La hasta ahora triple dimensión de representaciones partidarias en el Poder Legislativo ha permitido cierta equilibrada fluidez de criterios encontrados. Durante todos estos tiempos han estado reducidas las posibilidades de ejercicios al vapor de mayorías mecánicas que evocarían incontenibles aplanadoras de otras épocas. Por más respaldo de curules que en los plenos ha logrado algún proyecto hacia la aprobación final, han existido fuertes disidencias que hicieron sonar objeciones, válidas o no, pero dirigidas contra los riesgos que a veces entraña la unanimidad. Se trata de un marco parlamentario que cuida la salud de la democracia en cualquier parte del mundo cerrándole el paso a unilateralidades que nunca deben sustituir el consenso alcanzado con la conciliación de posiciones. Una positiva funcionalidad que sería más difícil a partir del próximo 16 de agosto con la instalación de un bloque senatorial dominante que, cerca ya del cómputo final, se proyectaba hacia la supremacía con 29 escaños.
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Reto a un fin esencial del Congreso Nacional que es actuar institucionalmente como ente que adversa la concentración del poder desde el Ejecutivo de la nación, lo que parece inherente cuando en usos, cultura y tradición se tiende a pasar por encima a los límites trazados a las facultades de cada órgano de Estado en desmedro de la justa simetría que procura la Ley Sustantiva. Aunque no exista la intención ni contundentes señales de acogerse a ella, las precisiones son importantes.