Concluidas las reparaciones que hubo necesidad de efectuarle al Alcázar de Colón, de los daños causados por la guerra civil de 1965, la restauración de la Capilla de la Soledad, de la Casa de Tostado, y la de los Cinco Medallones o de La Moneda, entre otras obras de similar importancia, llevadas a cabo por la Oficina de Patrimonio Cultural en la Ciudad Colonial de Santo Domingo (1967-1971), nos abocamos a rescatar el abandonado sector de la Atarazana, que se encuentra justamente contiguo a una de las principales atracciones turísticas de la capital de la República.
Antes de dar inicio a estas obras, se había concebido un plan maestro consistente en rescatar toda el área comprendida entre el Alcázar de Colón, la calle Isabel La Católica, la Avenida España, y el lindero colindante con el Puerto de Santo Domingo.
En la primera etapa se procedió a restaurar (no conservar) todas las edificaciones que quedaron en la calle Atarazana, después de las brutales demoliciones llevadas a cabo durante la restauración del Alcázar (1955), así como la liberación de edificaciones sin importancia alguna, existentes entre las Atarazanas Reales y la calle Isabel La Católica, donde se construyó, en una parte de esa área un estacionamiento público. De igual manera fueron remodeladas las aceras, así como el espacio comprendido entre la calle Atarazana y el muro de contención construido por los responsables del proyecto de 1955.
Para la ejecución de lo que en aquella época pudo considerarse como ambicioso, hubo la necesidad de declarar de utilidad pública e interés social todas las edificaciones del área mencionada.
Sin pérdida de tiempo, el proyecto quedó terminado en el transcurso de un año. Cumpliéndose, en su totalidad, los objetivos como eran los de transformar un espantoso arrabal en un hermoso, funcional y productivo conjunto. Todas las edificaciones del siglo XVI, cuyas fachadas habían sido republicanizadas, a principios del siglo XX, fueron cuidadosamente restauradas (no conservadas), despojándolas del camuflaje republicano de que habían sido objeto, y adaptadas a lo que sería un complejo turístico, en el que se instalaron tiendas de diversas índoles, restaurantes y agencias de viajes,
Completó el atractivo conjunto un estacionamiento para unos cien automóviles, que fue ubicado donde había un barrio de casuchas de madera, ocupando lo que antiguamente se conocía como el Solar de Santa Ana, donde existió, según la tradición oral, una cruz de piedra colocada sobre un pedestal escalonado.
El impacto que produjo su apertura fue sensacional. ¡Y qué es esto!, ¡dónde es que estamos! ¡esperamos poder ver así toda la Ciudad Colonial!, eran algunas de las aclamaciones de asombro del publico que recorría el sector de día y de noche. La prensa desplegó en sus páginas elogiosos comentarios.
De la gente, no de los expertos, al igual que de los escasos turistas que nos visitaban, se sintió una demostración de satisfacción y de interés, muy pocas veces antes vivida en la ciudad capital. ¡Que pena¡ alegan algunos opinantes, ¡que la ciudad esté perdiendo su identidad republicana¡ Y que pena, digo yo, que esos opinantes no acaben de entender el mensaje que, tan didácticamente, se les ha tratado de enviar, con obras, no con palabras.
Sin pérdida de tiempo, nos propusimos iniciar la segunda etapa, que estuvo compuesta por la restauración de las monumentales Atarazanas Reales, que habían sido, igualmente, camufladas, así como de las edificaciones de la cuadra completa, de la calle Vicente Celestino Duarte, comprendida entre las calles Colón e Isabel La Católica, así como las de la calle Colón. Esta etapa fue concebida para alojar las tiendas de zona franca que se encontraban en el Centro de los Héroes. De esta manera se mataban dos pájaros de un tiro: se rescataba parte del patrimonio histórico más valioso de la ciudad primada de América, al mismo tiempo que se empezaba a desarrollar el turismo cultural, que en aquel entonces se visualizaba como uno de los componentes de un turismo sustentable y diversificado, en todo el mundo, y el que estuvo, desde el primer momento, en las mentes de los responsables de aquellas intervenciones.
Previo a su inauguración, se empezaron a instalar las tiendas que se trasladaban, y otras nuevas, como la del famoso Pierre Cardan. Y justo al tiempo en que se desarrollaban estos y otros trabajos, y se programaba la conclusión del ambicioso proyecto, que contó en todo moment con el respaldo del presidente Balaguer, fuimos destituidos del cargo de Director de la Oficina de Patrimonio Cultural que ocupábamos desde su fundación, por el nuevo Gobierno.
Para completar el proyecto, se dedicaría un área similar al de la primera etapa, conocida, desde los tiempos de la colonia, como el Solar de la Piedra, para instalar otro estacionamiento, que tuvo que quedarse en los planos y en la maqueta. Igualmente, completaría el proyecto la reconstrucción de un tramo de la muralla antigua, que había sido derribada por los interventores norteamericano de 1916, y el que afortunadamente se pudo lograr.
Considerando, que el cambio de gobierno se había producido meses antes de la conclusión del proyecto, y que lo más probable sería nuestra separación de la OPC, nos vimos abocados a levantar una pared en la calle Colón, justamente donde terminaba el proyecto. Ello así, debido a la esperanza de que las nuevas autoridades la harían desaparecer, tan pronto se propusieran continuar el proyecto, cosa que nunca sucedió. De ahí, que el llamado, erróneamente, muro de la vergüenza no había sido considerado más que como una división temporal, entre el sector rescatado y puesto en valor, y el que le seguiría.
Debo recordarle a quienes se mantenían enterados de lo que en aquel entonces hacíamos, que entre lo que sería rescatado y revalorizado del abandono, durante los trabajos de la tercera y última etapa del proyecto, se intervendría, arqueológicamente, el área donde se encuentran los cimientos de la llamada Negreta, edificación que, según los historiadores, fue el lugar donde se alojaban los esclavos recién traídos de África al Nuevo Mundo, y que fuera casi totalmente invadido por humildes viviendas, durante los inicios del período republicano. De igual manera, se erigiría un museo dedicado al afro-americanismo, que tanto contribuyó a desarrollar la primera ciudad del Nuevo Mundo, al igual que al conjunto de islas que conforman lo que se conoce como el Caribe Antillano.
Debo informarle a quienes actualmente les interesa el tema en cuestión, que la idea del muro ese no pudo ser más oportuna. Con este se evitó que ocurriera, de forma masiva, lo que desde el inicio de las operaciones de las tiendas, lujosamente instaladas, se puso en práctica. Estas fueron víctimas de continuos saqueos, que eran cometidos saltando la tapia divisora de los patios del conjunto comercial con el Solar de la Piedra.
Como era de suponerse, las dos etapas ejecutadas pertenecían a un todo, es decir, a una concepción integral, y no a una de las improvisaciones a las que nos tienen acostumbrados los políticos. Lástima que una cosa sea con guitarra (los técnicos), y otra con violín (los políticos). A buen entendedor pocas palabras bastan.
Para fatalidad de los dominicanos, aquel sueño, dotado y concebido con los pies puestos sobre la tierra, recibió su certificado de muerte, a la espera, desesperada, de que lo resuciten, y lleven a cabo con el mismo amor, dedicación y entusiasmo, que fue puesto por los de aquella época, caracterizada, mal intencionalmente, de romántica, por aquellos que no mueven una paja, hasta que suenen las tan ambicionadas morocotas.
De mi parte, el tema del muro gris (esa maldita pared), de la Ciudad Siglo XVI y el de la Republicana, y otros más está superado. Los pontífices han tenido y siguen teniendo su oportunidad para actuar, y no seguir pontificando. Y el pueblo, por su parte, que ignora los pormenores de los intríngulis que se ha estado debatiendo por más de cincuenta años, que rece, resignado, por lo que pueda pasarle a su riqueza histórica y monumental.
Nos alegramos, que finalmente se vayan a continuar los suspendidos trabajos de rescate del sector, para los que se anuncia, con bombos y platillos, una inversión multimillonaria. Manos a la obra, pues.