Hay días que me levanto con una esperanza demencial, momentos en que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Este es uno de esos días. (E. Sábato).
Aquellos fueron días propicios, intensos, de callada angustia, de incertidumbre, de meditación y también de esperanza renovada. De pensar profundo. De encuentro consigo mismo, alejado del mundanal ruido y de la vida pública. Devuelto a la tranquilidad del hogar, sin mayores complicaciones, sin dejar de pensar que el dolor y sufrimiento ajeno, de tantos infelices, sirve de triste consuelo, debo agradecer profundamente a Dios, dador de fe; a los doctores Catherine Schirardi, Miguel Núñez, Elisa Fernández, Carlos Lamarche Rey, Dionis Rivera, Frank Valdez, Fernando Contreras Pena, por su desprendimiento y elevada consideración; a la Dirección de CEDIMAT, su personal médico, de enfermería y de servicio auxiliar por sus eficientes atenciones durante esta dura prueba que compartieron conmigo todos los miembros de mi entrañable e insustituible familia, aquellos amigos que con su espontánea presencia dieron muestras de solidaridad espiritual y otros que no quise preocupar seguro de su fidelidad. A todos, las gracias del alma.
A esos días le siguen otros de calma y paciencia, de lecturas provechosas y sana distracción, sin abandonar nuestras obligaciones y los problemas nacionales, sabedores de que los aleteos de esperanza que despertara el discurso inicial del nuevo mandatario y las atinadas medidas que han sido tomadas tienen un sabor refrescante, aun cuando alcancen los terribles males heredados ni enfrenten la desgracia mayor que como sociedad padecemos, atrapada en las redes monstruosas de una corrupción generalizada, la violencia criminal y la impunidad que lo patrocina poniendo en grave peligro el Estado social de derecho e institucionalidad democrática proclamado por esta nueva Constitución marcada, desde su origen, con el signo de ilegitimidad.
No soy un crédulo que espera milagros, pero quiero creer. Quiero pensar que vivimos el momento preciso para iniciar un cambio definitivo, que tenemos una gran nación con sus mitos y leyendas, con sus héroes, heroínas y mártires que son nuestros paradigmas, modelo de abnegación y sacrificio porque creyeron en su patria, en algo mejor y posible para nosotros. Es tiempo de traspasar el espejo utilitarista que nos deslumbra y enajena, e ir al encuentro con todos para llenar el vacío que nos aísla y nos hace indefensos frente a las fuerzas del mal.
Abrevar en la sabiduría de los grandes maestros de la ciencia, la filosofía, la teología, que aprendieron y enseñaron los secretos de la vida para hallar la auténtica felicidad; no sin sacrificios, si con amor y devoción por un mundo más humanizado y posible Si se cambia la mentalidad del hombre, el peligro en que vivimos es paradójicamente una esperanza . La juventud tiene que integrarse, jugar su papel. Ella es el futuro y el futuro es ahora. La clase empresarial y política, asumir su responsabilidad social si quiere sobrevivir porque si los lobos contagian a las masas, un mal día el rebaño se convierte en horda. Y eso sí es peligroso para todos.