Hay que poclamar con insistencia, hasta que el Gobierno reconozca la realidad, que la delincuencia sólo podría ser contenida con un ejercicio efectivo de vigilancia en las calles, en una rigurosa labor que conduzca a la detección a tiempo de criminales en potencia o de los ya consumados que vuelven a la carga una y otra vez.
Los merodeadores -como los que asesinaron a la señorita Vanessa Ramírez Faña en Santiago- actúan alentados porque en las ciudades del país no existe un patrullaje tenaz y regular que de manera selectiva o aleatoria intervenga preferentemente a los motociclistas que respondan a un perfil sospechoso. Una serie de características son comunes a esos dlincuentes.
La gravedad de los hechos delictivos que llevaron al obispo de Santiago, monseñor Ramón de la Rosa y Carpio, a afirmar que ya nadie está seguro porque el crimen acecha por doquier, debe ser contestada con una presencia contundente de la autoridad en las calles, sin que esto deba interpretarse como una invitación a la arbitrariedad indiscriminada.
II
Sin demoras el Gobierno tiene que especializar fondos para el reclutamiento y entrenamiento de jóvenes intachables que constituyan unidades policiales adicionales, echando al zafacón, como es lógico, los procedimientos utilizados hasta ahora en el enlistamiento de agentes, entre los que con alarmante recurrencia están apareciendo individuos de la misma calaña de los que asesinaron a Vanessa.
No se podría argumentar la falta de recursos para dar un paso firme y definitivo que ponga fin a la cadena de hechos que han puesto tan inseguro al país.
La voluntad política logra en este medio que el Estado se muestre con abundancia para desenvolverse con presteza en obras favoritas que luego organismos internacionales critican y califican de soluciones demasiado costosas para el problema que se pretende resolver.
Con un sistema de control de delitos a cargo de un personal mal depurado y con escasos recursos para movilizarse y comunicarse, República Dominicana seguirá dando demasiado espacio e incentivos a la criminalidad.
No basta con retórica ni con medidas limitadas. No basta con el efecto demostración de los barrios seguros.
III
Para que la guerra contra el crimen dé resultados sería necesario también que la sociedad preste su concurso a los esfuezos extraordinarios que se reclaman a las autoridades en estos momentos.
El ensayo de la llamada Policía Comunitaria debe extenderse ya en lo que se refiere a establecer nexos permanentes entre los servicios de los guardianes de la ley y los ciudadanos de diferentes barrios.
Una asociación que tiene que incluir la colaboración de la gente a través de denuncias e informaciones que sean útiles para la efectividad de los trabajos de prevención.
La Policía tiene que crear canales confiables para que el ciudadano llegue hasta ella sin temor a que su identidad sea revelada a los criminales que puedan sentirse movidos a tomar represalias contra él.
Debe existir un discreto mecanismo de recepción de informaciones que faciliten la captura de fugitivos de la ley.
Una colaboración valiosísima que debe producirse tiene que ver con las compañías telefónicas, pues los celulares son un móvil frecuente de asaltos.
¿Por qué ha desaparecido la identificación individual, bajo serie permamente, de los aparatos inalámbricos, lo que ha convertido el robo en una industria criminal que no da tregua?
En un principio, la reactivación de los teléfonos móviles era imposible y por tanto no tenía sentido robarlos.
Uno se pregunta ¿cómo es posible que si todo lo que los usuarios hablan por sus celulares queda rigurosamente registrado, las compañías no pueden dar seguimiento al uso de señales y frecuencias para determinar el momento en que cambian de dueños y seguirles el rastro?