La cadena de apagones financieros, tan real y recurrente, amenaza agravarse para el resto del año. La deuda por generación con empresas privadas de energía, y que incluye un lastre de años, alcanza los 540 millones de dólares. La acumulación de incumplimientos se traduce en un déficit de ingresos que, acentúa las precariedades del sistema en perjuicio del país. Esto se deriva en parte por las pérdidas por fraudes y conexiones ilegales. Pero los consumos que se dejan de pagar en primera instancia caen finalmente sobre todos los consumidores vía el pago de impuestos al asumir el Estado tal responsabilidad, lo que incluye un creciente endeudamiento externo en la esperanza de reordenar el sistema.
Sin embargo, el costo final de la energía incluye otros factores clave como: plantas obsoletas; pérdidas técnicas por líneas defectuosas en las que ha debido invertirse; la vigencia de contrato onerosos para la generación que sitúan la electricidad de República Dominicana entre las más caras del hemisferio; la ausencia de sanciones por el hurto de energía en sectores de alto consumo; y la no aplicación de subsidios focalizados para las familias que verdaderamente merecen esa asistencia. Los perfiles de este panorama permiten afirmar que es al gobierno y a los propios agentes del sector a quienes toca la mayor cuota de responsabilidad en el propósito de lograr soluciones.
Predominio del interés grupal
La posición en favor de modificar constitucionalmente la conformación del Consejo Nacional de la Magistratura ha dado pie a una confrontación de intereses partidarios que lo que pretenden es preservar o ampliar cuotas de poder sobre la Justicia Dominicana. No estuvo presente en el debate, que por ahora gana uno de los sectores en pugna, el propósito de fortalecer al organismo con más representatividad e independencia para llenar con idoneidad sus funciones.
Esta contradicción, que ha dividido incluso a legisladores del partido en el poder y amenaza compromisos bipartidarios, surge por efecto de un pacto que supuestamente aunaría voluntades y legitimaría decisiones de la Asamblea Revisora. La opinión pública se estará preguntando si era necesario llegar a estos extremos para cambiar, por una situación coyuntural, unas reglas de juego que nunca causaron problemas.