará posibile mantenerlo aquí. Non que sia mio deseo, ma los músicos parlan… il mio debere…”

Pomares lo escuchó impasible. Entonces se levantó de su silla frente al escritorio y le dijo con la mayor desfachatez, con su peculiar acento cubano: “Mire, maetro, a lo músico no se le hace caso… to’el mundo etá acabando con uté… que si no sabe ná, que siempre etá ped-dío… yo no le hago caso. Haga uté lo mijmo conmigo”.

Y dando la espalda, se encaminó tranquilamente hacia la escalera.

Caggiano apretó aún más su aristocrático rostro de caballero florentino, como todo un “signore” del Quattrocento, y lo despidió con un severo gesto despectivo.

Pocos días después, el Servicio de Inteligencia Militar de Trujillo, el temible SIM, le daba veinticuatro horas para abandonar el país.

Dizque había hablado mal del Jefe.

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