DEBATE
Premios y Jurados

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El otorgamiento de un premio de novela a un testimonio autobiográfico como lo es el libro de Aída Trujillo, “A la sombra de mi abuelo”, coloca en la picota a la intelectualidad latinoamericana y dominicana y su incapacidad para determinar en qué consiste el valor literario o poético de un texto de ficción y en qué se diferencia de un texto informativo-ideológico.

En ausencia de este saber, ¿qué lo sustituye? ¿Dónde y cómo se adquiere este saber determinar el valor literario? Estas han sido las preguntas que han flotado en el espacio geográfico latinoamericano durante más de un siglo y no han obtenido respuesta. En ausencia de tal respuesta, ha predominado como rey absoluto de la determinación del valor literario el empirismo impresionista o el empirismo tecnicista contenido en los libros “Poética” y “Retórica”, de Aristóteles, más o menos reformulados en cada siglo, hasta el día de hoy, por los sabios, humanistas, artistas, filósofos, especialistas del lenguaje y los propios escritores y escritoras que en el mundo han sido.

Los empiristas impresionistas reproducen un saber vago que solamente existe en su mente y que se nutre de un condensado de clichés heredados de las teorías tradicionales sobre la literatura y el arte. Su dominio absoluto es el contenido de la obra, separado de la forma. Los empiristas técnicos, en cambio, son los partidarios de la forma, separada del contenido, pero uno y otro desembocan, en sus análisis literarios y teorías lingüísticas, al mismo resultado: el desconocimiento de la especificidad del valor literario motivado en una separación metafísica radical entre los dos componentes del signo, es decir, el significante y el significado, sin los cuales no existe obra literaria, discurso, lengua, lenguaje, sujeto y sentido.

Incluso si los dos tipos de empiristas llegaran a maridar la forma y el fondo, o el contenido y la forma o la expresión del contenido y la expresión de la forma, como gustan llamar, el resultado de sus análisis desembocaría, como ha desembocado cada vez que intentan unir esas dos nociones, en un predominio de una o de otra noción, es decir, en una anulación del significante o del significado del signo lingüístico. Sin la existencia de ambos, con primacía del significante sin que anule el significado, no existe la obra literaria.

¿Cómo salir de ese círculo vicioso productor, durante más de dos mil años, del mismo concentrado de clichés en torno al valor de la obra literaria? En América Latina, y en nuestro país para quedarme en lo específico, reina el mismo discurso empirista, sea impresionista o técnico. El paradigma de este discurso empirista impresionista es “El arco y la lira”, de Octavio Paz, donde bebe la intelectualidad hispanoamericana. Del lado peninsular, los paradigmas son las obras de Dámaso Alonso y Carlos Bousoño.

Del lado del empirismo técnico están todos los autores que han maridado el análisis del valor literario a partir de la lingüística estructural, generativa y transformacional o funcional, en cuya cima se encuentra Román Jakobson y todos sus repetidores, quienes han basado sus análisis del valor literario en la separación radical del significante y del significado, pero con el predominio de este último concepto y la anulación total de su contraparte. Incluso personajes como Alonso y Bousoño han tenido la osadía de variar y confundir el contenido conceptual que tienen, en el sistema lingüístico de Ferdinand de Saurrure, esos términos, ahondando más los efectos del empirismo impresionista en la cultura de lengua española, algo que no se produjo en la lingüística literaria de Jakobson y sus epígonos. Pero en todo caso, las ideas y los métodos de unos y otros se inscriben en la confusión que ellos mismos han operado al confundir la lingüística de Saussure con el estructuralismo ruso traído a Occidente por Jakobson.

En nuestro país, las obras que introdujeron los dos tipos de empirismos fueron la de Diógenes Céspedes, “Escritos críticos” (1976), el técnico, y la de Bruno Rosario Candelier, “Lo popular y lo culto en la poesía dominicana” (1977), el impresionista. El problema de esta última obra se produjo en su autor, durante más de 30 años, a través de sus libros posteriores,  las mismas ideas y los mismos análisis literarios impresionistas, a veces con incursiones tecnicistas. Tales ideas han sido el vademécum de una mayoría de escritores y escritoras que surgieron en el país luego de la desaparición de los mejores poetas y escritores de la Poesía Sorprendida, los Independientes y la Generación del 48.

En cambio, el empirismo tecnicista de Diógenes Céspedes inscribió la evolución que marcó su camino hacia la historicidad radical del signo lingüístico de Saussure al dejar inscrita la terminología de la poética de Henri Meschonnic en “Escritos críticos”, es decir, todos los conceptos del método de lectura-escritura de la obra literaria. De ese método, el concepto mayor es el de ritmo como organización del sentido de la obra y es el que determina el valor literario. Las obras posteriores de Céspedes no cesarán de ahondar en ese concepto mayor y en los demás que le son dialécticamente solidarios.

En el empirismo impresionista, así como en el técnico, la noción de ritmo en la obra literaria es una metáfora, razón por la cual no tiene ningún poder de conocimiento. El ritmo en el empirismo es sinónimo de movimiento de las aguas, de la música, de la respiración, del movimiento de la naturaleza o el Cosmos, de la matemática, de las formas geométricas o de la métrica. La palabra ritmo tiene un funcionamiento distinto en biología, música, naturaleza, Cosmos, danza, etc. No tienen nada que ver estas acepciones con el ritmo de la escritura. Por eso son usos metafóricos, sin coherencia interna ni poder de conocimiento.

Estos usos metafóricos de la palabra ritmo son los contenidos en la obra inaugural de Rosario Candelier. Se encuentran en el punto 6.5.1 que se intitula “Carácter rítmico de la expresión poética” (p. 194 y siguientes), así como en los demás libros del referido autor.

Con estas definiciones impresionistas de ritmo es que los hispanoamericanos, españoles, europeos, norteamericanos, africanos, asiáticos y dominicanos definen el valor de un texto literario, acompañadas siempre de otro arsenal terminológico propio de disciplinas completamente ajenas al proceso de la creación literaria, como son la filosofía, la estética, la historia, la política, las ciencias naturales, la teología, la mitología, la religión, la mística y los discursos ideológicos producidos por Occidente y que carecen de pertinencia para la especificidad de la obra literaria. Esta se analiza únicamente con conceptos literarios. Y a esto se le llama especificidad. (Seguiremos).

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