De nuevo, la Policía Nacional se ve envuelta en un escándalo de violencia, que la sitúan al margen de la ley y que la deslegitiman como brazo auxiliar de la Justicia. Ese cuerpo, que se supone del orden, de más en más es percibida como todo lo contrario, como una institución que lejos de inspirar confianza, inspira desconfianza. Su historia lo dicen los hechos, ha discurrido bajo el signo de la intolerancia, los abusos y violaciones de los más elementales derechos humanos. Pero, la fuente de esa ignominia no debe buscarse sólo en la corrupción y arbitrariedad de la generalidad de sus jefes, ni tampoco en los miserables salarios y niveles formativos del cuerpo policial. Debe buscare en la historia de intolerancia y violencia atávicas en que han discurrido la mayoría de los gobiernos que hemos tenido, y en las instituciones sociales/eclesiales.
El germen de la violencia se encuentra en lo más profundo de nuestra estructura social, en cómo se ha construido esta sociedad, en la historia de esa intolerancia que de diversas formas se enseña, se institucionaliza y manifiesta en nuestra práctica social. En ese sentido, la versión, de confirmarse, de que la muerte de esta última víctima de la incompetencia y bestialidad policial, el joven David de los Santos, la provocó una golpiza propinada en la celda donde fue recluido, por tres reclusos y policías o con la complicidad de estos, sería un ejemplo del estado de degeneración de nuestro el sistema carcelario, el cual contribuye al reforzamiento de tendencia a la violencia de muchos reclusos, como de la misma policía.
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Nadie nace con propensión a la violencia, ésta la produce circunstancias sociales que terminan convirtiéndose en estructurales y se enseña de diversas formas, se aprenden, y de alguna manera se socializan en el tejido y en las instituciones sociales. De la violencia, la intolerancia es quizás la más nociva de sus fuentes. Esta última es. una actitud de rechazo a lo diverso, de prejuicios frente a la diferencia, al percibido diferente e incluso hasta a lo nuevo. De manera sutil muchas veces y abiertamente las más, esas actitudes son enseñadas y difundidas. Nuestra historia política ha discurrido con muchos gobiernos de fuerza, de largos períodos gobernados por uno o por un puñado de presidentes que se han sostenido mediante el recurso de la represión, la fuerza y el miedo.
Es urgente una reforma policial, pero esta sería sostenible solo si somos capaces de producir una profunda reforma moral e ideal en nuestro sistema político. No la podemos erradicar de ese cuerpo si persisten los múltiples vectores que, en última instancia, la determinan y amplían.