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MEMORIA: Crítica de la “crítica” acrítica

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Lo que hasta ahora no se ha examinado ni discutido con atención en los mundos direccionales de la crítica es la problemática de los universales del lenguaje literario que, a su vez, implica el valor de los incidentales del discurso, del poema, la novela, el ensayo y demás vertientes del texto y la textualidad, del signo y las proliferaciones del sentido.

Los universales semánticos y filosóficos están presentes en la literatura sin que ésta pueda resistirse a la acción-valor y efectos de los mismos.  Entender la memoria y el testimonio como razones del significado y la significación conduce a desarrollar los mecanismos perceptivos y metafuncionales de la actividad literaria y lingüístico-textual.

¿Qué nos ofrece desde la teoría de la memoria la crítica a la “crítica” a-crítica?  El análisis llevado a cabo por Marx y Engels en La sagrada familia y en La ideología alemana al respecto promete incluso hoy un debate sobre la visión de los universales filosóficos y literarios, a partir del fundamento político de la theoria y la noción misma de programa crítico.  (Véase también los Grundrisse (1857-1858)- Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política de Karl Marx (vols. 1, 2 y 3).

La legibilidad de la crítica “crítica” y de la “crítica” a-crítica, particulariza un debate acerca de los modos de intercambio de las textualidades literarias y filosóficas, incidentes en los registros de un discurso narrativo categorizador de instancias ideológicas y contextuales, articulables en el texto-ficción y el texto-acción.  El asombro que produce y a la vez implica la interpretación de una determinada temática implica una vigilancia epistemológica del producto y la productividad discursivo-textuales convergentes en el acto literario ligado necesariamente al acto de leer.

Pero es la memoria, la escritura, la tradición de escribir, textualizar, argumentar y contra-argumentar lo que produce el asombro de la interpretación y la comprensión gnoseológica de aquello que se ha denominado, después de Foucault y en La arqueología del saber, junturas filosóficas.  Advertir los incidentales y universales del discurso, de la lengua y el lenguaje, justifica todo un campo de necesidad de la literatura como proceso de recesividad enunciativa.

Lo que Foucault sustentó en su famosa conferencia-ensayo titulada El Orden del discurso fue la crítica de toda memoria fijada como texto y escritura.  La historia, la genealogía y el fundamento de la crítica han mostrado que todo proyecto intelectual, así como toda micropolítica textual, suturan el llamado universo del sentido.  En el presente caso la máscara de la crítica es la masa de la crisis, los empastes de la interpretación.

La obligatoriedad de toda interpretación promete en el caso de la “productividad llamada texto” una tensión de los significados y de las imágenes de mundos de los diversos discursos literarios.  Pronunciar, advertir y concentrar el mundo en junturas teórico-literarias y semiolingüísticas implica el conocimiento y el espesor significante de la biblioteca-tradición, así como la huella en movimiento de todo espacio-tiempo de la escritura-lectura.

Cuando un pretendido análisis “poético” construye una pseudointerpretación para deslegitimizar los diferentes puentes reales de la crítica, y lo que es más, para desconocer las posibilidades de una crítica de la otredad y la alteridad, sus resultados resultan insignificantes, reprocesados, desajustados en su registro.  No advertir la diferencia como posibilidad dialógica y crítica del sentido y la memoria conduce a empequeñecer cualquier debate destinado a presentificar el cuerpo o los cuerpos perfilados en la representación literaria.

Estimar este proceso como parte de un proyecto intelectual recesivo invita a buscar, entender el archivo cultural dominicano a favor de un fundamento crítico instruído sobre los diversos niveles categorizadores de la memoria-escritura y del texto-función.  El mismo vocabulario de la crítica ha evolucionado entre tiempo, debido a la incidencia y desarrollo de los sistemas de signos, de incursiones hipertextuales (véase, por ejemplo, la propuesta de George P. Landow: Hipertexto 3.0.  Teoría crítica y nuevos medios en la era de la globalización, Paidós, Barcelona 2009).

En efecto, para la actual teoría crítica las intertextualidades, la diversidad de voces, el descentramiento, el rizoma textual, los principios y finales del texto abierto, así como la autoría narrativa de las tramas lineales y las nuevas y diversas formas de la prosa de ficción, traducen mundos, alteridades, resistencias y testimonios apoyados en un nuevo marco de instrucción y cognición que   justifica la memoria manuscrita, impresa o digital.  Pero incluso la literatura digital enfrenta y supera los amañados y viciosos hilos miméticos de la “poética” patrocinada monológicamente por Meschonicus-Rithmicus en el ámbito del debate (¿crítico?) literario del país.

Así pues, los efectos de una metalectura legible y ante todo abierta a experiencias de construcción y reconstrucción del proceso de significación o sentido, invita al intercontacto, a las aperturas cognitivas, perceptuales y sensibles de la lengua, el lenguaje y la interacción de textos literarios.

Motiva este proceso el hecho de no olvidar los caminos posibles de la crítica o la teoría crítica en sus diversas actitudes éticas y morales que tanto hace falta en nuestro medio.

Pero es importante también hurgar en el archivo de las ideas literarias occidentales referidas al debate crítico, introduciendo textos fundamentales de la tradición teórico-literaria y estética. Los esfuerzos de los tratadistas que han logrado enrumbar los caminos de la poética y la retórica aristotélicas aseguran un orden intelectual fundado en una “enciclopedia” o registro de ciencias ideales y que llamaríamos hoy normativas, fácticas y formales (por ejemplo Visconti, Castelvetro, La Pléyade, Escalígero, Condillac, Marmontel, Bubos, Grimm, Diderot, Voltaire y otros).

La indigencia de la crítica literaria dominicana no permite entender los verdaderos rangos y rasgos de un “conflicto de interpretaciones”, en un país en el cual el tema de Trujillo y su Era levanta una polvareda donde todo se concentra como necesidad de respuestas históricas y donde regularmente se produce la memoria dictatorial.  El antitrujillismo de “oficio” es panacea para mitómanos y megalómanos ya conocidos en nuestro ambiente.  Inventores de “memorias”, buscadores de un culto a la personalidad enfermizo, exhiben un vicio áulico a través de un historicismo vergonzante y lamentable.  Es esto lo que se puede leer en algunas “memorias contra el olvido”.

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