Debemos ser menos asquerosos

Debemos ser menos asquerosos

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Todos los dominicanos deberíamos andar con una funda ocultando el rostro de la vergüenza, por la forma tan irresponsable de como el Distrito Nacional se ha convertido en un monumento a la basura, culminando con el desastre que se produjo cuando un imponente crucero, cargado de turistas, atracó en el puerto Don Diego y experimentó fallas en sus turbinas, bloqueadas por los desechos más insólitos, desde neveras viejas hasta neumáticos arrojados en el río Ozama, que es el basurero y sanitario natural y permanente de los miles de personas que viven a sus orillas.

Los dominicanos damos un pobre ejemplo de urbanidad cuando no somos disciplinados para sacar la basura a las puertas de las casas el día que se supone pasará el camión recolector. En la actualidad, nadie sabe cuando eso ocurrirá, por las montañas de basuras que se observan por doquier. La realidad capitaleña de la sucieza contrasta con la limpieza de Villa Mella y sus alrededores, o de Baní, o de Azua, o La Vega, o Bonao. Nos encanta ensuciar las calles y carreteras, arrojando toda clase de desperdicios a las mismas. ¡Que distinto cuando vamos al extranjero, que hasta los desperdicios los guardamos en los bolsillos hasta llegar a un zafacón!.

El vertedero de Duquesa se ha vuelto infuncional, por la desidia de las autoridades en darle mantenimiento de la vía de acceso, que unido a las diferencias económicas y hasta políticas entre los síndicos capitaleños, impide que haya fluidez en la descarga de los camiones compactadores y otros improvisados acarreadores de basura. Se prefiere promover que se habiliten vertederos provisionales, luego se convierten en permanentes, llevando enfermedades y horror a los vecindarios en donde los funcionarios municipales tuvieron la genialidad de convertir las calles en depósitos transitorios de los desperdicios que produce la puerca  población.

Pese al mal olor de la basura, en torno a su manejo y disposición final, se han tejido los más lucrativos negocios, que van desde asignar de grado a grado la recolección en determinadas áreas, compra de flotas de camiones recolectores de medio uso e inservibles en los Estados Unidos, previo el pago de un peaje y del costo por tonelada acarreada muy elevado, hasta el manejo del vertedero, que si una vez era operado correctamente, el descuido ancestral de los funcionarios públicos, en no proporcionar mantenimiento adecuado, lo ha convertido en un dolor de cabeza de graves consecuencias a la salud de la población.

El poco interés que siempre han demostrado los munícipes, en particular los funcionarios edilicios en recoger la basura, es parte de un arraigado sentido del descuido. Así mismo, por haber convivido siempre entre desperdicios y suciedades, creadas por nosotros mismos, ya que nos parece lo más natural del mundo, que junto al sitio donde vivimos, existan focos de infección. Parecería que ya somos inmunes a los mismos. Por consecuencia, seguimos manteniendo sucias las calles, arrojando los desperdicios a las mismas, y si por acaso apareciera algún funcionario responsable, en un descuido del mismo, creamos un vertedero, haciendo un depósito de desperdicios de grandes dimensiones, a lo cual contribuyen las mismas autoridades con sus vertederos provisionales.

Para hacernos más limpios y ordenados, en el destino final de la basura, es necesario que se produzcan escándalos públicos de grave envergadura, como es el caso de los barcos que temen navegar por las aguas cloacales del río Ozama, por el volumen de desperdicios que arrastra ese líquido que una vez fue agua; o que los improvisados vertederos en las calles provoquen graves epidemias con enfermedades que ya uno creía desaparecidas del país. Y todo por esa perenne confrontación de las autoridades de salud con el gremio médico, el cual, con cada directiva, debe promocionar la huelga más beligerante y duradera para afectar a los pacientes pobres, convirtiendo el sistema de salud en un puntal para que el desaliento se apodere de todos y por consecuencia la indolencia contribuya a cada vez seamos más sucios.

Aparte de los negocios que se han tejido en torno a la recolección de la basura y su destino final es necesario admitir que nos desatendemos del mismo ya que por la falta de educación cívica nos importa vivir en la mugre. Solo cuando los niveles de desperdicios acumulados se hace muy visible es que queremos enmendar conductas que son arrastradas por generaciones. O si ocurren escándalos como la avería que sufrió el buque en el río Ozama en una de sus turbinas de impulsión, es que a la carrera procedemos a corregir el descuido, hasta que se vuelva acumular, para años después esperar otros escándalos y proceder a limpiar, ya sean las calles o las aguas putrefactas del río que una vez fue un emblema de recreación de la ciudad.

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