DEBATE
Valor literario, jurados y premios

<STRONG>DEBATE<BR></STRONG>Valor literario, jurados y premios

En el 99 por ciento de los casos, los premios que los jurados otorgan a las obras de ficción tienen su fundamento en consideraciones extra literarias o impresionistas. Se cree o se supone, falsamente, que quien escribe ficción es un teórico o un crítico literario.

Si el jurado desconoce qué es y cómo se determina el valor literario, está perdido. ¿Qué es el valor y cómo se determina? El ritmo es el valor de la escritura. Para la poética, el valor es la forma cómo el sentido está organizado en la obra literaria. ¿Qué es la forma? El ritmo-sentido, cual orienta su política a transformar las ideologías y creencias de una sociedad en una época dada. Las ideologías y creencias son iguales al número de prácticas sociales existentes en la sociedad. El transformar o cambiar ideologías y creencias tiene su jerarquía.

No es lo mismo orientar políticamente el sentido de una obra en contra del poder municipal que en contra de las estructuras del sistema social: del poder de Estado, los mitos y creencias religiosas, las instituciones de los guerreros, la justicia, las costumbres o el amor. Tal orientación no basta por sí sola. Es necesario que exista, inconscientemente, un trabajo artístico del lenguaje: ritmo como sintaxis, reparto de la sonoridad en consonantismo o vocalismo, acentos rítmicos, pausas, puntuación, grafismo, figuras, notación de la oralidad, paragramatismo como sistema de la escritura.

Para determinar el valor literario es urgentísimo preguntarse con cuál teoría del ritmo opera el discurso del sujeto que ocupa la posición de crítico literario, jurado o creador de ficción. En la teoría tradicional o impresionista, no hay mejor definición que la del Diccionario de la Real Academia Española porque repite lo mismo que pensaron los griegos en la Antigüedad: “(Del lat. rhythmus, y este del gr. ???µ??, de ?e??, fluir). m. Orden acompasado en la sucesión o acaecimiento de las cosas. 2. Grata y armoniosa combinación y sucesión de voces y cláusulas y de pausas y cortes en el lenguaje poético y prosaico. 3. Metro o verso. Ejemplo: Mudar de ritmo. 4. Mús. Proporción guardada entre el tiempo de un movimiento y el de otro diferente.”

Esa antigualla es la que recusó Émile Benveniste en su ensayo de 1951 titulado “La noción de ‘ritmo’ en su expresión lingüística” y que la poética de Henri Meschonnic llevó hasta sus últimas consecuencias: el ritmo como organización del sentido en la obra. Pero inercia y pereza intelectual explican que ese 99 por ciento de creadores de ficción, críticos literarios y jurados repitan lo mismo acerca del ritmo de la escritura. Por ejemplo: Sergio Ramírez, laureado novelista en Areíto del 4 de julio de 2009, p. 9: Toda prosa tiene “un ritmo, una melodía, una cadencia y uno tiene que encontrarlo a cada paso, porque sino (sic) [no] funciona,  la prosa no se lee bien. La prosa es música también.” O los comentaristas de cine al intentar determinar el valor de una película (Areíto, 11 de julio de 2009, p. 7

El ritmo, a partir de Benveniste-Meschonnic, no es ni música, ni cadencia, ni fluir de los líquidos, ni el movimiento del mar, del cosmos o de la naturaleza, ni respiración, ni danza ni métrica ni regularidad o simetría de los números o del espacio. Es algo más simple, pero de una complejidad tal que es necesaria una inteligencia superior para entender que el ritmo que definen es una disposición, organización o configuración del movimiento de la palabra en la escritura, es decir, en el discurso, lo cual implica al sujeto y su relación con el sentido, el poder, el Estado, el poema, la literatura, la historia, el lenguaje, la traducción, lo colectivo y el individuo. Tales conceptos están dialécticamente relacionados con la teoría del signo: si esta es metafísica, se reproducirá lo copiado del Diccionario de la RAE, si es histórica, lo copiado de Benveniste-Meschonnic.

Aclaro que a veces no es por inercia o pereza que el sujeto creador de ficción, de teoría o crítica literaria no asume la teoría no metafísica del signo. En 99 por ciento de los casos no la asume porque esta teoría implica una crítica radical de las ideologías y creencias en las cuales tal sujeto está inmerso hasta el cuello a través de un compromiso con el Poder y sus instancias, compromiso del cual saca un gran beneficio: político, económico, fama, premios y cargos burocráticos. Asumir la apuesta de una teoría no metafísica del signo, del poema y del lenguaje como historia es un riesgo peligroso.

Por la razón explicada se entiende por qué es muy difícil encontrar un sujeto creador de ficción que sea además un gran crítico literario. El creador a secas está en la sociedad para crear obras de valor literario, no necesariamente para ser un teórico o un crítico. El valor literario es inconsciente, su parte de consciente es siempre menor y constituye la ideología del texto. Aquí entra el sicoanálisis y su relación con la literatura.

A lo más alto que llega un sujeto creador de ficción es a producir intuiciones sobre el valor y el ritmo de la escritura, como en los casos de genios como Baudelaire, Poe, Claudel, Péguy, Ezra Pound, Gerard Manley Hopkins o Aristóteles cuando dijo que el metro no era lo que distinguía a la poesía. O en nuestra cultura de lengua española, Valera cuando habla de la inutilidad de la metafísica y la poesía porque  son utilitarias;  la noción de hombre concreto en Unamuno apunta a una teoría del sujeto; la relación entre lenguaje y poder y la crítica a la política politiquera en Machado son pistas para la construcción de la especificidad del poema. Pero como son poetas y no teóricos ni críticos literarios, no tienen por finalidad la construcción de una teoría del valor.  Intuiciones de poetas, como las de Lorca, Salinas, Guillén y los demás ayudan a esa construcción.

Sin estos conocimientos

 se nombran jurados en nuestra cultura. Por no haber sobrepasado la grandeza de Moreno Jimenes, el esplendor de la Poesía Sorprendida, la disociación ideología del autor-ideología de la obra en los Independientes, el compromiso con la realidad del grupo de poetas del 48, por no haber entrado en contacto con la novedad que sepultó el dualismo del contenido y la forma, la rabiza literaria disfruta hoy de los beneficios del Poder e implanta en la sociedad su verdad sobre lo que es novela o literatura. Y proclama a los cuatro vientos su triunfo ancilar. La rabiza no nombra a los ganadores de los Premios Nacionales de Literatura. Para la cofradía de la rabiza esa gente no sabe de literatura. Y como no son manipulables, no se les puede sugerir que premien a un miembro de esa cofradía. Por eso los “premios nacionales” son sustituidos por empleados de casas editoriales como Norma para premiar libros de Norma, tal Jorge Volpi; por militantes políticos de izquierda, tal Argueta, o por amigos de la cofradía de la rabiza devotos del dogma de que favor con favor se paga. Baldón para el país. (Continuará)

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