Debate
Insensibilidad ante un gran patrimonio

Debate <BR>Insensibilidad ante un gran patrimonio

He venido observando, desde hace tiempo, que tanto al oficialismo como a la ciudadanía en general, lo concerniente al patrimonio cultural (histórico, artístico, arquitectónico o arqueológico) les resbala sensiblemente. Que es lo mismo que decir, les interesa muy poco. Y eso es sumamente grave para el futuro del patrimonio cultural de una nación, dada su gran importancia para la cultura de los pueblos, al igual que para su desarrollo económico y social, muy particularmente en lo concerniente a un turismo sustentable, apoyado en la diversidad de ofertas, entre las cuales se encuentra el turismo cultural.

De no ser como yo pienso, cuánto me agradaría saber cuál es, en realidad la razón  por la que los dominicanos han dejado pasar tanto tiempo (cuarenta y tantos años) sin haber podido lograr lo que se ha venido intentando intermitentemente, y sí lo han hecho la mayoría de los países del mundo, que cuentan con similares y hasta inferiores recursos monumentales que el nuestro. 

Repetida, una vez más, una parte de la historia del tema que nos ocupa, incluido su diagnóstico, entiendo que ha llegado el momento de empezar a asimilar y dedicar la atención y los recursos necesarios, considerándolos como una inversión reproductiva, no como un gasto suntuario.

Es la única manera de poder continuar analizando lo que ya se ha hecho, y lo mucho que falta por hacer, en lugar de pasarnos el tiempo manipulando otros asuntos, o repitiendo promesas. Siendo así, lo más importante debería ser concentrarse en su reorganización, a la vez que continuar con el trabajo que se detuvo, hace algún tiempo, y se comience con lo más importante que es, a mi modesto entender, lo heredado del largo período colonial.

En esencia, lo que ha pasado aquí es que el pueblo dominicano, a diferencia de la mayoría de otros pueblos que surgieron en América desde finales del Siglo XV, tuvo una suerte fatal. Por un lado, al ser su territorio de un tamaño reducido, además de insular, tan pronto sus riquezas aurífera se agotaron y se descubrieron otras mucho más abundantes en el territorio continental, fue paulatinamente abandonado, abriéndole cancha al filibusterismo en la región norte de la Isla, causante de su posterior devastación.

A los desmanes de esos aventureros, igualmente europeos, les siguió la piratería de la que el inglés Francis Drake se ocupó de ponerle la tapa al pomo. “Santo Domingo, en tiempos coloniales, nunca convaleció de este golpe que por siglo y medio selló su decadencia fatal”,  (Erwin Walter Palm, Los Monumentos Arquitectónicos de la Española, 1955).

La desolación, el abandono, y el inexplicable descuido de la monarquía española fueron, igualmente, otros de los principales factores que contribuyeron al descalabro de la Colonia que  llegó a convertirse en una improvisada punta de lanza desde donde se fraguaron los sucesivos descubrimientos y conquistas y se emprendieron los desarrollos de lo que se había descubierto, hasta entonces. Terminando esta por dar lástima, hasta finales del Siglo XVIII.

Más adelante, no bien iniciado el Siglo XIX, la reducida población de la Isla, ya dividida políticamente, y todavía colonia española la de la porción oriental, da sus primeros pasos hacia su independencia, lo que explica el porqué los ya considerados ciudadanos dominicanos apenas pudieron erigir nuevas y mejores edificaciones, teniendo que conformarse con seguir reparando (no restaurando) las existentes. Así, resumidas estas primeras cuatro centurias, llegamos al Siglo XX sin tener casi nada nuevo.

No fue sino hasta bastante avanzado el Siglo XX cuando empezó a verse otro panorama. No obstante, la puesta en marcha de una funesta disposición oficial mediante la cual se declaraban “peligro público” o “lesivo al ornato” las edificaciones antiguas que se encontraban en mal estado o, las que, voluntariamente, estaban designadas a ser sustituidas por otras, el panorama se tornó mas oscuro, llevándose de encuentro infinidad de valiosas edificaciones de nuestro patrimonio arquitectónico. Y todo ello con el propósito de sustituirlas por singulares adefesios, algunos de los cuales todavía “adornan” nuestra vapuleada Ciudad Colonial, de los que se exoneran las “torres” de aquellos tiempos, como son los edificios Baquero, Diez, y Cerame, construidos en la década de los años veinte, al igual que algunas residencias particulares.

Llegado el momento de comenzar a intervenir lo que había perdurado por tanto tiempo, algunos curiosos se preguntaban qué se podía hacer con los limitados recursos de que se disponía. A mi entender, lo que se hizo. Empezar aclarando el panorama existente, liberar del camuflaje las  estructuras que se intervenían, descubrir lo que se ocultaba, y empezar a recomponer lo que se podía, eso sí, teniendo presente que la restauración debe terminar donde comienza la hipótesis. (Continuará)

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