Santa Sede y Wall Street: pilares de la estabilidad de toda la humanidad
La creencia en la sacralidad de la Santa Sede ha sido clave en la hegemonía del catolicismo. Se trata de la garantía de la espiritualidad de millones de creyentes, custodiada bajo los mayores principios de santidad y honradez, para la paz mundial, y salvación de muchas almas.
Tanto el aspecto político como el administrativo del Estado del Vaticano, cuyos privilegios son idénticos a los de cualquier Estado-nación, se basan en legalidades consignadas en tratados internacionales; pero también en la creencia en la buena fe de los papas y sus subalternos esparcidos por diversas naciones del planeta, y la fidelidad de los que en ellos confían, gente común que venera a estos varones, a quienes entregan ofrendas destinadas a apoyar el sistema religioso en que se basa dicho santo Estado.
Wall Street, como se llama la calle en donde originalmente estaban ubicadas las principales bolsas de inversión del mundo; se trata de un lugar “de apuestas”, donde se entregan aportes pecuniarios, en efectivo o sus equivalentes, para afincar a empresas que requieren de ello para desarrollar estrategias de negocios competitivas.
Tal sistema descansa, como cualquier sistema social, en la creencia en la buena fe de los actores que lo rigen y protagonizan, y en la de los agentes de los Estados que regulan y vigilan sus operaciones.
Tanto la Santa Sede como Wall Street son pilares de la estabilidad del mundo occidental y de toda la humanidad. A pesar de sus diferencias, en muchos aspectos contrastantes, tanto en la Santa Sede como en Wall Street, pueden ocurrir hechos non sanctus.
En Wall Street, la transparencia es el valor clave. En el Vaticano lo es la santidad. Uno se basa en la fe. (El santo suele ser apartado, silente, recogido; no está siempre obligado a dilucidarla públicamente). En el caso de Wall Street, la transparencia es, absolutamente, lo que Parsons hubiese identificado como un prerrequisito funcional.
Para la suerte de todos, el capitalismo está obligado a jugar lo más limpiamente posible este juego, al menos en la parte del sistema de “la bolsa”, y a dar clara cuenta de cada peso apostado o invertido por los tenedores de acciones.
El Vaticano, por su parte, también, a su modo, lleva claras las cuentas de su rosario.
La bolsa está obligada a jugar limpio, y se le hace difícil ocultar un soborno o una operación fraudulenta; al tiempo que el sistema capitalista procura castigar todo fraude comprobado, y defender a los inversores de las contrataciones adulteradas tipo Odebrecht con gobiernos de la región.
Porque le restan competitividad a las empresas del sistema, y hacen jugadas que Wall Street no puede permitirse sin que el sistema bursátil se venga abajo.
Consecuentemente, Wall Street “interviene” gobiernos corruptos, salvando así de mayores atracos a nuestros países. No porque sean santos, ni aún mejores personas que dominicanos y brasileños, sino porque el sistema capitalista descansa en esas bases legales y psicosociales.
En Roma también suele haber transparencia… Y no deja de haber cierta santidad en Wall Street.