Así que fue Dios quien me mandó a este lugar, y no ustedes; él me ha puesto como consejero del faraón y amo de toda su casa, y como gobernador de todo Egipto. Génesis 45: 8.
Las circunstancias en las que nos vemos envueltos aparentan ser un ataque del enemigo, pero no nos damos cuenta de que muchas de ellas son inducidas por Dios para perfeccionar nuestro carácter, el cual, si no lo trabajamos, será de tropiezo en nuestra vida.
José tenía un don de interpretar sueños, pero con apenas 16 años no sabía cómo manejarse. Por tanto, su inmadurez y su inexperiencia lo llevaban a provocar a sus hermanos, levantando celos, envidias y contiendas entre ellos. Era evidente que necesitaba madurar para poder usar en forma correcta el don que Dios le había otorgado.
El proceso que tuvo que vivir fue doloroso, pero necesario, para que madurara y pudiera ser el segundo hombre de Egipto, lugar que ocupó hasta su muerte. Así, dio muestra de que no era el mismo joven que salió de la casa de su padre Jacob, sino que aprendió, de cada experiencia, lo mejor. Cuando José volvió a encontrarse con sus hermanos mostró madurez y dominio sobre las circunstancias.
Debemos ser pacientes y sacar el mejor fruto de las circunstancias que nos toca vivir. A la vez necesitamos saber que tenemos un don de Dios, el cual no podrá permanecer solo, si no hay un carácter que lo sostenga.