Debíamos estar más arriba

Debíamos estar más arriba

Ya, gracias demos a Dios por ello, olvidamos los días en que se discutió la versión de José María Serra sobre la creación de La Trinitaria. En el fondo deseábamos menoscabar al Fundador de la República. Viejo, olvidadizo, ajeno a los tormentos de la política nacional, Serra no sabía de lo que hablaba, dijeron sus contradictores. Para él, que salió hacia Puerto Rico y sepultó su terruño, los recuerdos eran dudoso quehacer de la memoria. Añosas desavenencias eran, sin embargo, las que levantaban velas en el siempre tortuoso mar de la vida dominicana.

Un estudio realizado por Jorge Alfonso Lockward Pérez un siglo después que Serra contase su historia, probó lo innecesario del escarceo. La Trinitaria se fundó al anochecer de aquella celebración mariana del 16 de julio de 1838 más que como movimiento, cual semilla. Serra, de los primeros conjurados y Rosa, la hermana cuya fortaleza sobrepujó las agonías, fueron específicos. Cada trinitario debió ganar la voluntad de otros dominicanos. La idea, señaló Lockward Pérez en su investigación, la reprodujo Juan Pablo Duarte del movimiento antibonapartista de la España del alba del siglo XIX.

Las células de conjurados debían reproducirse guardando la identidad de los comprometidos. De tal modo aumentaban las cabezas e integrantes de las células, sin comprometer a la totalidad de los conspiradores. Basándose en esta expansión humana los nueve primeros, los que cita Serra, no fueron nueve con el andar de los días. La capacidad de multiplicación atrajo a tal cantidad de dominicanos de los pocos que éramos en aquellos días, que pronto La Trinitaria se volvió un bastión irreductible.

Nada de extraño hay en la sencillez de esta explicación igualmente tan simple como la lógica de la que deriva. Un ejemplo de lo citado es la presencia de los mellizos Santana Familia, Pedro y Ramón. Ellos no figuran en la lista del 16 de julio de 1838. Se incorporaron en virtud de la implosión de voluntad dominicanista surgida a partir del compromiso contraído en la casa de doña Josefa Pérez, la madre de José Joaquín. ¿Quién es jefe en una estructura jerárquica como la concebida por Duarte?

¡El que trabaja! Por ello y no por consideraciones diferentes contemplamos con el andar de los días que hombres como Francisco del Rosario Sánchez pasan a encabezar la causa.   Cooptado en el proceso, integrado a las células, lo hace con ardor patriótico insuperable al igual que muchos otros. Sánchez, el papel de Sánchez, fue la motivación aducida por quienes disputaron la memoria del venerable anciano que era, en 1885, don José María.

Jamás debimos contrariar el relato que hizo Serra al Arzobispo Fernando Arturo de Meriño Ramírez, Mas los dominicanos somos así. Antes que encontrar la lógica de un proceso, peleamos. Quizá, por ello, estamos donde estamos, cuando debíamos estar más arriba, conforme los sueños de Duarte.

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