SERGIO SARITA VALDEZ
En el capítulo 8, versículo 12 del Exodo bíblico se relata el episodio de la tercera plaga de Egipto enviada por Dios como castigo a Faraón por negarse a obedecer sus órdenes de permitir la salida de los israelitas del territorio egipcio. Se narra de esta forma: Nuevamente habló Yavé a Moisés: Di a Aarón que golpee con su bastón el polvo de la tierra, y saldrán mosquitos por todo el país.
Así lo hizo Aarón; golpeó el polvo de la tierra que se volvió mosquito, persiguiendo a hombres y animales. Todo el polvo de la tierra se volvió mosquitos por todo el país de Egipto.
Los brujos de Egipto intervinieron también esta vez, y trataron de echar fuera a los mosquitos por medio de sus fórmulas secretas, pero no lo pudieron, de manera que los mosquitos siguieron persiguiendo a hombres y animales. Entonces los brujos dijeron a Faraón: los dedos de Dios está en esto.
Pero Faraón se puso más porfiado y no quiso hacerles caso, tal como Yavé lo había dicho anteriormente.
Se trata de un testimonio escrito, en donde los mosquitos aparecen como castigo divino, persiguiendo y atacando a los hombres sin que los brujos egipcios pudieran evitarlo. Esos mismos artrópodos serían los que, miles de años después y en un sitio tan distante como Santo Domingo, acabarían en 1802 con las tropas de Napoleón Bonaparte al mando de su cuñado Leclerc. Dichas fuerzas militares combatían desde las zonas costeras a las fuerzas haitianas comandadas por Toussaint Louverture, quien ocupaba la isla. Existen evidencias de la época que afirman que, más que los ejércitos haitianos, quien derrotó al ejército francés fue la fiebre amarilla a través de su invencible flota de artillados insectos alados. Esta afección producida por un flavivirus transmitido por el Aedes se adjudicó entre sus víctimas mortales al general Leclerc, que era el esposo de Josefina Bonaparte, hermana del primer mandatario de Francia. El doctor Francisco E. Moscoso Puello en sus Apuntes para la historia de la medicina de la isla de Santo Domingo, considera que la fiebre amarilla fue en Santo Domingo una enfermedad importada por los españoles.
El virus del dengue otro flavivirus utiliza como vehículo de transporte al mosquito Aedes dando lugar a un cuadro infeccioso generalizado, caracterizado por un comienzo súbito de fiebre alta, acompañada de una especie de salpullido en la piel, dolor de cabeza y muscular, malestar de garganta, postración y depresión. A todo esto pueden agregársele unas manifestaciones hemorrágicas como expresión de un fenómeno auto inmune que ataca y consume algunos factores de la coagulación. Se trata de un mal endémico caribeño. Apunta Moscoso Puello que La ley dominicana de Juro Médico de 1906 indicaba en su Artículo 97 lo siguiente: los médicos están obligados, una vez establecido el diagnóstico, a declarar al Gobierno o al Jefe Comunal respectivo todo caso de enfermedad epidémica que se presente, como: Disentería, cólera asiático, coqueluche, dengue, difteria, escarlatina, erisipela, fiebre tifoidea, gripe, muermo, peste bubónica, pústula maligna, sarampión, septicemia, tifus exantemático, viruelas y vómito negro.
Como podemos observar, la problemática del dengue que es asunto de ahora, lo ha sido de ayer y desgraciadamente me temo que lo será del mañana por buen rato. Hacemos este mal presagio debido a las características de su agente transmisor, el Aedes aegipti. Este zancudo volador, cuya hembra al succionar la sangre de su víctima humana simultáneamente le introduce su carga viral, se desarrolla en las aguas estancadas de ríos, manantiales, pozos y recipientes caseros en donde se almacena el preciado e indispensable líquido. ¿Acaso podemos garantizar que de una manera natural o por necesidad práctica el hombre deje de acumular agua, o que la mantenga tapada todo el tiempo? Tarea difícil aunque no imposible. Lo importante es reducir la población Aediana a una densidad mínima para de esa forma evitar que el mal endémico se nos haga epidémico.
Para colmo de males, esta familia de virus tiene una capacidad extraordinaria para experimentar mutaciones lo que hace inaplicable el uso efectivo de las vacunas. Resulta sorprendente que siendo estos parásitos intracelulares tan diminutos y dependientes, tengan la capacidad de doblegar e incluso hasta de matar a millones de gigantes seres vivientes como comparativamente lo seríamos los humanos.
¿Andará Yavé enfadado por el comportamiento de los dominicanos, y, como consecuencia, nos ha mandado un infierno de mosquitos para que diseminen dengue a diestra y a siniestra, llevándose a niños y ancianos en primera línea, para luego continuar el chapeo con los jóvenes y adultos? ¿Convertirá en inútiles los ingentes esfuerzos de los brujos modernos, en este caso específico los médicos por controlar el brote epidémico de dengue? ¡Dominicanos y dominicanas, oremos con fe, trabajemos con ahínco y sin desmayo para contener y disminuir los nuevos Atilas voladores, a fin de reducir el preocupante dengue! Ataquemos la tuberculosis y el SIDA de las cárceles, no le bajemos la guardia a la violencia homicida, ni a las fiebres entéricas, sigamos vacunando y nutriendo a nuestros niños, así como atendiendo a los enfermos tan temprano y efectivamente como sea posible.
Solamente a través del combate frontal y victorioso sobre estos demonios estaremos moralmente capacitados para seguir repitiendo gozosos y a todo pulmón el estribillo de nuestro Presidente: ¡E palante que vamos!