De vuelta al barrio

De vuelta al barrio

COSETTE ALVAREZ
Después de una preocupante mañana de sábado, escuchando las experiencias de un hombre que ha sido delegado de mesas electorales en todos los procesos desde la muerte de Trujillo, las tantas y tantas cosas que ocurren mientras los votantes, de buena fe, depositan en las urnas su intención en cuanto a los poderes del Estado, como si los esfuerzos de campaña no sirvieran de nada, a menos que nos convirtamos en celosos vigilantes del sufragio, del conteo, de las actas y demás  detalles, en última instancia, fuera de nuestro control; después de una frustrante tarde de sábado en la que, llena de expectativas, y por encima de mi posición de años, acudí a la Biblioteca Nacional en medio de la Feria del Libro para estar presente en el panel sobre el acceso de las mujeres al poder, al que no se presentaron ni las organizadoras ni las panelistas ni más candidata que yo, y se perdió un escenario de oro, la tanta juventud que se quedó plantada y sin excusas, la noche de ese mismo sábado me cambió la vida por completo.

En el Club de Arroyo Hondo, los vecinos de mi infancia, los que vivíamos en la Zona Universitaria en los finales de la era de Trujillo y los albores de esta democracia perversa, nos dimos una dosis única de cariño, de nostálgicas anédoctas, de emociones, de risas, una que otra lagrimita, uno que otro traguito, una cena deliciosa, una música sin par, por supuesto, una bailadita y, para completar, la voz y la alegría natural, permanente, de Rhina Ramírez, también del barrio.

Para mí, fue de particular significado reencontrarme con Janet Espino, a quien no había vuelto a ver desde entonces, a pesar de mis ingentes esfuerzos por dar con ella. Ya me dijo que pasó muchos años fuera del país. Sirena Garrido, Rosititica Fernández, Libbín Lugo, los Nova que eran diez, solamente superados por los Sainz que eran once; los Tejada, sí, los hijos del desaparecido doctor Tejada Florentino, Guaroa Henríquez, mi primo Richard Alvarez, los y las Miranda, Graciela Alfonso, Ana María Dujarric Nanita, Cynthia Ramos, los Canela, los Alma, los Isaías, bueno, una tremenda lista, casi como el censo del barrio en esa época.

El espíritu de las elecciones también estuvo presente y fueron muchos, muchos, los mensajes de respaldo, admiración, cariño y respeto que enviaron a Hatuey conmigo, incluyendo un beso que le mandó una amiga, no hablemos del apoyo a nuestras candidaturas en las diferentes circunscripciones de cada uno, más esa imagen tan bien implantada de nuestro próximo senador del Distrito Nacional, Eduardo Jorge Prats.

No tengo la menor duda de que fueron mis años en ese vecindario, en edades determinantes, los que me llevaron a concentrar mi atención de adulta en el tema del barrio como el lugar donde se ejerce la ciudadanía de base, la restauración de la confianza mutua para poder realizar planes en común, la recuperación de espacios públicos para la niñez y la juventud, en fin, todas esas normas de convivencia sobre las que vengo cacareando hace tantos años. Perdimos la noción del momento en que desapareció ese estilo de vida tan sano, en el que adquirimos valores humanos simplemente jugando, juegos propios de la edad, y lo divertida que nos resultó esa etapa crucial de la vida, al extremo de que, cuarenta y pico de años después, ahí estábamos todos, como si el tiempo no hubiera transcurrido, con la indescriptible paz que produce descubrir que estamos todos en la misma onda, que tenemos más o menos las mismas posiciones frente a la vida. ¿No es maravilloso? Pero en realidad, debí titular este artículo «De vuelta a la vida», o quizás, «Bolero», como aquella inolvidable película, porque, mis queridos lectores, no tengo cómo agradecer a los

colegas en la opinión pública su compañía en el exquisito desayuno que compartimos en la acogedora salita de Mrs. Teapot y las expresiones públicas ponderando nuestra postulación, así como las invitaciones y los comentarios en tantos medios escritos y electrónicos, y aquí tengo que sacar su comida aparte a don Cuchito y a Carmen Imbert. Entonces, mis compañeras de colegio, desde el kindergarten en el Instituto Escuela, hasta el bachillerato en el Colegio Santo Domingo, y mis más queridas amistades de toda la vida, incluyendo celebridades, más aún, desplazamientos desde el extranjero, como el de Cecilia García, dándonos un vinito en Red, el bar de Hatueycito, su hijo, ¿con qué se paga eso? Sólo con amistad, con lealtad, con un comportamiento que no avergüence a unos de los otros.

Se lo comento a Hatuey una y otra vez. Algo hemos hecho bien, correctamente, durante toda nuestra vida. Porque, señoras y señores, si me he sentido bien acogida en esta cruzada, no quieran saber cómo reacciona la gente, en positivo, en contentura, cuando comentan que soy candidata de Hatuey, a quien elogian en lo personal por su coherencia entre otras, y por el palo que ha dado al presentar la mejor oferta electoral. No son pocos los peledeístas, perredeístas y reformistas hartos de pasarse la vida atajando para que otro enlace (y siempre los mismos otros), que volcarán su voluntad política en nosotros.

Que Sara Pérez haya escrito que mi propuesta legislativa es la mejor que haya presentado candidato alguno, que Susi Pola me haya dedicado un contundente párrafo en uno de sus artículos, que Juan TH me haya dado espacio en su Gobierno de la Tarde, que doña Susana Morillo me dé vitrina una y otra vez en su tan leída columna, Angela Peña, Juan Bolívar Díaz, Gustavo Olivo, Mercader, Alex Jiménez, Persio Maldonado, Norín García Hatton, Zoila Luna, René Fiallo, don Radhamés, mis familiares, tantos amigos y amigas dándome apoyo, incluso económico; las sabias orientaciones de mis compañeros de boleta Gladys, Manolo y Yayo, mis vecinos de diferentes épocas, los grupos y asociaciones con los que me he reunido, tanta gente que se me ha ofrecido espontáneamente para distribuir mi propuesta, tantos hijos e hijas de amigas dispuestos a ser delegados de mesas electorales,…¿qué más puedo pedir? ¡que vayan a votar!

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