DEBATE
Capital y burguesía forman un sistema

<STRONG>DEBATE<BR></STRONG>Capital y burguesía forman un sistema

Es una contradicción terminológica seguir llamando a Juan Isidro Jimenes Pereyra  el primer burgués dominicano y a Trujillo el creador de la burguesía dominicana, tal como lo apunta Juan Bosch en su Composición social dominicana (“Obras completas”, t. VI, 1991, 239 y 278?: “La burguesía, pues, se hallaba en el gobierno del país, cosa que no había sucedido en toda la historia dominicana.”

Si el capitalismo como modo de producción abstracto e impersonal y la burguesía como su creadora forman un sistema no puede, a mi juicio, al tratarse de una clase, hablar del primer burgués dominicano. Aunque el burgués se vuelve concreto en la sociedad donde actúa, del mismo modo que el idioma se vuelve concreto en el discurso y el sujeto, para Bosch, Trujillo no sustituye, personal y unifamiliarmente, a la clase burguesa inexistente en el país hasta que no monopoliza la mayor cantidad de empresas de consumo diario obligado, como la sal, los zapatos, la carne y parte del azúcar, sacos, cordelería, arroz.

Pero resulta, y Bosch tendrá que reconocerlo al final de su obra, que el capitalismo que Trujillo instauró, exceptuando el enclave Vicini y Central Romana, fue una relación personal y unifamiliar que impidió que la capitalización a través del comercio se invirtiera en industrias, lo cual ocasionó que esos pequeños capitales se acantonaran en actividades mercantiles pequeñoburguesas (pequeño comercio, finquitas, casas de alquiler, etc.)

El círculo vicioso personal y unifamiliar del Trujillo burgués, al sustituirse no solamente a las clases burguesas que no existieron entre 1920-1961 sino también a los militares, los partidos políticos y los capitales  extranjeros bien vigilados y controlados en su crecimiento por el dictador, produjo una consecuencia irreversible en su específico modo de acumulación de riquezas: que no creara tampoco a la clase burguesa, sino, según Bosch, a unas “65 a 77 fortunas privadas por encima de un cuarto de millón de pesos”, pero que a la muerte de Trujillo estos ricos fueron integrados por los Estados Unidos en lo que en América Latina se ha llamado frente oligárquico.

Por supuesto que esos miembros de la oligarquía integrados en un frente son capitalistas que poseen medios de producción y emplean mano de obra libre, pero sin sindicatos.

Son burgueses, si se quiere, pero con mentalidad y cultura pequeño burguesa, de ahí su integración en dicho frente y su aceptación que sean los Estados Unidos quienes les dirijan y conduzcan, ya que no surgieron como verdaderos burgueses, con ideología propia, con confianza en sí mismos y ajenos a la tutela eclesiástica.

¿Qué es un frente oligárquico? Aquí, otra vez, el burgués dominicano no se reconoce como tal, se avergüenza de que le llamen burgués, y peor, oligarca, pues culturalmente no bebió de la misma fuente donde bebieron la burguesía francesa, inglesa o norteamericana en los siglos 17, 18 y 19. Bosch mismo lo dice: “No podemos afirmar que ese número de dominicanos que pasaron a tener más de un cuarto de millón de pesos entró en el nivel de los burgueses, pero todo indica que no fue así.

Ahora bien, es evidente que no formaron una burguesía: que muchos de ellos pasaron a integrarse en una oligarquía nacional.”

Entonces, un frente oligárquico no es idéntico a como funcionó la oligarquía en Atenas y Esparta, sino que a través de los siglos hasta el presente, las oligarquías latinoamericanas han sufrido transformaciones, se han acomodado al capitalismo, pero alternan sus inversiones en actividades  que no usan mano de obra intensiva (ganadería, agroindustria, juegos (casinos, gallos, deportes, etc.) y forman, dichas oligarquías, sistemas donde “las posiciones se heredan –aunque por imposición-, como si se tratara de una monarquía o una nobleza que deja en herencia los títulos y los cargos.” (Oc, t. VI, 290)

Es en este único apartado donde puede hurgarse la mentalidad y la ideología de lo que llaman en nuestro país, burguesía, que, por la posición que sus miembros ocupan en las relaciones de producción, lo son, pero en punto a cultura, se ve en la definición de Bosch que están halados por sistemas de mentalidades que se remontan a uno o dos milenios, sin que esto sea un atraso, sino una especificidad.

Estos frentes oligárquicos, como hace tres mil años se produjo en Esparta, encuentran un apoyo formidable en las potencias extranjeras que dominan en la época (Esparta, Estados Unidos).

Por esta razón, la mentalidad no solamente de los oligarcas, sino también del vasto ejército de pequeños burgueses y gente de la clase pobre que les están subordinados encuentran su complicidad en ese sistema, pues el pequeño burgués, como dice, Bosch sueña con la ilusión, prometida por los oligarcas, de poder llegar a formar parte de esa clase  y los pobres sueñan con llegar a ser pequeño burgueses.

Estos sueños son la trabazón y el obstáculo para que la sociedad sea organizada como sistema burgués, económica, política y culturalmente.

Pueden pasar siglos sin que ese tipo de sociedad oligárquica sea removida (más fácil es remover un cementerio), y se tiene la impresión, al paso de los años, que nada se mueve, que nos encontramos viviendo en esos dilatados imperios que formaron parte de lo que Marx llamó el modo de producción asiático.

Si la sociedad de 1963, apenas dos años de la muerte de Trujillo, no reconoció en el gobierno de Bosch y su Constitución la verdadera oferta de un ordenamiento jurídico y cultural burgués, fue porque la cortedad de visión y los obstáculos culturales y mentales llevó a ese reducido grupo de oligarcas, que no pudieron pasar a burgueses durante la dictadura, a ver un peligro en aquel gobierno y no vacilaron en apoyar el golpe de Estado orquestado por el Pentágono.

Fue así como en un lapso de meses, bajo la consigna de la “seguridad nacional” y la estrategia de contra-insurgencia creada por los Estados Unidos para evitar una segunda Cuba en América, hubo de 1961 a 1967 siete golpes de Estado en América Latina, pretextando el artículo 2 de esa doctrina que entendía como “un mal menor” el derrocamiento de gobiernos elegidos libremente por el pueblo ante la posibilidad que se deslizaran hacia la izquierda o que los comunistas los “sorprendieran” e instalaran un régimen similar al de Cuba.

Algunos analistas criollos y otros de la región latinoamericana han insistido en la ceguera de los artífices de la política exterior norteamericana que no veían la imposibilidad de clonar un gobierno socialista al estilo Cuba dada la correlación de fuerzas, el “atraso” e ignorancia de la clase obrera y campesina, e incluso de la pequeña burguesía, la más alborotadora en momentos de crisis.

Pero olvidan esos analistas que “los frentes oligárquicos” son la mejor manera de acumular riquezas desde el centro imperial, pues apoyar regímenes burgueses era competir justamente por la misma plusvalía o excedente, en condiciones desfavorables para los Estados Unidos, ya que son siempre los burgueses locales quienes controlan en estos procesos,  el poder político.

La experiencia de Trujillo así se lo demostró, pues antes de su asesinato se aprestaba a nacionalizar, para su propio beneficio, la Compañía de Teléfonos y comenzaba ya la campaña en contra de los centrales azucareros norteamericanos.

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