De vuelta, la revuelta

De vuelta, la revuelta

CARMEN IMBERT BRUGAL
La ficción sirve para acomodar culpas, para propalar devociones y rechazos, sin miedo. Permite sentimientos que la realidad acalla. La astucia y fidelidad de Penélope, la sabiduría de Atenea, la salacidad de Salomé concitan admiración. Es preferible atribuir a la invención, las peripecias de Juana La Loca o las hazañas amatorias de Catalina La Grande.

Muchas anhelaron ser como Emma Bovary pero carecían de valor y de las ganas suficientes para serlo. La ficción dulcifica personajes como Isadora o Frida. Es preferible. Los prejuicios atentan contra la autenticidad. La mojigatería enloda la existencia de las atrevidas y la fábula las reivindica cuando no tienen voz.  Por estos lares las mujeres supieron estar presentes en el momento adecuado y con las armas correspondientes. Que se mencionen sus exquisitos bordados y el sabor de los caldos que preparaban para sostener la vigilia de los héroes, no les arrebata la historia que remueve pudores.

El reencuentro con Manuela Sáez permite estas disquisiciones. Luis Zúñiga, escritor ecuatoriano, asume la identidad de «la libertadora del libertador» y cuenta, sin ambages, venturas y desventuras de esa vencedora. A Manuela no le importó el cotilleo demoledor e injurioso. La sociedad quiteña la despreció, ella se impuso, con la fuerza de sus convicciones y el deseo de vivir. Pagó el precio de la libertad para ejercerla.

En el año 2001, Gioconda Belli produjo estremecimientos con la publicación de «El País bajo mi Piel». Trascendió discursos y poses sandinistas. Algunos apostaban que la era del silencio terminaba y creyeron que las participantes en los procesos políticos contemporáneos, se atreverían a decir, a contar el amor al borde del peligro, con la prisa de la delación o la emboscada.

Las confesiones de la Belli reafirman la importancia de la piel. Siempre es la pasión. Está detrás del AK47, detrás del primer edicto y del último decreto, detrás del temblor del triunfo y del espejismo de la derrota. Negarla, disfrazarla, es engañar. La historia erótica de la revolución cubana no se ha contado, la del 1965 dominicano, se intuye, la del 1979 nicaragüense, se esboza en el texto de Gioconda.

El libro de Zúñiga, ganador del Premio Nacional de Novela en Ecuador, llegó a mis manos desde Cuba. La procedencia y el contenido, obligan la mención de una mujer, tan importante en el proceso cubano, previo al 1959, como las que permanecieron en los festines de la gloria. Admiradora de Eduardo Chibás, integrante del Frente Cívico de Mujeres Martianas, ofreció el apoyo necesario y requerido. Su casa fue centro de reunión de los muchachos que pretendían, con el Asalto al cuartel Moncada, liberar a Cuba de la opresión. Involucró a su familia, al marido, a los compañeros de trabajo.

La noticia de su belleza y arrojo viajaba en aquellos barcos que mantenían negocios y afectos entre las islas. La leyenda fue construida por el asombro y la maledicencia. Cultores del boato y la diversión habanera, especulaban con su conducta. Ella creía que nadie percibiría su trajín, repartiendo octavillas rebeldes. Ella, que detenía el tránsito habanero con la presencia verde de sus ojos, en cualquier esquina.

Cinco décadas después, nadie sabe si padeció o no, los efectos de la injuria. Tanto qué decir y nada dice. Optó por la discreción para ser ella. Ahora mece sus sueños, los propios. No es albacea de la ilusión ajena, tampoco responsable de la espera o el desengaño de otros. Eligió y cualquier elección implica consecuencias. Irreparables unas, satisfactorias otras.

El Caribe, irreverente y cumbanchero es recatado. Vende voluptuosidad y seducción, misterios y desenfado, empero, se atolondra y calla, cuando alguien intenta vivir sin arrodillarse frente al altar de la hipocresía.

Natalia Revuelta Clews dice: «Soy tímida con las entrevistas. Por suerte he padecido pocas». Prefiere el género epistolar. La ciudad habla más que ella, y no la contradice, co-existen abrazadas, compartiendo hermosura. La imagino admiradora de Manuela, describiendo la osadía de la amante de Bolívar. Evocando a la Sáez, envejecida, con las cartas amarillas del Libertador en su regazo. Manuela trajo de vuelta a la Revuelta, tan digna y silenciosa, retozando con la llave, aquella llave, entre sus manos, para no abrir el cofre que guarda amores y dolores y continuar viviendo.

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