De una olvidada financiera a Mantequilla

De una olvidada financiera a Mantequilla

Sergio Sarita Valdez

Mi hoy difunto padre nacido en la primera mitad del pasado siglo XX nunca pisó un recinto escolar, su madre y el hogar hicieron de maestra y de plantel respectivamente. Su fuerte eran las matemáticas y sus operaciones eran la suma y la multiplicación. Nunca le escuché decir que le sobraran 99 pesos, pero sí le oí decir con frecuencia que le faltaba un peso para completar un centenar. Lástima que falleció sin conocer asesor alguno y que desconociera los estudios de factibilidad que hoy les resultan de tanta utilidad a los inversionistas. Afirmaba que en la vida se pierde y se gana pero que en su caso siempre había ganado. En honor a la verdad, aquel hombre era un experto en esconder sus derrotas y cuando alguien solía descubrirla entonces mi progenitor argumentaba que se trataba de unos avances monetarios que pronto se convertirían en enormes ganancias.

A finales de la década de los setenta o inicio de los ochenta de la recién concluida centuria mi hermana mayor me hizo una llamada telefónica desde Nueva York a Chicago donde este humilde mortal residía. Me informó que papá muy eufórico le informaba que había en Santo Domingo una novel Casa Financiera que pagaba el treinta y seis por ciento de intereses a los depositantes. Le ordenaba que en lo inmediato retirara sus ahorros en dólares y se los enviara para integrarlos a su cuenta bancaria. Se valía de su primogénita para que a su vez me pasara el mensaje y que yo obtemperara remitiéndole todos mis ahorros para el adicionarlo a su novedosa inversión.

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Le comenté a mi incauta familiar que la propuesta paterna sonaba demasiado buena por lo que no lucía verídica y que por lo tanto no sería participante de la misma. Más de seis meses transcurrieron sin que yo tuviera retroalimentación de ambos sobre mi decisión. Por experiencia sabía que ambos se habían disgustado bastante conmigo. Tiempo después me enteré de la escandalosa y estrepitosa quiebra de aquella Financiera Universal. Nunca durante sus últimos 18 años de vida me trató personalmente ese tema mi extinto padre. Tampoco yo me atreví a preguntarle. Mi hermana, en cambio, se lamentaba de no haber seguido mi conducta.

A partir de esa experiencia siempre he sido muy reservado, cauteloso y desconfiado de las famosas gangas. Sin embargo, percibo que como dominicano soy la excepción más que la regla. En términos generales, a mucha gente criolla le encantan las ofertas de negocios fabulosos por lo que suelen caer en la trampa. Basta sólo recordar la famosa herencia de la familia Rosario en la que tantas personas con dicho apellido pagaron por los servicios de un abogado, y aún todavía andan detrás de la fortuna anunciada.

Mantequilla es el apodo de un personaje moderno que se vende ante la nación como el mago capaz de multiplicar desorbitadamente las ganancias por intereses a muchos incautos depositantes. No dudo de que si aún viviera mi inolvidable padre anduviera detrás de Mantequilla para que le repita el milagro de la multiplicación de los panes. Mi hermana probablemente no caería en ese gancho porque oyó a Juan Bosch repetir: Me engaña una vez, vivo es; me engaña dos veces, tonto yo.