De utopías

De utopías

EDUARDO JORGE PRATS
Hace unos años criticaba las utopías porque confundía a las positivas con las negativas. Hoy puedo decir que, aunque critico las utopías totalitarias a la Platón o a la Rousseau, estoy convencido de que los pueblos no sólo viven de pan sino también de utopías. Lógicamente las utopías necesarias son las utopías posibles.

No aquellas que pretenden crear, en base a una ingeniería social que obligue a ser libres a quienes no quieren serlo (Rousseau), que pretenda crear un hombre nuevo (como el comunismo del Ché Guevara y el fascismo de Hitler), utopías negativas que tratan de construir un reino divino en la tierra, olvidando que, como bien afirmaba Nietzche “la vida se acaba donde comienza el ‘reino de Dios’”. Las ideologías totalitarias han desacreditado a las utopías al extremo de que hoy se habla del “final de los grandes proyectos” (Fischer), del “agotamiento de las energías utópicas” (Habermas), de la “desaparición del futuro” (Taguieff). Es más, hablar del futuro se ha vuelto sospechoso y todos los futurólogos (Toffler) se presumen culpables.

Y, sin embargo, las utopías son necesarias, pues, “cuando se secan los oasis utópicos, se extiende un desierto de banalidad y perplejidad” (Habermas). Se requiere un “realismo utópico” (Giddens) que permita orientar las fuerzas de la sociedad hacia metas alcanzables: un país con niveles mínimos de pobreza, de violencia y de contaminación ambiental. Las meras ensoñaciones no son utopías que merezcan tal dignidad: “las utopías son programas de acción” (Innerarity). Una utopía que no sea realizable más que utopía es simple ilusión. Es cierto que la política es el “arte de lo posible”.

Pero, como bien afirmaba Weber, lo posible se alcanza, “porque se apuntó más allá de las posibilidades existentes”.

Ese es el sentido de la reforma constitucional según Haberle:

“Lo que el constitucionalista se imagina en materia del Estado constitucional más o menos desde la ‘mesa de discusión’ no es necesariamente y per se adecuado para ser transformado de hecho en política constitucional práctica.

Por ello se requieren las fuerzas políticas, una opinión pública dispuesta a aceptar ciertas condiciones económicas y mucha buena voluntad. No obstante, el constitucionalistra está llamado, en razón de su ciencia, a colaborar de acuerdo con sus modestas posibilidades”.

Las utopías posibles son aquellas que parten de que lo mejor es enemigo de lo bueno. Es cierto que una sociedad mejor sería aquella en donde desaparecieran los mecanismos disciplinarios criticados por Foucault y la pena de prisión como exigen los abolicionistas. Mientras tanto, una estrategia alternativa es luchar por la implementación de leyes penales garantistas, diseñar y aplicar una política criminal democrática y reformar las cárceles para que dejen de ser “infiernos en la tierra”, aunque no se conviertan en paraísos terrenales.

Un mundo mejor es una sociedad abierta al futuro, a las sorpresas, a lo inesperado, a la contingencia. En las utopías clásicas, nos encontrábamos en un paraíso cerrado a la improvisación y al experimento, donde se dispone de todas las respuestas. Las utopías deben ser hoy fábricas de sueños y esperanzas y no suministradoras de certezas y pronósticos.

Sólo así es posible que cada cual dé lo mejor de sí y saber qué se nos exige para cambiar las cosas y hacer presente el futuro.

No podemos asimilar las utopías a las ingenierías sociales o utopías negativas. Las utopías se nutren de los ensayos y la democracia es, ante todo, invento y práctica (John Stuart Mill). La utopía negativa parte de las verdades absolutas y lo absoluto no admite el experimento. Es cierto que el experimento implica riesgo y que, por eso, somos sociedad del riesgo (Beck). Hoy, sin embargo, el riesgo menor es la utopía, siempre y cuando seamos sociedades abiertas (Popper) que asuman la reforma incremental y no lo indefectible de la historia.

Lo que hoy es utópico mañana es real. Hagamos hoy de lo utópico una realidad. El “principio esperanza” (Bloch) y el “principio responsabilidad” (Jonas) deben estimular el desarrollo utópico de la sociedad. Las utopías, en tanto provocan al Estado y a la sociedad, forman parte del patrimonio cultural e histórico de la humanidad. Necesitamos deseos utópicos concretos “porque el ser humano necesita la esperanza como el aire que respira” (Haberle).

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